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Sólo para elegidos

Pérez emocionado tras ganar los 20 km marcha, en Osaka EFE

Jefferson Pérez, en los documentos Jefferson Leonardo Pérez Quezada, nació el 1 de julio de 1974, en La Vecina, uno de los barrios tradicionales de la ecuatorial Cuenca.

En la lejana japonesa Osaka, el domingo 26 de agosto del 2007, a las 09.20 (sábado 25, a las 19.20, de su país de origen), se abrieron las puertas del exclusivo reino de los excelsos atletas para que Jefferson habite esa estelar morada.

Sucedió justo en el momento que cruzó la línea de llegada de la marcha de 20km, consagrándose campeón mundial por tercera vez consecutiva de esa especialidad, algo que nunca había acontecido antes, cuando en ese reino repicaron las campanas y sonaron los clarines anunciando su proeza.

Automáticamente se abrieron las puertas y él, exhausto, transportado en una camilla, sin darse cuenta del verdadero motivo, sintió la sensación del deber cumplido, sabiendo que, por la ley de la vida, no habría más campeonatos mundiales de atletismo en la existencia terrenal de Nardo, como lo llama su madre.

Tuve la fortuna de verlo ganar en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995. Traía como antecedente el título mundial juvenil en Seúl 1992 y me impactó su decidido andar. También me impresionó un hecho referente al triunfo en Seúl. "Padre: cumplí mi promesa de ser campeón mundial", escribió al reverso de una fotografía postal dedicada a su progenitor fallecido. Detrás del atleta surgía una personalidad plena de humanidad.

También tuve la fortuna de ver en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 a ese joven, pequeño y delgado, marchando con piernas curvas y un extraño movimiento de caderas, tratando de romper la hegemonía de rusos, mexicanos, italianos y españoles.

Y vaya si la rompió. Lucía el número 1326 en su remera azul, con la inscripción Ecuador en amarillo, y una gorra blanca cubría su cabeza. Arribó nueve segundos antes que el ruso Ilya Markov y 16 segundos delante del mexicano Bernardo Segura, dándole la primera medalla olímpica a su país, justo en el centenario de los Juegos.

Por su mente pasaron muchas visiones. La de su hogar, construido para su madre ciega en el nuevo sector de Totoracocha, con la ayuda del Municipio de Cuenca, de sus amigos y de algún auspiciante. O lo sucedido la víspera de la prueba, recorriendo las calles de Atlanta, cuando su hermano Fausto se detuvo frente a la vidriera de un negocio y le dijo: "Mirá esas hermosas medallas. Son imitaciones de las que se entregan a los deportistas. Parecen verdaderas. Voy a comprar una para llevármela a Ecuador". Y él, le respondió: "No gastes dinero en vano. Mañana voy a ganar una". Cumplió la palabra, estaba en lo alto del podio y una de oro colgaba de su cuello.

Nuevamente lo pude apreciar en los Juegos Panamericanos de Winnipeg 1999. Finalizó cuarto y el mexicano Segura, que había sido tercero en Atlanta, fue el vencedor. Me pareció un Jefferson distinto en su impetuosa y decidida marcha. A los pocos días, me enteré que padecía una hernia discal y a menos de un mes del Mundial de Sevilla enfrentaba el dilema de competir o de operarse como indicaban los médicos.

Pudo más su pasión y participó. Sólo el ruso Markov, su escolta en Atlanta, pudo superarlo, y, con la medalla de plata, se encaminó tranquilo y esperanzado al quirófano. En plena etapa de rehabilitación concurrió a los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y concluyó en un excelente cuarto puesto, teniendo en cuenta sus condiciones físicas.

Las secuelas de la operación se hacían sentir. Según cuentan, un día, una de las máquinas que utilizaba en el entrenamiento en Guayaquil señaló datos muy extremos y le dijo al médico: "Me están matando y si ustedes no me matan, no me mata nadie, y para que no vuelva a correr, primero tendrán que matarme".

