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La increíble historia del Mundial de 1995

El Mundial de 1995 llegó con sorpresas y polémicas en un país, Sudáfrica, que aún arrastraba lógicos conflictos socioculturales luego de abolirse el régimen de segregación racial conocido como Apartheid. Los Springboks ya competían sin restricciones desde 1992 y participaron por primera vez de una Copa del Mundo, nada menos que como dueños de casa.

Con Nelson Mandela como símbolo de un país que se abría al mundo, la Copa Williams Webb Ellis se puso en juego con los candidatos de siempre, Nueva Zelanda, Australia, Inglaterra, Francia y, por supuesto, el conjunto local. Para Los Pumas, el objetivo era avanzar a cuartos de final por primera vez en una zona que tenía a Inglaterra como neto favorito y a Samoa e Italia como rivales a vencer para lograr ese propósito.

Pero siempre los tiempos premundiales fueron traumáticos para el rugby argentino. A fines de 1994 y luego de una interesante gira justamente por Sudáfrica, José Fernández y Héctor Méndez pegaron el portazo al no sentirse apoyados por la dirigencia de la UAR. En reemplazo de esa pareja emblemática, asumieron Alejandro Petra y Ricardo Paganini, entrenadores respaldados por buenos resultados conseguidos como técnicos en Tucumán y Rosario, respectivamente, pero con pocas afinidades rugbísticas.

De todos modos y más allá de esas diferencias de escuela y estilo, Petra y Paganini armaron un equipo competitivo, pero marcado por el infortunio. En la gira previa por Australia, Los Pumas se quedaron sin Gonzalo Camardón y Santiago Mesón, dos de los jugadores más valiosos de la época. Ya en pleno Mundial, tampoco la fortuna ayudó demasiado. En el debut con Inglaterra, se perdió por seis de diferencia ante un rival que sólo sumó por la puntería de Rob Andrew, mientras los argentinos desperdiciaron penales y anotaron dos tries por medio de Patricio Noriega y de Lisandro Arbizu.

En el segundo compromiso con Samoa, Los Pumas llegaron a sacar trece puntos de ventaja apenas se inició el segundo tiempo, en un desarrollo dominado a voluntad por los argentinos. Por caso, todavía se recuerdan los tries increíbles que se perdieron adentro del ingoal samoano Federico Méndez y Martín Terán. Sin embargo, con el fuerte viento en contra en East London, se vino la reacción de los isleños, mientras un increíble efecto dominó se ensañaba con Los Pumas, que cometían errores en cadena y quedaban abajo en el score por seis de diferencia.

Quedaba el último esfuerzo de un pack que tenía una primera línea formidable con Noriega, Méndez y Matías Corral, mientras el Orco Viel, Rolando Martin y el Cheto Santamarina también rendían a pleno. Y la oportunidad estuvo allí con una serie de scrums en cinco yardas que los samoanos derrumbaron sin pudor y reiteradamente. Pero para el árbitro neozelandés Dave Bishop, no hubo try penal y sí final del partido y de la aventura argentina por la clasificación en Sudáfrica.

Restaba el encuentro con Italia -también eliminado-. Para colmo, dos argentinos con la camiseta azzurra, Diego Domínguez y Mario Gerosa fueron fundamentales en la victoria italiana, también por seis de distancia.

Mientras tanto el torneo seguía, con alternativas para todos los gustos. Sudáfrica avanzó impetuosamente más allá del escándalo del partido con Canadá, que desencadenó la suspensión de los Springboks James Dalton y Pieter Hendricks, lo que le abrió las puertas de la titularidad a Chester Williams, el wing que debutó en cuartos de final con cuatro tries a Samoa.

Precisamente en esa instancia, Francia arrasó con Irlanda, los All Blacks apabullaron a Escocia con su estrella naciente Jonah Lomu y, en el duelo más apretado, Inglaterra se despachó al campeón defensor, Australia, con un drop decisivo, cuando no, de Rob Andrew.

En semifinales, los neozelandeses, con Lomu como estandarte, no le dieron chances a Inglaterra en Ciudad del Cabo en una de las producciones más espectaculares del Mundial. Cuatro tries impresionantes del gigante wing y hasta un drop de Zinzan Brooke consumaron la fiesta kiwi. Más penurias pasó Sudáfrica que, bajo el diluvio en Durban, quebró la resistencia de Francia con un try dudoso de Ruben Kruger y suspiró aliviado cuando a Les Bleus no le dieron un try en una jugada de características similares con Abdel Benazzi como protagonista.

Y llegó la final, que en un clásico del rugby enfrentaba la opulencia ofensiva de los All Blacks con la garra defensiva de los Springboks. Fue un duelo tenso, vibrante más allá de que no hubo tries y con Andrew Merhtens y Joel Stransky, los pateadores, como actores principales. Finalmente, prevaleció el conjunto sudafricano que neutralizó a Lomu y mandó la final a tiempo suplementario.

En ese desenlace cargado de emoción en el Ellis Park de Johannesburgo, un drop de Stransky sentenció el triunfo y el título para los Springboks. Con Francois Peinaar, que en la final apareció en su esplendor, recibiendo la copa de manos de un Nelson Mandela orgulloso, sonriente y que para la ocasión dejó sus camisolas multicolores para lucir la camiseta verde que también vistió toda una nación.

Mientras la fiesta siguió por días surgieron las denuncias neozelandesas de que sus jugadores habían sido intoxicados con té en la tarde previa a la final, aunque el asunto no consiguió traspasar los límites de la sospecha y la fábula. Sin embargo, en paralelo con los tries y las grandes victorias hubo otro Mundial que se jugó subterráneamente y en el que no cabían las fantasías: el rugby ya estaba listo para dar el salto histórico hacia el profesionalismo.

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