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Yo vengo a ofrecer mi corazón

BUENOS AIRES -- ¿Quién no conoce a una de esas personas a las que todo el mundo quiere?

Son pocas, pero cada tanto nos cruzamos con esa gente que es respetada y adorada por todos los que la rodean: amigos, compañeros de trabajo, familiares... En mi medio, el del tenis, hablar de alguien así es necesariamente hablar de Gustavo Kuerten.

Además de ser uno de los mejores tenistas de la historia del tenis latinoamericano, Guga es una persona que nos enamoró a todos por igual: compañeros, contrincantes, periodistas y en general a todas las personas que alguna vez tuvimos la posibilidad de conocerlo.

La historia de Guga, al menos del Guga que yo conozco, comenzó tenísticamente en Florianópolis, donde un día tuvo que decidirse entre su tabla de surf, con la que pasaba horas y horas en las playas de su ciudad natal jugando con las olas, o la raqueta. Esa "herramienta" que Dios le puso en las manos para deslumbrar a todo su país y convertirse en ídolo nacional.

A Guga lo vi por primera vez y empecé a conocerlo en un Sudamericano de 16 años en Caracas, Venezuela. Allí no había, todavía, ningún nombre propio: ni Gustavo Kuerten, ni Paola Suárez, ni nada... sólo había adolescentes que tenían la posibilidad de representar a sus respectivos países y que soñaban con ser, algún día, tenistas profesionales.

Claro que no había nada seguro, no: nadie tenía la certeza de que algún día sería grande y ni siquiera que podría vivir de este deporte. A todos nos veían talentosos, todos sentíamos que teníamos futuro, pero al final del día, éramos simplemente chicos que jugaban al tenis.

En aquel torneo, entre muchos otros, había un brasileño flaco, alto, al que se le movía la cabeza al caminar y al que todos llamaban Periscopio. Ese flaquito nos caía bien a todos, por su "buena onda" y su sentido del humor. Era, ya de bien chiquito, uno de los mas carismáticos de aquella generación, que luego se convirtió en una de las mejores del tenis de nuestra región.

Pasaron los años y, quién lo iba a decir, el garoto creció tenísticamente hasta hacerse gigante. Ganó Roland Garros, Monte-Carlo, el Masters, fue número 1 del mundo... ¿qué más puedo contarles de su carrera que ustedes ya no conozcan?

Pero, ¿saben una cosa? Lo mejor de todo no fueron ni sus trofeos ni sus passing-shots inolvidables. Lo mejor de todo es que Guga nunca dejó de ser aquel adolescente que tanto nos hacía divertir a todos y que tanto cariño repartía por donde quiera que fuera.

Guga creció como tenista y como persona, pero nunca se dejó marear por el éxito ni por el dinero. Siguió siendo el mismo que fue siempre, y además, hizo que los que lo rodeaban crecieran y aprendieran muchas cosas de él.

Podrán imaginar que los circuitos WTA y ATP son entornos de extrema competitividad, donde se da la extraña situación de que la persona con la que un día te toca compartir la mesa, al otro día es tu rival en una lucha de máximo nivel. Pues Guga fue seguramente el pionero en el Tour en demostrar que se podía vivir en paz con esa aparente contradicción, con esa filosofía tan particular que tenía gracias a la cual nunca percibió a nadie como su "enemigo".

Eso le permitió, al mismo tiempo que competía contra los mejores tenistas del mundo en giras interminables, llevar una vida paralela en la que disfrutaba de sus hobbies. No era extraño verlo cantando con la guitarra en su habitación de hotel rodeado de compañeros, en lo que eran noches de gloria para unos y de tristeza para otros, porque en este deporte todos los días hay alguien que gana y alguien que pierde. Aunque con Guga, la diferencia era que ganábamos todos.

En la sala de estar de los jugadores en los torneos, la llamada Players' Lounge, hay personas a las que todo el mundo mira, habitualmente por ser los mejores del mundo. Guga era uno de ellos, pero como a su tenis le sumó esa calidad humana, a la hora de pasar a la historia lo hará como uno de los número 1 más carismáticos, queridos y respetados de la historia.

Con su humildad y su simpatía, dejó una lección para todos los integrantes del circuito de tenis profesional: uno no ha de ser respetado por su posición en el ránking, sino por su calidad humana. Jamás pasaba por delante de una persona sin saludarla, no importaba si era el director del torneo o un empleado del club. Con su eterna sonrisa en la cara y un "¡Bom día!", seguramente ahí sigue pasando él, Gustavo Kuerten.

Este domingo 25 de mayo de 2008, en París, la gente tuvo el privilegio de verlo retirarse en el lugar donde empezó a escribir su leyenda, en las canchas de Roland Garros, donde perdió con Paul-Henri Mathieu por 6-3, 6-4 y 6-2 dejando pinceladas de su tenis, pese a jugar casi la mitad del partido con dolores en la cadera.

Allí, sobre el polvo de ladrillo parisino, se dio a conocer al mundo entero en 1997 y le ofrendó al pueblo brasileño días de gloria. Todo un país vivió pegado al televisor, desde las favelas hasta las mansiones de Barra de Tijuca en Rio de Janeiro. Todos juntos, todos con Guga, como si de un Mundial de fútbol se tratara. Un ídolo nacía y todo un país se rendía ante la mejor raqueta que jamás haya visto Brasil.

Fue su última vez en la Phillipe Chatrier, una de las catedrales del tenis mundial. Se despidió de un deporte que fue su vida y se despidió también de París y de Francia entera, de sus fans, de sus compañeros y de los días de gloria que el tenis le ha regalado.

Pero aquel corazón que un día dibujó para el mundo entero en esa misma cancha, vivirá para siempre en la memoria de todos los que amamos este deporte.