José Inácio Werneck 17y

El poder negro

EL LIBRO DE PELÉ
Pele

ESPNdeportes.com te ofrece, en exclusiva, un capítulo del libro Pelé, la biografía oficial de O Rei.

Un repaso por su vida a partir de las más diversas fuentes: escritos personales, reseñas de periodistas de distintos países, entrevistas... en definitiva, un proyecto monumental de 16 kgs., 720 páginas a color, 1.700 imágenes y 300 mil palabras a partir del trabajo de 220 colaboradores.

El libro Pelé está disponible en dos ediciones de lujo, ambas autografiadas por Pelé. Una de 250 copias llamada "Super Samba" a un valor de 3.750 dólares, y otra de 2100 ejemplares, "Samba", a un costo de $3000. El diferencial entre una y otra es un súper poster desplegable, "Central Park", una foto histórica de Pelé en Nueva York tomada -y firmada- por el fotógrafo Marvin Newman (la imagen ilustra la Parte III de esta serie de notas).

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Pelé podía cambiar de dirección de un segundo al otro, elevarse para cabecear por encima de jugadores mucho más altos que él, meter goles con cualquiera de sus dos pies, detener la pelota con el toque más leve, explotar hacia adelante con la ferocidad de un león.

En varias ocasiones lo vi literalmente arrastrar a sus oponentes mientras ellos se aferraban a su cintura en un intento desesperado por impedir que avanzara hacia el arco. El joven flaquito se había vuelto fuerte como un buey, con unos muslos enormes que ondulaban de tanto músculo. De hecho, cada vez que lo veía jugar me hacía acordar al lema de los antiguos juegos olímpicos: citius, altius, fortius. Más rápido, más alto, más fuerte. Ese era Pelé en acción.

A los nueve años, Pelé había escuchado por la radio la final de la Copa Mundial de 1950, en el Estadio Maracaná, entre Brasil y Uruguay, desde Bauru, con su padre.

La victoria uruguaya, totalmente inesperada, causó una enorme tristeza nacional. Los jugadores abandonaron el campo a los llantos y Dondinho lloró en la pequeña sala de su casa en Bauru. Los diarios calificaron el resultado de "Catástrofe como Hiroshima".

Pelé era demasiado joven para comprender plenamente la desilusión, pero recuerda pensar que deseaba algún día crecer y jugar para Brasil y poder ayudar a borrar las lágrimas que vio en el rostro de su padre.

También era demasiado joven para saber que en los días después del partido una desagradable teoría racista se arraigaría entre las clases medias y altas de Brasil: que perdimos porque teníamos demasiados jugadores negros.

Mário Filho, un periodista famoso, escribió que el capitán de Uruguay, Obdulio Varela, había abofeteado en la cara a nuestro zaguero izquierdo, Bigode, durante el partido, y que nuestro jugador, que era negro, había bajado la cabeza, como si fuese un Tío Tom.

Esto hacía caso omiso al hecho de que nadie más había visto la "bofetada", que el propio Obdulio Varela no era blanco, sino mulato, y que Uruguay tenía un jugador negro, Rodríguez Andrade. Pero estos detalles no le importaban a la gente, que buscaba un motivo, excusas. A Nélson Rodrígues, un dramaturgo y columnista de fútbol, se le ocurrió sugerir que los brasileños tenían "alma de perro callejero", lo que implicaba era que los jugadores brasileños carecían de confianza en sí mismos porque no eran arios.

Teorías como éstas sólo ganaron mayor aceptación tras la eliminación de Brasil de la Copa Mundial de 1954, derrotado ante de Hungría. Así que, para 1958, la AF de Brasil hizo lo que pudo para enviar a Europa un equipo lo más caucásico posible.
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Había cuatro jugadores de descendencia italiana (De Sordi, Bellini, Dino Sani, Mazzola). Uno de ellos, Mazzola, cuyo nombre verdadero era José Altafini, más tarde jugaría para Italia en el Mundial de 1962. Hideraldo Bellini, el del perfil majestuoso, fue designado capitán, y pronto se erigió afuera del Estadio Maracaná una estatua de él sosteniendo la Copa Mundial en el aire, tras recibirla de manos del Rey Gustavo VI Adolfo de Suecia.

El país exhaló un suspiro de alivio colectivo: al mirar a nuestro capitán, ¡el Rey podía ver que en Brasil había blancos! Sin embargo, los tres jugadores que fueron completamente determinantes para Brasil en esa Copa Mundial eran negros: Didi, Pelé y Garrincha. Un cuarto, Djalma Santos, jugó sólo en el último partido, en reemplazo de De Sordi.

EL FÚTBOL ES PARA LOS NEGROS
El fútbol había comenzado en Brasil como un deporte de la clase alta, solamente para blancos.

Durante los partidos, los jugadores brasileños se hablaban entre sí en inglés. A medida que las clases bajas adoptaron con entusiasmo el deporte, los negros comenzaron a jugar. De hecho, tantos de ellos lo hicieron, que recuerdo haber tenido citas con chicas cuyos padres decían "el fútbol es para los negros", y que me despreciaban cuando se enteraban que me gustaba jugarlo los domingos de mañana.

Pelé era joven, pero pudo sentir el dolor del racismo abiertamente en Argentina, cuando jugó para Brasil en el Campeonato Sudamericano de 1959. "Pelé, hijo de puta, macaquito de Brasil!", cantaban los hinchas argentinos a coro, usando su forma preferida de provocar a un país y una selección nacional con tantos negros.

Al final, Brasil no perdió contra Argentina, aunque tampoco ganó el trofeo. Los equipos jugaron en un torneo de todos contra todos y Argentina llegó a la final con todos los puntos, mientras que Brasil había perdido un punto contra Perú en el partido de apertura. Pelé anotó un gol en ese partido, metió dos goles contra Chile, uno contra Bolivia, tres goles contra Paraguay y un gol en la final contra Argentina, que terminó en empate 1 a 1. El único partido en el que no anotó un gol fue en la victoria 3 a 1 contra Uruguay.

Pero en el mismo 1959, Brasil se vengaría derrotando a Argentina en la final del Campeonato de las Fuerzas Armadas Sudamericanas, con un gol anotado por el propio Pelé, que estaba haciendo su servicio militar.

A esa altura hasta la prensa argentina se había rendido y era unánime en sus elogios del joven de 18 años que jugaba como un ángel.

Ese halago, proveniente del rival más virulento que Brasil jamás había enfrentado en un campo de fútbol, no era poca cosa. Con el pasar de los años, muchos partidos comprobarían que el halago era bien merecido.

El mundo nunca había visto a alguien como Pelé y probablemente nunca vuelva a ver algo igual. Quizás lo más importante es que los brasileños se liberaron de su "alma de perro callejero" y que Pelé enorgulleció a sus compatriotas de todos los colores.

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