Mariano Hamilton 2y

La tragedia de Munich

BUENOS AIRES -- La humanidad está plagada de este tipo de situaciones. Hechos que cambian el rumbo de las cosas en general y, ni que hablar, de lo que ocurre con los individuos directamente involucrados.

Encuentros fortuitos que devienen en amores increíbles, desencuentros que abortan posibles historias paralelas, enfermedades que terminan con vidas que podrían haber sido maravillosas, llegadas tarde o temprano que desembocan en rupturas definitivas,

Para citar algunos ejemplos arbitrarios, raros:

¿Qué hubiera sido de la Alemania y de la humanidad si Adolf Hitler hubiera muerto durante un ataque de gases en la Primera Guerra Mundial? O, sin ser tan dramáticos, si la ceguera temporal que le produjo aquel incidente en realidad lo hubiera dejado sin vista para siempre.

¿Qué hubiera sido de la vida de Simone de Beauvoir si no se hubiera cruzado en los jardines de Luxemburgo con ese enanito feo y contrahecho llamado Jean Paul Sartre?

¿Qué hubiera pasado con la vida del doctor Ernesto Guevara si no se hubiera cruzado con un tal Fidel Castro en una reunión en México?

¿O si no se le hubiera caído a Newton una manzana cerca?

¿O si Bobby Charlton y Dennis Viollet no hubieran cambiado de asiento con David Pegg y Tommy Taylor en el vuelo el vuelo 817 de la British European Airways, proveniente de Belgrado, que hacía escala en Munich para aprovisionarse de combustible?

¿O si Duncan Edwards no hubiera muerto en aquel accidente?

O tal vez algo previo. ¿Qué hubiera pasado con el fútbol inglés si el piloto James Thain no se hubiera encaprichado en despegar pese a la terrible tormenta que azotaba el lugar, después de dos intentos fallidos?

La cuestión es que la tragedia ocurrió. Que Thain intentó despegar por tercera vez, que el avión patinó en el agua nieve de la pista, que luego de tomar algo de altura se precipitó a tierra sobre una casa deshabitada, que Charlton y Viollet salvaron sus vidas, que Pegg y Taylor murieron al instante y que Duncan Edwards de tan sólo 21 años, tal vez el mejor futbolista de la historia del fútbol inglés, dejó de existir luego de 15 días de agonía en el hospital Rechts der Isar de Múnich.

LA HISTORIA QUE FUE...
El Manchester era un equipo joven, formado por Matt Busby, quien había asumido la dirección técnica en 1945, después de la Segunda Guerra Mundial.

No fue fácil el trabajo de Busby, quien recién vio como sus ideas florecían once años después, en 1956, cuando el Manchester ganó la Liga con un promedio de 22 años en su plantel y con un jovencito llamado Duncan Edwards, que la rompía con un estilo bastante parecido al que, por aquellos años, desarrollaba Alfredo Di Stéfano en el Real Madrid.

Edwards hacía pie en el mediocampo pero asistía a defensores y delanteros con un despliegue maravilloso (inusitado para aquellos años), con talento y habilidad. Era el corazón del equipo, el dueño del vestuario, el líder indiscutido.

Repitió el título de Liga en 1957 y fue finalista de la Fed Cup el mismo año -cayó con el Aston Villa-. Y perdió en la semifinal de la Copa de Campeones de Europa con el Real Madrid, al caer por 5-3 en el global. Pese a esos intentos fallidos de quedarse con todos los títulos de la temporada, nadie dudaba que se venía una década de dominación del Manchester. Edwards y sus muchachos así se lo hacían saber a quien los fuera a ver.

El 5 de febrero de 1958 el Manchester enfrentó al Estrella Roja por los cuartos de final de la Copa de Campeones. La semana anterior el equipo inglés había ganado 2-1 por lo que el empate 3-3 (con dos goles de Charlton y uno de Viollet para el 3-0 parcial en sólo 17 minutos del primer tiempo) lo depositó en semifinales, en donde debería enfrentar al Milan.

Un día después el equipo estaba dispuesto a partir rumbo a Londres, pero todo se demoró una hora, ya que Johnny Barry había perdido el pasaporte y las autoridades yugoslavas se complicaban la salida del país.

Finalmente el trámite se aclaró y el Airspeed Ambassador, matrícula G-ALZO, al mando del capitán James Thain partió de Belgrado rumbo a Munich, en donde se realizaría una escala para reaprovisionar combustible.

Durante la escala, Pegg y Taylor les cambiaron los asientos al joven Charlton y a Viollet, ya que querían irse al fondo del avión para dormir.

Todos estaban algo nerviosos, ya que el avión intentó dos despegues pero no pudo tomar altura suficiente porque las ruedas patinaba en la pista por la intensa lluvia helada que caía sobre la ciudad. Desde la torre de control le sugirieron a Thain que pospusiera la partida, pero éste se negó y forzó el cuarto intento a las 3:04 de la tarde. El avión se elevó un centenar de metros y, ante el terror de todos, se precipitó a tierra a trescientos metros del aeropuerto, sobre una casa deshabitada.

El avión se partió al medio y se encendió. La mayoría del pasaje había quedado atrapado entre las llamas, salvo el arquero Harry Gregg, quien había sido despedido a unos 30 metros del accidente. La fortaleza física de Gregg fue decisiva para que muriera menos gente. El irlandés, pese a sus heridas, sacó del avión a Charlton, Viollet, a Busby y a la pasajera Vera Lukic y a su hija Venona. Gregg, de allí en más, fue recordado por siempre como El héroe de Munich.

