BUENOS AIRES -- Tras la primera experiencia mundialista, la Internacional Rugby Board decidió trasladar la máxima competencia internacional del deporte ovalado al hemisferio norte, y fue Inglaterra la sede central de un certamen para el que se esperaba un gran avance en cuanto a la difusión y a las ganancias económicas. Posicionado entre los eventos más vistos de la época, el éxito estaba garantizado fuera de la cancha, pero eran los jugadores los responsables de atraer la atención de los aficionados. El Campeonato no podía comenzar de manera más apasionante. Los All Blacks visitaron Twickenham para enfrentar a los locales, y en un encuentro parejo, fueron los defensores del título los que salieron victoriosos por 18-12. Sin embargo, las cosas no serían tan fáciles para Nueva Zelanda, ya que comenzaban a emerger, con talento y buen juego, sus ilustres vecinos: los Wallabies. Los que tampoco tuvieron un panorama simple fueron Los Pumas, quienes llegaban al torneo con un gran recambio de jugadores, en su mayoría jóvenes promesas que debían reemplazar a pesos pesados con la camiseta celeste y blanca. Arbizu, Mesón, Sporleder, Llanes, Federico Méndez, Camardón, Terán y Garretón fueron algunas de las apariciones del equipo dirigido por Luis Gradín y Guillermo Lamarca, que poco pudieron hacer para dejar una buena imagen. La derrota en el debut ante Australia,a pesar de una producción interesante con un par de tries muy lindos de Martín Terán, marcó un camino de oscuridad que se completaría en el segundo compromiso ante Gales (un adversario pobre al que Los Pumas perdonaron porque no se dieron cuenta de que podían ganarlo) y en el último encuentro del grupo, ante el poderío atlético y rugby más dinámico de Western Samoa, que en el debut ya había sorprendido a Gales en Cardiff. Tres partidos jugados, tres perdidos y despedida rápida de Los Pumas. Mientras tanto, el camino de los Wallabies hacia el título tuvo grandes contratiempos y en ninguno de los partidos pudo superar los diez puntos de diferencia con respecto a su rival. El 19-18 ante Irlanda en Dublín fue el difícil escollo de los cuartos de final, partido que se resolvió con un try sobre la hora de Lynagh. Y en semifinales llegaría el turno de Nueva Zelanda. También en Lansdowne Road, los Wallabies golpearían de entrada con un try del inigualable Campese, quien también fabricó el segundo, a cargo de Horan. Australia ganarían por 16-6, y esperaban confiados a Inglaterra, seleccionado que tuvo el gran mérito de eliminar a Francia en París y a Escocia en Edimburgo. Lo que ocurrió en la final fue paradójico, porque los Wallabies jamás pudieron imponer condiciones con sus fenomenales tres cuartos y fueron sus forwards -apoyaron entre Tony Daly y Ewen McKenzie, nunca se supo quién fue- los que aportaron el único try del match decisivo. Sufriendo, por un score de 12-6, la final y la Copa William Webb Ellis serían para el equipo que comandaba Nick Farr-Jones. Y si bien el goleador fue el pateador irlandés Ralph Keyes, las grandes figuras las proporcionaría el plantel campeón dirigido por Bob Dwyer, en donde se destacaron el goleador Michael Lynagh, el joven segunda línea John Eales, el punzante y talentoso centro Tim Horan y, fundamentalmente, el wing David Campese, quien fue el arma desequilibrante de los Wallabies. El invento del paso del ganso fue, sin dudas, su más celebre creación y la pesadilla de las defensas rivales.
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