<
>

"La vida sin un poco de locura no es vida"

Sebastián Contursi está entrenando muy fuerte para una pelea a fines del 2009 Diego Suárez para ESPNdeportes.com

Dicen que siempre existe en la trayectoria de un periodista alguna ocasión que amerita transgredir esa regla primordial que exige no escribir en primera persona. Porque, al cabo, nuestra tarea consiste en contar historias acerca de otros, los verdaderos protagonistas.

¿Pero qué pasaría si por alguna razón, inesperadamente, el periodista se viera forzado a convertirse en protagonista? Muy probablemente, relatar la historia en primera persona estaría justificado en ese caso.

De una u otra forma, he estado vinculado estrechamente al boxeo, desde aproximadamente los nueve años de edad, cuando mi tío Lolo me sentó en el living de la casa a ver mi primera pelea. Se trataba, nada menos, que de Pipino Cuevas ante Thomas Hearns, en agosto de 1980.

"¿Quién te gusta de esos dos?", preguntó mi tío, risueñamente. Y yo, sin siquiera saber lo que era un guante, respondí frescamente: "el más alto".

Minutos más tarde, Hearns noqueaba a Pipino y conquistaba su primer título mundial, lo cual no dejó de sorprender a mi tío.

A partir de allí, mirábamos cuanta pelea transmitían por televisión. Era la época de Sugar Ray Leonard, de Marvin Hagler, de Roberto Mano de Piedra Durán, un tiempo inolvidable. Y, de vez en cuando, me llevaba a ver peleas en vivo, a algún club barrial, el mítico estadio Luna Park o la Federación Argentina de Box.

Unos seis años más tarde, a los 14 años de edad, yo mismo comencé a practicar boxeo, en un gimnasio de la calle Laprida, en Buenos Aires, a las órdenes del profesor Atilio (no recuerdo su apellido). Lo hice durante casi dos años y si bien rondaba por mi cabeza la idea de hacer algunas peleas como aficionado, terminé practicando full contact y, más tarde, abandoné todo. Evidentemente, no tenía el fuego sagrado, ni era tan bueno.

Luego me dediqué al periodismo y aquí estoy, casi 18 años después, a punto de comenzar a transitar un nuevo e inusitado camino dentro del boxeo.

Me he propuesto, dentro de algunos meses, realizar un combate. Sí, como lo leen. Y aunque pueda resultar hasta ridículo dados mis casi 38 años de edad, creo estar a tiempo para saldar una vieja deuda pendiente.

La idea surgió a fines del año pasado. Estaba en mi casa revisando cajas con cosas viejas y encontré mi primer par de guantes de boxeo. Rojos, marca Corti, de cerda y de seis onzas. Me invadió cierta nostalgia y en ese momento sentí el primer cosquilleo.

Por esos días tenía que viajar a Córdoba, pues iba a cubrir la preparación del argentino Marcos Maidana, quien se preparaba para combatir por el título mundial de los superligeros de la AMB, ante el ucraniano Andreas Kotelnik.
Durante casi cuatro semanas, compartí la concentración con el equipo de Maidana y fue realmente mucho lo que pude aprender estando allí.

Soy un convencido de que el pugilismo profesional es tan complejo, que para tener una noción acabada los periodistas debemos meternos de lleno --tanto como nos sea posible-- en las preparaciones, en los gimnasios y en todo lo que pueda aportarnos información.

Si bien es cierto que no son muchas las oportunidades que tenemos de hacerlo tan profundamente, siempre es bueno acercarnos, para poder hablar luego con la mayor propiedad posible.

Lo cierto es que durante ese tiempo volvió a picarme "el bichito" de volver a ponerme los guantes. Además --nada es casualidad, claro-- hacía ya varios meses que me había propuesto mejorar mi calidad de vida. Hacía muchos años que no realizaba ninguna actividad física, estaba demasiado gordo, fumaba bastante, comía cualquier cosa y a cualquier hora y mi profesión es de por sí bastante sedentaria.

Intenté, entonces, aprovechar la situación de estar rodeado de boxeadores profesionales en su hábitat, pero realmente no tuve la fuerza de voluntad necesaria y en seguida abandoné mi propósito.

Pero en mi cabeza quedó rondando la idea de decidirme, de una vez por todas.

Unos meses más tarde, en marzo pasado, vi la película "El Luchador" (The Wrestler), con una excepcional actuación del viejo Mickey Rourke. Y esa terminó siendo la inspiración definitiva que necesitaba.

No sólo por la determinación demostrada por Randy Robinson, el personaje principal del film, que a pesar de ser un veterano deteriorado y enfermo entregó alma y vida a lo que más amaba, sino porque el propio Mickey Rourke hizo algo parecido en la vida real, cuando a sus 39 años se decidió a debutar como boxeador profesional.

En ese momento, se me ocurrió que la meta más real posible sería, por ejemplo, prepararme para realizar un guanteo o, mejor aún, un simulacro de pelea real ante algún boxeador de renombre, y luego escribir una nota al respecto.

Sin embargo, ese objetivo no era lo suficientemente motivador. No satisfacería ese deseo íntimo de probarnos ante nosotros mismos. De tratar de emular de algún modo esa admirada figura del guerrero, que sólo se consigue si hay riesgos reales de por medio.

Entonces, me dije, ¿por qué no atreverse a pelear en serio? De ese modo, cumpliría con tres metas trascendentales en mi vida.

El primero, poder cambiar mis hábitos cotidianos y obtener así una mejor calidad de vida para llegar en buen estado físico y psíquico a la vejez.

Ya no soportaba, por ejemplo, mirarme al espejo y ver esa horrible barriga que deformaba mi cuerpo. O jugar al fútbol y estar agitado a los diez minutos y tener que pararme a buscar oxígeno. Por si fuera poco, vivía con resfríos y dolores de garganta, producto del nocivo cigarrillo.

Por otro lado, como decía antes, ¿qué mayor desafío puede existir para alguien que le gusta tanto el boxeo que subirse a un cuadrilátero a pelear? ¿Qué mejor forma de probarse a uno mismo que es capaz de realizar, de algún modo, lo que tanto admira en otros? Al cabo, uno no puede descubrir sus fortalezas, su fuego sagrado o sus condiciones, si no es mediante una competencia real.

Pero, además, ponerse los guantes y estar dispuesto a sacrificarse y a experimentar todos los sufrimientos por los que pasan los peleadores enriquece como ninguna otra cosa a un periodista especializado.

Vivir en carne propia lo que significa levantarse a correr a las cinco de la mañana, soportar el agotamiento y el dolor físico que a veces conllevan los entrenamientos muy intensos, soportar los golpes del rival y hasta padecer la frustración de ser superado son vivencias que quien las haya experimentado por sí mismo puede después contarlas desde otro costado, mucho más profundo.

Pues bien, lo cierto es que me he puesto el objetivo de realizar un combate en diciembre próximo, para lo cual realizaré un entrenamiento intensivo durante ocho meses, intentando ponerme a la par de los profesionales.
Será muy duro y con resultados improbables. No crean que no tengo dudas ni temores. Pero, como dice un amigo mío, "la vida sin un poco de locura no es vida".

Muchos se reirán y probablemente tengan razón. Ojalá pueda probar que estaban equivocados. Pero lo concreto es que quiero compartir con todos ustedes este proceso que hoy comienza y que, si Dios quiere, podré contarle a mis nietos.