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Mundial de acero

ROMA (ESPNdeportes.com) -- En el largo viaje de vuelta a casa, un día después de la final ganada por Italia en la definición desde los 11 pasos ante Francia, tuvimos el tiempo, la ocasión y la serenidad para repasar mentalmente todo lo ocurrido y elaborar un balance final, que es lo que justamente les presentamos en esta nota.

Lo primero que está muy claro es que este fue un Mundial de "acero": el oro y la plata no brillaron, los grandes campeones más dotados técnicamente no se hicieron presentes y al final las cualidades que sobresalieron fueron las de la resistencia atlética, las fuerzas anímica y física, el hambre, el orden y la disciplina táctica. Está muy claro que, en este marco, Italia fue un justo campeón, porque demostró poseer en mayor medida que todos los demás las cualidades que acabamos de enumerar.

Por otra parte, luego de la Eurocopa 2004, es evidente que este no fue un hecho aislado y que se está marcando una tendencia en este sentido, algo bastante lamentable porque todos queremos un fútbol de habilidad y talento.

En la columna de hechos positivos, por lo menos, podemos poner que este torneo haya sido seguramente mejor que el anterior: por la presencia de todos los "grandes" en octavos de final, con la relativa presencia de las mejores hinchadas que coloreó muy bien las tribunas y el enorme atractivo de choques históricos y tradicionales.

También fue positivo que no haya habido grandes "escándalos" arbitrales (lo que desvirtuó totalmente el Mundial 2002) y que se haya registrado una mayor severidad: hubo muchos más expulsados y amonestados, lo cual provocó que, en general, fuese un torneo más correcto que los anteriores, con una protección mucho mayor para los jugadores de talento.

La severidad sirvió como prevención y entonces en las semifinales y la final no hubo faltas violentas o intencionales, lo cual es enormemente positivo. Lo lamentable es que ni siquiera eso haya servido para entregarles a los grandes campeones el protagonismo que todos esperábamos.

Por otra parte, también es necesario aclarar que la calidad y el talento son las cosas que hacen al buen espectáculo, pero tampoco deben ser tomadas como excluyentes.

Un equipo de fútbol que se respete debe tener a sus Zidane, Ronaldinho, Totti o Riquelme, pero también necesita de los Gattuso, Vieira, Mascherano o Frings así como de los Gallas, Puyol, Rio Ferdinand o Cannavaro.

Por otra parte, la táctica es un condimiento necesario, puesto que sino tendríamos espectáculos atractivos pero poco deporte.

Por ejemplo, todos recuerdan como uno de los mejores momentos de este Mundial los alargues entre Alemania e Italia, pero con los equipos largos de 60 metros y partidos por mitades, la zona central como puro espacio de tránsito y todos los esquemas saltados, hubo sí emoción pero absolutamente nada de fútbol verdadero.

TENDENCIA NEGATIVA

Vimos como los últimos torneos han marcado una tendencia negativa. Lo que ahora deberíamos hacer es preguntarnos por qué está pasando eso.

Nuestra opinión es que el formato y, sobre todo, las fechas de los torneos están absolutamente equivocadas.

Es imposible pretender tener un buen fútbol luego de una temporada masacrante (pregunten por más datos a Ronaldinho) y jugando cada 4 días con un calor infernal, cuando los protagonistas están acostumbrados a hacerlo con temperaturas mucho más aceptables.

Es fácil decir que la final de 1994 fue la peor de la historia, haciéndose los distraídos y dejando de recordar que se jugó en Pasadena a las 12 del mediodía, con casi 40 grados de temperatura.

Es casi un deporte diferente: lo que Barcelona y Arsenal supieron ofrecer en la tibia noche de París el 15 de mayo era imposible de conseguir en la infernal caldera de Berlín del 9 de julio, máxime porque todos los protagonistas habían jugado otro partido incandescente cuatro días antes.

