ESPNdeportes.com 17y

Su majestad, Roger

BUENOS AIRES -- Grande. Más grande que nunca. Genio y figura. Monstruo e ídolo. Los adjetivos calificativos para describirlo parecen escasos, si hasta suenan a poco ante semejante aureola de superestrella. Es que su grandeza es tal ante el paso del tiempo, a la vez que acumula más y más títulos y récords, que nos obliga a seguir desempolvando los libros para encontrar más marcas de esas que hacen historia. Es que él es eso: historia pura.

Roger Federer, esa maquinita de ganar, ese diestro suizo de 26 años que juega de maravillas, que triunfa aún cuando no rinde en su plenitud, que suele destrozar a los rivales y que en pocas ocasiones les abre puertas a algunos adversarios demostrando que también es humano pero se las cierra de inmediato, es sinónimo de triunfos, de gloria, de rey. Es que acaba de obtener su cuarta corona seguida en el US Open y ahora suma 12 de Grand Slam.

Sí, lo que veníamos imaginándonos y pronosticando en los últimos tres años continúa haciéndose realidad y el helvético agiganta su figura a cada paso, pero especialmente en los Mayors, allí donde cada victoria tiene un valor extra. Por eso, ya igualó al australiano Roy Emerson y se ubicó a apenas dos títulos "grandes" del estadounidense Pete Sampras, el varón que más Grand Slam se adjudicó en la historia del deporte blanco.

Por eso, antes de subrayar y analizar lo que fue su nuevo camino hacia el éxito en Nueva York, reparemos en aquellas marcas y hazañas que Federer sigue logrando. Es lo que sirve, al fin de cuentas, para graficar aún más que no se trata, por si aún quedaba algún desprevenido, de un campeón más. Es que él es un supercampeón de esos que no abundan, que cuesta encontrar tan rápido y por eso mismo hay que valorarlo en su real dimensión.

ENTRE LOS MÁS GRANDES
El primer punto a considerar es, indudablemente, el más importante: el de la carrera en busca de ser el hombre con más títulos Mayors de todos los tiempos. Es que su cosecha, lejos de frenarse o sufrir contratiempos, está más al rojo vivo que nunca. Ahora dejó atrás nada menos que a dos genios, ya que el australiano Rod Laver y el sueco Björn Borg ganaron 11 torneos "grandes" en sus brillantes e inolvidables trayectorias.

Por eso, ya empató a Emerson, con 12, y va en camino de la proeza de Sampras, quien justamente logró su 14º y último Grand Slam en el Abierto de Estados Unidos del 2002, hace cinco años, en su último certamen. Por entonces, Federer se codeaba entre los mayores, a menos de 12 meses de su primera gran alegría, en Wimbledon 2003. Y acá vale la pena entender lo que significa ganar una docena de Mayors en sólo cuatro años y dos meses.

Sin dudas, se trata de un despropósito. El suizo es el primero en conseguir semejante marca. Y va por muchas más. En total, estas son sus 12 coronas "grandes": cinco Wimbledon (2003, 2004, 2005, 2006 y 2007), cuatro US Open (2004, 2005, 2006 y 2007) y tres Abierto de Australia (2004, 2006 y 2007). Sin dudas, quiere sacarse la espina que tiene clavada en Roland Garros, donde ya arribó a la final en las dos últimas ediciones.

Ese detalle de consagraciones nos refleja el contundente dato de que en tres temporadas, las del 2004, 2006 y la actual, Federer obtuvo tres de las cuatro máximas citas. Su récord en finales de Grand Slam es de 12-2, porque perdió con su escolta en el ránking mundial, el español Rafael Nadal, en las dos citadas en la lenta arcilla de París. Y aún más: su foja es de 12-0 en definiciones de Mayors en superficies rápidas. Decididamente, extraordinario, imponente, inédito.

Por eso todos lo admiran, lo quieren copiar y lo toman como el modelo a copiar. Aunque es de esa raza de campeones imposible de imitar, por su estirpe ganadora, su talento, su fe inquebrantable y esa actitud para ir al frente, de la mano de una propuesta agresiva, ofensiva, dúctil y vistosa. Claro que sufre algunos baches, que no siempre puede rendir a full, pero no por casualidad festeja tanto y es dueño de tamaños récords. Ah, y todavía tiene cuerda para rato.

Otro plus del suizo es que es muy respetado también por sus magistrales condiciones humanas, siendo cultor del perfil bajo, con esa humildad propia de los grandes. Y eso, en la altísima competencia, no es fácil de encontrar. Es más: el mismísimo Borg quiere y confía en que algún día Federer gane el Abierto de Francia. Y el suizo busca el Grand Slam completo, intentando ser el tercer varón en ganar los cuatro Mayors en la misma temporada.

