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Las razones de un campeón

BERLÍN (Enviado especial de ESPNdeportes.com) -- Quizá no haya sido del todo justo, pero fue lindo... ¡vaya si lo fue!

Y también hubo, de alguna manera, una reparación histórica para un país al que la suerte y la lotería de los penales le habían quitado muchísmo.

Pero el aspecto más sobresaliente fue, sin dudas, la unión de un grupo de jugadores que se quiso revindicar de un escándalo en el que no tiene nada que ver.

El hecho de que en la gran final del Mundial Alemania 2006 hayan estado ocho jugadores de la Juventus (Buffón, Cannavaro, Zambrotta, Camoranesi, Del Piero, Vieirá, Thuram y Trezeguet) habla a las claras de lo innecesario que era para los dirigentes del club acordar designaciones de árbitros cuando, con semejante plantel, se sobraba para ganar. Los futbolistas marcaron claramente las diferencias y lo hicieron jugando con concentración y voluntad de hierro.

Todo eso fue Italia: en un Mundial que se caracterizó por la "ausencia" de las grandes estrellas, la victoria terminó premiando justamente a aquel equipo que supo, más y mejor que los rivales, interpretar el juego como un conjunto.

Más allá de no haber jugado un buen partido, como quedó dicho, y de haber sido superada por largos pasajes del encuentro por Francia, Italia fue un justo ganador de la Copa: fue el equipo más parejo a lo largo del torneo, supo siempre qué quería y cómo obtenerlo y encontró recursos anímicos en los pliegues más íntimos y profundos cuando las cosas se le volvían en contra.

GARRA Y DEFENSA

Miren como habrá estado unido el plantel italiano que también hoy, cuando decidieron jugar mal, todos lo hicieron por igual: Marcello Lippi tuvo enormes dificultades para decidir los cambios puesto que se trataba del típico caso en el que había que cambiar a casi todo el equipo.

Pero cuando los pases no llegaban a destino, cuando en el medio se perdían casi todos los choques y cuando la velocidad de Henry hacía estragos en la última línea, Italia recurrió a lo que mejor sabe hacer: la garra y la defensa.

Así, sacó adelante un partido en el que fue inferior casi siempre, volvió estériles con su solidez y solvencia defensiva los ataques franceses y logró estirar el desafío hasta la definición por penales, en la que no fue ni siquierafue necesario utilizar la ventaja de tener al mejor arquero del mundo, puesto que todos los tiradores italianos acertaron y el travesaño se encargó de rechazar el disparo de David Trezeguet.

De esta manera, se confirmó una vez más la vieja ley que premia en las definiciones desde los once metros al equipo que viene en remontada en el marcador.

LAS DOS CARAS DE LA MONEDA
En efecto, Francia se puso en ventaja con un penal producto de los problemas de Marco Materazzi (ya lo habíamos marcado en esta columna) para cortar hacia su derecha.

Sin embargo, a pesar de la mala noche, los italianos encontraron el empate casi enseguida, con un cabezazo del mismo defensor, quien de esta manera borró en el arco rival el error cometido en su área.

Italia luego estuvo a punto de ponerse en ventaja con otro cabezazo de Luca Toni, pero esa vez el travesaño salvó a los galos.

Pero esa fue la última chispa de luz en una noche de tinieblas: desde ese momento Barthez fue un simple espectador del partido, por lo menos hasta la tanda de penales.

La primera etapa, en síntesis, fue bastante equilibrada, pero en el segundo tiempo los franceses tomaron el dominio casi absoluto de las acciones y comenzarona crear peligro, de la mano de un Henry realmente imparable.

Imparable también estaba el equipo italiano en defensa, con capitán Cannavaro a la cabeza (festejó su partido número cien con la camiseta azzurra).

Italia aguantó la embestida francesa y, cuando se abría alguna grieta, aparecía Buffon, quien se esmeró para mantener una igualdad que cada minuto parecía más precaria.

LOS CAMBIOS DE LIPPI

Los tres cambios decididos por Marcello Lippi -dos al mismo tiempo y el tercero un ratito después- surtieron poco efecto, porque como decíamos todo el equipo estaba jugando horrible.

Fue positivo el ingreso de Iaquinta por Totti, puesto que el rubio enganche de la Roma nunca produjo algo positivo y Toni se estaba desgastando en una lucha despareja, muy solo allá arriba.

Luego el entrenador metió a Del Piero por Camoranesi, demostrando una vez más su voluntad de defenderse atacando. Pero no hubo caso: es imposible ser ofensivos si no te salen dos pases seguidos.

Entonces, lo de Italia fue lucha, entrega, intensidad, coraje: fútbol hubo realmente muy poquito, pero sobró corazón.

Dos hechos fueron fundamentales: el ataque de locura que le agarró a Zidane, quien se hizo expulsar por un absurdo cabezazo a Materazzi, y la ley de los grandes números, que establece con rigor científico que un evento casual no puede repetirse muchas veces de la misma manera.

En el segundo tiempo del suplementario, con superioridad numérica, Italia trató de ganar el partido pero apenas si logró equilibrarlo.

Y luego, en los penales, los italianos no fallaron nunca, mientras que por una cuestón de milímetros Trezeguet estrelló el suyo sobre el travesaño.

TETRACAMPEÓN
De esta manera, Italia logró su cuarto título, el primero luego de 24 años, y se pone otra vez a tiro de alcanzarlo a Brasil.

Un logro sumamente merecido luego de haber perdido una final, una semifinal y un cuarto, siempre por penales.

"La historia no hace los partidos, son los partidos que pueden hacer la historia", reza un viejo dicho. Y en este caso fue exactamente así: Italia tiene más tradición en los Mundiales pero Francia fue mejor en el juego; e Italia venía perdiendo todas sus definiciones por penales y aquí ganó.

El título fue, como se preveía, para los que tenían más ganas de revancha y para un plantel unido como una roca.

Los merecimientos son importantes, y con más calma analizaremos mejor qué dejó el torneo. Por lo pronto, en las páginas de los almanaques, para siempre, en el capítulo de Alemania 2006 quedará la frase: Italia campeón del Mundo.

Y eso es lo que vale.