Ahora escuchamos críticas respecto al juego de Italia, algo que por otra parte es tan antiguo que ya se vuelve aburrido, pero la realidad es que en todo el proceso liderado por Marcello Lippi Italia nunca había jugado tan mal como en esa final, en la que las piernas no giraban y las cabezas no estaban lúcidas.

Totti, Del Piero y el mismo Pirlo no pudieron expresar ni el 25 por ciento de sus cualidades y el único que se defendió un poco fue el volante del Milan, a caso por ser el más joven de los tres.

Zinedine Zidane hizo algo más que ellos pero tampoco se acercó al nivel que había alcanzado ante Brasil, por ejemplo, y al final tenía tanta deuda de oxígeno que cometió la locura que todos vimos.

Muchos ahora hablan de provocación por parte de Materazzi, pero está claro que quien lo hace jamás pisó una cancha: provocaciones hay desde el primer minuto y un campeón como Zidane debe haber escuchado ofensas de todo tipo a lo largo de toda su carrera, pero la reacción que tuvo se puede explicar tan sólo pensando en una cabeza ofuscada por el cansancio y el estrés.

Si después llegamos a justificar un cabezazo así por lo "hablado", entonces buscamos un remedio peor que la enfermedad: estamos seguros de que el propio Zizou, dos horas después, haya sido el primero en entender la enormidad de su error.

NADIE JUGÓ BIEN

Volviendo al tema que más nos interesa, acá el problema no es que el campeón no haya jugado bien, sino que nadie lo haya hecho a lo largo del torneo.

¿Cuántos partidos brillantes quedaron en la memoria? A caso la exhibición de Argentina ante Serbia y Montenegro (pero había poca paridad en ese caso), los primeros 30 minutos de Alemania-Suecia, el segundo tiempo de Italia-Ucrania, también la segunda fracción de Francia-Brasil, y paren de contar.

Por el resto, el ritmo alto y las condiciones ambientales complicadas impidieron que el fútbol tomara vuelo, como pasó en Argentina-México, en Portugal-Inglaterra y en casi todos los demás partidos desde octavos en adelante.

No está en nuestras posibilidades decidir un remedio -que por otra parte sería muy simple: parar los campeonatos un mes en primavera, cuando los jugadores están en su mejor momento y juegan cada tres días sin problemas; pero está claro que los clubes no quieren ni escuchar hablar de esa posibilidad-, por lo menos, habría que dejar una semana de descanso antes de la final.

Claro que eso sólo mejoraría la definición y además implicaría enormes problemas organizativos… Así que tendremos que limitarnos a un análisis de la realidad y entonces afirmar que este Mundial fue ganado por quien mejor supo entender las condiciones ambientales y las necesidades del juego y pudo adaptarse a eso, alternando momentos de buen fútbol con otros de lucha y aguante, que como quedó dicho arriba también son cualidades fundamentales del juego.

Por ejemplo, cuando Marcello Lippi entendió que Alemania estaba pagando el esfuerzo del suplementario ante Argentina, no tuvo problemas en terminar con cuatro delanteros en la cancha y ganar por prepotencia, mientras que cuando vio que las piernas de sus jugadores no giraban entendió que hubiera sido criminal emplear el mismo criterio y trató de encontrar el equilibrio con cambios que, de todas maneras, no fueron seguramente defensivos (Del Piero por Camoranesi, Iaquinta por Totti).

En suma, fue un Mundial de acero y lo ganó quien tuvo el alma más templada. Es muy probable que, de haberse jugado la misma final en mayo, por ejemplo, el espectáculo habría sido mucho más lindo, pero estamos convencidos de que el ganador hubiera sido el mismo.

Aún cuando también es justo considerar que, si todo el torneo se hubiese disputado en la primavera europea, casi seguramente los finalistas hubieran sido Brasil y Argentina.

Pero esta es otra historia, de la que jamás conoceremos el final.

Lo que quedará en la historia será el cuarto triunfo mundialista de Italia: honor al campeón y cita dentro de cuatro años en Sudáfrica, donde las condiciones climáticas, por lo menos, deberían ser mucho mejores.

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