Tan grande es y lo ven así sus principales enemigos deportivos que Nadal lo felicita a cada paso y ahora lo hizo el también joven Novak Djokovic, el serbio que le dio ciertos sustos pero cayó en su primera final "grande", en el caliente cemento de Flushing Meadows. Con un patrón de juego que nos recuerda al de Sampras, apoyado en el saque y la derecha como principales armas, también lo es el hecho de seguir buscando más y más gloria.

Seguramente Roger es un poco más completo que Pistol Pete, aunque las comparaciones suelen ser odiosas, ya que progresó una enormidad con el revés a una mano, logrando más variantes. Y pensar que Federer venía de igualar a Borg con el récord de los cinco títulos consecutivos en el veloz césped de Londres y ahora se convirtió en el primer hombre en la era profesional que gana por partida doble en Wimbledon y el US Open durante cuatro años al hilo.

Esto ratifica que su sed de éxitos es insaciable. Se prepara siempre muy bien, con los descansos necesarios, para cada Mayor, lo que también nos hace recordar a Sampras. Es que sabe que una copa de esas vale por muchas otras. Es tan ganador que ya acumula 51 títulos profesionales (sólo perdió 16 definiciones) y volvemos a reparar en que tiene 26 años. Por eso, aún con rivales que piden pista en serio, tiene todo el crédito abierto.

Otro dato inapelable que confirma aún más su amplio e histórico reinado en el circuito ATP es que ahora disputó en Nueva York las finales de los 10 últimos certámenes de Grand Slam. Es decir, que desde su triunfo en Wimbledon 2005 no faltó a ninguna definición "grande". Y tan genial es su tenis que lleva 138 victorias y 22 derrotas en partidos en los Mayors en toda su excelente carrera, algo inusual en cualquier otro terrenal.

CON PULSO Y CON LA CAMISETA
En el mundo del fútbol, mucho se escucha de los amantes del resultado puro que "las finales no se juegan, se ganan". Nos gusta el lirismo, el virtuosismo, el hecho de ver tenis de lo mejor y, si se gana, aún mejor todavía; pero nadie puede dudar que Federer más de una vez le hace caso a esa repetida frase y termina imponiéndose aún cuando no actúa como tan bien suele hacerlo. Y ese plus vale oro.

El suizo, por lo general, va de menor a mayor en las citas máximas, a sabiendas de que hay que estar más concentrado y preciso a la hora de la verdad, a partir de los octavos o cuartos de final, cuando aparecen en escena los adversarios más exigentes y empieza a escribirse la historia grande. Este no fue el caso, precisamente. Sí jugó su mejor partido en cuartos, cuando trituró la ilusión del último local, Andy Roddick, en tres sets.

Esa noche estuvo iluminado como en sus mejores días, justo ante su víctima en la final del US Open del año anterior. Después tuvo evidentes y hasta extraños altibajos contra el ruso Nikolay Davydenko, un rival de otro estilo, no ofensivo y durísimo con el servicio, como el ídolo estadounidense, sino contragolpeador y velocísimo desde el fondo. Y volvió a mostrarse inestable en la mismísima definición frente a Djokovic, muy sólido y veloz desde la base, parecido en cierta manera al ruso.

Pero Federer es tan genio por el hecho de que saca a relucir su mejor versión en los momentos más duros y decisivos. Y vaya si lo demostró ante el novato serbio. Veamos: levantó cinco set-points en el primer parcial y otros dos en el segundo, donde quedó 1-4. Su mente positiva y su saque le devolvieron la sonrisa, a la vez que su rival se diluyó entre errores inadmisibles por tratarse de una final tan pesada y frente a semejante monstruo.

Ya dijimos en diversas oportunidades que el oportunismo es una virtud definitoria, letal, sobre todo en el más alto nivel. Y vaya si lo aprovechó Federer. Resurgió de las cenizas en los dos sets y terminó saliendo más fortalecido que nunca, dejando atrás la tensión y los errores que también él puede cometer. Hasta fue desmedido que Djokovic, el Nº 3 del mundo, no haya al menos logrado un set, como el propio rey lo reconoció en la premiación. La experiencia pesó ante la inexperiencia.

Por eso, más allá de que Federer comentó que le temblaban las manos antes de entrar en la cancha para la gran final, quedó en claro que cuando debió tirarle la camiseta lo hizo sin vacilar. Allí cuando más lo necesitó, el pulso no le tembló. Por el contrario, estuvo más agresivo y tomó riesgos con su oportunista servicio. Encontró la luz en una historia que pudo ser distinta, al menos en el desarrollo, pero que él se encargó de enderezar.

Así, Federer se puso 5-1 en el historial personal ante Djokovic, tomándose revancha de la final perdida con lo justo, hace un mes, en Montreal. Esta vez, en un Grand Slam, con el marco más impactante, en el estadio de tenis más grande del planeta y en pro de otra hazaña de su marca registrada, fue el suizo el que rió último. Y el divertido e imitador serbio debió rendirse ante su majestad. El rey celebra como nunca: la historia le pertenece y la sigue escribiendo a cada paso.

^ Al Inicio ^