Murieron en el accidente los jugadores Geoff Bent, Roger Byrne, Eddie Colman, Duncan Edwards (después de 15 días, el 21 del febrero), Mark Jones, David Pegg, Tommy Taylor y Liam Whelan; los dirigentes Walter Crickmer, Bert Whalley; el entrenador Tom Curry (reemplazó a Jimmy Murphy, quien no pudo viajar a último momento); los periodistas que acompañaban al equipo Alf Clarke (Manchester Evening Chronicle), Don Davies (Manchester Guardian), George Follows (Daily Herald), Tom Jackson (Manchester Evening News), Archie Ledbrooke (Daily Mirror), Henry Rose (Daily Express), Eric Thompson (Daily Mail) y Frank Swift (del News of the World y ex arquero del Manchester City); el capitán Kenneth Rayment (copiloto), Bela Miklos (agente de viajes), Willie Satinoff (aficionado) y Tom Cable (asistente de la tripulación).

Salvaron sus vidas los futbolistas Johnny Berry, Jackie Blanchflower, Dennis Viollet, Ray Wood, Bobby Charlton, Bill Foulkes, Harry Gregg, Ken Morgans y Albert Scanlon; y Matt Busby (entrenador), Frank Taylor (periodista), James Thain (capitán), George Rodgers (oficial de radio), Peter Howard y Ted Ellyard (fotógrafos), Vera Lukic y su hija Venona (pasajeras), la señora de Miklos (esposa de Bela Miklos), el señor Tomasevic (pasajero) y Rosemary Cheverton y Margaret Bellis (ambas azafatas).

LA HISTORIA CORREGIDA...
Con el desastre consumado, todo el escenario cambió. Muchos de los Busby Babes habían muerto en el accidente, la estrella del equipo estaba postrada a la espera de un riñón artificial, el entrenador recibió dos veces la extremaunción debido a la gravedad de sus heridas y el resto del equipo se recuperaba de los diferentes lesiones que habían sufrido.

El mundo estaba paralizado por la noticia. Busby, en un intento por levantarle la moral a los millones de Diablos Rojos que rezaban por sus vidas, envió un mensaje desde el hospital Rechts der Isar: "Damas y caballeros, les hablo desde una cama en el hospital de Munich. Después del accidente sufrido hace aproximadamente un mes, les gustará saber que los jugadores que quedan y yo mismo nos estamos recuperando poco a poco". La declaración de Busby llegó pocos días después de que se supiera que Duncan Edwards no había podido resistir, pero el técnico todavía no había sido informado, porque se temía que su estado pudiera empeorar ante la mala noticia.

El futuro se transformó en algo muy complejo para los jugadores del Manchester no sólo en lo deportivo (recién el equipo volvería a recuperar su gloria en 1963, con el equipo de Charlton, Best y Law), sino en lo cotidiano.

Sólo Gregg, Charlton, Foulkes y Dennis Viollet volvieron regularmente en el Manchester.

Morgans, Scanlon y Ray Wood, se despidieron rápidamente del equipo para seguir sus carreras en conjuntos de menor importancia.

Pero los que más sufrieron en vida fueron Johnny Berry y Jackie Blanchflower, quienes jamás volvieron a ingresar a un campo de juego. Berry, aquel que podría haber salvado a todos de la tragedia por la pérdida de su pasaporte, sufrió la rotura del cráneo con pérdida de memoria. Recién un mes después de la tragedia recuperó el conocimiento pero jamás pudo volver a recordar las horas previas al accidente. Murió el 23 de septiembre de 1994, a los 68 años, tras sufrir un infarto.

Jackie Blanchflower tampoco pudo volver a jugar debido una rotura de cadera. Murió el 2 de septiembre de 1998.

Si el retiro anticipado fue duro, ni que hablar de la sensación que experimentaron estos dos jugadores cuando, en plena recuperación, el club les comunicó que debían abandonar las casas que ocupaban para que fueran cedidas a las nuevas adquisiciones del Manchester. Un ejemplo más de la falta de sensibilidad de tantas personas que ocupan lugares de decisión en clubes de fútbol o en empresas. Son gente que, puestos a decidir, normalmente toman el camino equivocado.

El miércoles 6 de febrero de 2008 se cumplen 50 años de una tragedia que marcó al mundo deportivo. Habrá varios homenajes. El 6 se celebrará un funeral en Old Trafford y, por la noche, cuando Inglaterra juegue contra Suiza en Wembley, los futbolistas llevarán brazaletes negros.

Y el domingo 10, nuevamente en el Old Trafford, se recordará la tragedia antes del partido entre el Manchester United y el Manchester City. Vale decir que Matt Busby fue jugador del City en la década del 30, lo mismo que otra víctima de la tragedia, el ex arquero y por entonces periodista Frank Swift, quien por muchos es considerado el mejor arquero inglés de la historia.

"Algunos se preguntaban si el Manchester United seguiría existiendo después de la tragedia de Munich -rememora sir Bobby Charlton, que se subió al avión con 20 años y escapó a las llamas gracias a Gregg para transformarse en una leyenda viviente-. No tengo forma de pensar las cosas en perspectiva. Sólo sé que la pena que me causó la muerte de mis compañeros, que ahora comprendo que eran unos niños, fue algo que me marcó para siempre".

Como también lo hizo con Morrissey, quien dejó estos versos como homenaje en su canción Munich Air Disaster 1958: "Les echamos de menos, cada noche les besamos. Sus caras están grabadas en nuestras cabezas. Me gustaría haber caído con ustedes".

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