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Y ahora es su momento

ACAPULCO -- Las paraguaya Rossana de los Ríos fue la mejor tenista juvenil del mundo en 1992; entonces parecía tenerlo todo para triunfar entre mayores, pero se enamoró y ahí empezó su camino cuesta arriba en el circuito de la WTA.

Nacida en Asunción en septiembre de 1975, Rossana estuvo esta semana a punto de dar la sorpresa del Abierto Mexicano, al caer por estrecho margen ante la italiana Tathiana Garbin, segunda cabeza de serie, por 4-6, 6-2, 6-4; pasó inadvertida en los medios, pero sabe que dejó un mensaje: a los 31 años de edad conserva sus cualidades.

"Pude llegar muy lejos en el tenis, en 1992 gané el Roland Garros juvenil, pero tomé decisiones y estoy contenta con mi vida", explicó la jugadora, casada desde 1994 con el futbolista Gustavo Neffa, con quien tiene una hija de 10 años llamada Ana Paula, a quien se lleva a los torneos.

Hace años, recibió alguna crítica por hacer caso al amor en vez de mostrar su gran tenis, sin embargo ahora habla con dulzura sobre su familia y se le nota el orgullo cuando dice que su esposo es su fanático número uno.

"El jugó fútbol en las ligas de Italia y Argentina, con la selección nacional y en los Juegos Olímpicos, fue bueno en eso, pero ahora habla más de tenis; los tiempos cambiaron para las mujeres y él me apoya para poder jugar tranquila", comenta.

Rossana es un caso raro de jugadora en el circuito de la WTA; dejó de jugar cinco años para dedicarse a su hija, regresó en el 2000 y una temporada después consiguió colocarse en el 51 del mundo, muestra de que su talento estaba ahí.

"Ahora intento volver al grupo de las mejores 100, me encuentro bien, pero estuve dos años con lesiones de rodilla y muñeca y vengo desde atrás", comenta la chica de pelo largo, con una bella sonrisa y un trato abierto que parece más de caribeña.

Al Abierto Mexicano llegó como la jugadora extranjera de peor ranking y el sorteo la colocó contra Garbin, 27 del mundo. No sólo le ganó el primer set, sino que después de una baja en el segundo, se tuteó con la favorita y sólo cayó en los finales.

"En el segundo set, ella se montó encima de la pelota le entraron todos los tiros ganadores y tuve aguantar, pero en el tercero, me recuperé, ella erró y estuvimos parejas; este partido me demostró que mi tenis no se ha ido", dice.

Rossana, con vocación ofensiva en su juego, buen golpe de derecha y facilidades para jugar en canchas de arcilla, tiene el pelo largo y unas pecas que complementan bien su cara bonita, sonríe a menudo y mira a los ojos, como hacen quienes no tienen deudas con la vida.

Dice que este año espera jugar todos los torneos porque en Acapulco demostró que puede estar entre las mejores otra vez.

Se le escucha confiada con volver a dar guerra en el circuito, aunque deja entrever que si no logra la meta no pasará nada. A fin de cuentas, ya ganó el Grand Slam de su vida, al descubrir que la felicidad no está en la fama de la mejor tenista del mundo, sino en haber escuchado a su corazón y seguir feliz 12 años después.

"Quizás me retire en par de años, entonces me gustaría ayudar para que las chicas de Paraguay se desarrollen y puedan hacerse de un futuro, pero si entonces estoy entre las 30 mejores, quizás difiera el proyecto".

Lo dice con un tono burlón que delata su seguridad en que con ella, a estas alturas, cualquier cosa puede pasar.