Volvió para ganar por segunda vez la World Race Walking Cup en el 2002, la primera había sido en 1997. Pero, su resurgimiento se produjo en el 2003. Primero, en los Panamericanos de Puerto Rico, donde venció aventajando a los mexicanos Segura y Alejandro López.

De la pista, sin esperar la ceremonia de premiación (la medalla la recibió en su nombre el presidente del Comité Olímpico Ecuatoriano), se dirigió al aeropuerto para trasladarse a su país y continuar la preparación destinada al mundial de París, donde debía competir 18 días más tarde.

Esta vez tenía el número 366 en la pechera, debajo de la palabra Ecuador, en letras blancas. Eran las 08.35 de Francia de aquel 23 de agosto (02.35 de su país). No era el favorito. Corrió de menor a mayor. No se preocupó por el violento ritmo impuesto por el español Francisco Paquillo Fernández, a pesar de estar a 40 segundos de él.

En el km 15 comenzó la cacería de los punteros. Su vertiginosa marcha asombraba y faltando un kilómetro superó al español, aceleró aún más al ingresar al Stade de France. Cruzó victorioso la meta. Observó el tablero gigante y leyó: 1h 17m 21s ¡Nuevo récord mundial!

Había regresado. Ganó por tercera vez la World Race Walking Cup en el 2004, pero en los Juegos de Atenas otra vez fue cuarto y Paquillo Fernández era segundo. En el mundial de Finlandia 2005, en Helsinki, su duelo con Paquillo terminó con un espectacular triunfo, aventajándolo por más de un minuto.

Ahora, se repitió lo del 2003. El oro en el Panamericano Río 2007; oro en el mundial de Osaka. Pero su táctica fue diferente. "Cada competencia es distinta. Esta vez mi estrategia era probar mi valor, mi corazón, y a diferencia de otras ocasiones fui yo quien pasó primero por el primer kilómetro. Parecía suicida, pero arranqué en los momentos precisos. No me acompañaron, pensando que me iba a agotar y se equivocaron", comentó Jefferson.

Paquillo Fernández admitió su error: "En el kilómetro 14, Jefferson picó y me dijo que lo acompañase. El cambio fue muy brusco y le respondí ve tú, por miedo al calor. Poco a poco me uní a él, pero en el 17 cambió otra vez y tuve la misma duda, por las pulsaciones. Se adelantó 15 segundos y era imposible recortar esa diferencia. Me había vencido, porque no puedes ganar si tienes dudas".

Una obra maestra del estratega ecuatoriano atleta. Por otro lado, a la hora de las entrevistas afloraba el ser humano. Rafael Chacón, enviado especial de BBC Deportes a Osaka, le preguntó si se consideraba una figura digna de brindar inspiración a los latinoamericanos.

Respondió: "Latinoamérica no necesita medallas olímpicas o mundiales. Latinoamérica necesita líderes, líderes honestos, con dignidad. Líderes que estén dispuestos a dar su vida por defender los principios de respeto, honor y cada uno de aquellos principios que nos enseñó mamá y papá. Esos líderes necesita y debe tener Latinoamérica".

Durante la conferencia de prensa expresó: "Esta medalla no es para los políticos, sino para el pueblo, porque la gente puede decir: si Jefferson lo ha conseguido, yo también puedo hacerlo".

A esta altura, merece destacarse que posee una fundación con su nombre y de la cual es director. Con ella busca promover la educación en su país y brindar asistencia médica tanto a los niños como a los más necesitados.

El atleta y el ser humano sabe de los límites impuestos por el invisible tiempo. "Este es mi último mundial y espero, Dios mediante, poder llegar el próximo año a los Juegos Olímpicos, pero creo que este es ya mi último mundial. Siento la paz de haber hecho bien las cosas".

Espero que supere la pasión de la marcha y, ante la duda, tome la decisión más difícil: retirarse en el momento debido para disfrutar del exclusivo reino de los excelsos atletas al cual ya pertenece.