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El factor humano

BUENOS AIRES -- La alianza doping-deporte parece indestructible. Por mucho que se esfuercen (en serio o para la tribuna) las autoridades de todas las federaciones del mundo, por mucho que se amplíe el listado de sustancias prohibidas, el panorama presagia una derrota clara para los combatientes antidroga. La explicación es muy simple y la dio el fisiólogo sueco Bengt Saltin: "Se usa doping para ganar, no para aguantar".

Dado que las competencias de elite no son precisamente un pasatiempo donde los resultados aportan sólo un dato de color, suena muy razonable la influencia constante de los laboratorios. Para erradicar el doping habría que desmontar la lógica del deporte moderno, la más poderosa y rentable industria del espectáculo. No aumentar las penas y los controles que, a lo sumo, derivan en pócimas de mayor complejidad, que resisten las pesquisas.

Pero como el baile está muy avanzado, es difícil que se suspenda; así que conviene aprender la música. Los legos siempre asociamos el doping con la resistencia y cada tanto chequeamos esa presunción con los títulos catástrofe del ciclismo, disciplina de pruebas extenuantes. Un ejemplo caricaturesco es el famoso "pote belga", compuesto de heroína, cocaína, anfetaminas y analgésicos que se traficaba desde Bégica a Francia y cuyo consumo se detectó incluso ¡en carreras de amateurs!

Claro que los ciclistas no son los William Burroughs del deporte, ni la ayuda de productos químicos tiene un vínculo de mano única con los esfuerzos maratónicos. Sus aplicaciones son múltiples y todas se concentran en la palabra sagrada: ganar.
Un caso para atender es el del tirador norcoreano Kim Jong, recientemente expulsado de los Juegos Olímpicos (le quitaron las dos medallas que había obtenido) por usar propanolol. ¿Para qué querría una droga prohibida un estático deportista que apuesta su suerte al pulso y la concentración? Tal es la pregunta obligada frente a las primeras líneas de la información. Pero una lectura más atenta y una hojeada al vademécum nos aclaran las cosas.

El propanolol es un fármaco que pertenece al grupo de los betabloquantes y su efecto es la reducción de la fuerza y la frecuencia cardíacas, de modo que también disminuye la presión con la que la sangre sale del corazón hacia los vasos sanguíneos. Prescrito para cuadros de hipertensión, el propanolol también se utiliza para el llamado temblor esencial, así como la taquicardia y los temblores asociados a la ansiedad. Y aquí llegamos a la avivada de Kim Jong, quien debe haber ostentado un pulso robótico, a salvo de toda vacilación.

Si uno se pone a pensar en las variadísimas características de los deportes, concluye que la Villa Olímpica sería la Meca de cualquier visitador médico: podría repartir desde medicamentos contra el vértigo para los que saltan con garrocha hasta pastillitas para extremar la sensibilidad manual de los masajistas. En el camino a la perfección, lo importante en cualquier caso es eliminar el factor humano: la debilidad, el reflejo, la duda, las reacciones orgánicas inadecuadas y, en el mejor de los casos, el registro de la situación.

Hay una coincidencia llamativa. Según estudios psiquiátricos referidos por la revista "Nature", el propanolol bloquea los neurotransmisores involucrados en la fijación de los recuerdos. Por lo tanto, sería efectivo para casos de estrés postraumático, es decir que ayudaría a borrar de la memoria los momentos de pánico vividos.

Según la misma publicación, ya se comenzó a trabajar en pruebas clínicas con pacientes que padecen el cuadro. Sin embargo, algunas denuncias (el poeta Juan Gelman, por ejemplo) señalan que la droga ya se aplica sistemáticamente a los soldados estadounidenses que combaten en Irak con el fin de atenuar las consecuencias psicológicas de experiencias aberrantes. Una gragea después de cada comida y aquí no ha pasado nada. Equiparar el funcionamiento de una atleta al de un marine no parece un ideal deportivo muy alentador.

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