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24 años después

CIUDAD DE MÉXICO -- Parece que fue hace mucho, ¡pero mucho tiempo! cuando los andarines mexicanos Ernesto Canto y Raúl González cruzaron la línea de meta para darle a México uno de los momentos más brillantes en su historia olímpica.

Y a Ernesto Canto no le bastó una, sino que fueron dos, las medallas con las que pasó a la historia en aquellos Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984.

Y su hazaña es memorable, especialmente porque en México nunca han existido las condiciones de apoyo idóneas al deporte de alto rendimiento. Pero -porque siempre hay un pero- la suerte de los marchistas mexicanos pasó por la escuela que hizo Jersy Hausleber en nuestro país ante las condiciones políticas de Polonia, su tierra natal.

Ese fue el gran secreto por el que la marcha mexicana nos ha dado grandes satisfacciones. Bueno, siempre y cuando no se les crucen los jueces que son exageradamente implacables con los nuestros y benévolos con los competidores de la Europa Oriental.

Desde que en aquella Olimpiada sonó el himno mexicano en dos ocasiones, no habíamos visto a otro atleta mexicano varón, subir al lugar de honor, y entonarlo con tanta emoción como esta mañana, noche en Beijing, lo hiciera el michoacano Guillermo Pérez, que pasa a la historia como el medallista de oro número 11 para este México nuestro.

Entre esos dos momentos históricos, sólo una mujer consiguió la misma hazaña y fue la primera en lograrlo: Soraya Jiménez en levantamiento de pesas en Sydney 2000. Curiosamente los tres medallistas de oro, son hoy día comentaristas para las televisoras mexicanas en los Juegos Olímpicos chinos.

Hoy, el chico de férrea voluntad, que se sentía atraído a este deporte cuando de pequeño pasaba frente a una escuela de taekwondo para abordar el camión rumbo a la escuela en Uruapán, Michoacán, coronó el sueño de todo atleta: ver izar su bandera y cantar el himno nacional con la medalla de oro colgada al pecho. ¡Vaya si vibramos con él!

Y como es costumbre, rapidito saltaron a los medios esas historias que conmueven e indignan cuando se trata de un campeón olímpico de países como México. Y con más dolor que euforia, muchos relataron el hecho de que fue gracias a una kermés, que organizaron con amigos y vecinos, que lograron recabar recursos para que sus padres pudieran acompañarle en el camino a la gloria olímpica.

¡Cómo tiene que ser! Porque antes de ser campeón mundial a Guillermo se le destinaba una beca de dos mil pesos, algo así como 190 dólares... ¿Vergonzoso, verdad? Como aquí las cosas son al revés, sólo cuando se logra la gloria llegan los apoyos y luego esos mismos apoyos en exceso son los que en ocasiones llevan a la ruina al deportista, enfrascado en cientos de compromisos con patrocinadores y dirigentes que tiene que adornarse, con lo que en realidad es un logro personal y familiar.

Pero hoy nada importaba y todo un país, dolido por la inseguridad y el luto por el secuestro, tuvo por fin un motivo para celebrar, un campeón de oro, un mexicano que contra todo se supo enfrentar para llegar a su sueño, ese al que todos aspiran pero sólo muy pocos privilegiados pueden alcanzar.

Guillermo Pérez es desde ese instante, miércoles 20 de agosto a las 08:03 horario local de México, un héroe nacional y aunque no hubo esos impresionantes festejos en el Angel de la Independencia, como cuando se gana en el fútbol, sí fue Guillermo Pérez el que se atrevió a darnos el gozo mayor que se pueda vivir en unos Juegos Olímpicos, incluso más allá del debut de Sven-Göran Eriksson, que sufrió para ver triunfar a su Tri, y apenas con el efecto Cuau y la potencia de Pavel, porque ya los hondureños se aprestaban a hacer de la suyas.

Pero hoy nada vale, hoy es el día de Guillermo Pérez, el michoacano, el soñador, el de la férrea voluntad. ¡El Memo de Oro!

Tuvieron que pasar 24 años.

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