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Nos siguen engañando

En el béisbol se dice que la persona más inteligente de un club es el hombre con el mejor promedio de bateo o el hombre con más ceros consecutivos en su cheque.

En otras palabras, la superestrella -- sea bobo o astuto; negro, blanco, latinoamericano o asiático, viejo o joven, la superestrella maneja el show. Controla el club con la intimidación que se desprende de su talento. Quienes no tienen su habilidad esperan en línea o bien se exponen a la clase de alienación a que la mayoría de nosotros escapamos al terminar la preparatoria.

Tengan eso en mente mientras leen el reporte del New York Times de que Sammy Sosa es uno de los 104 peloteros que salieron positivos por esteroides anabólicos en el 2003 porque esta noticia no debe recibirse con un bostezo de indiferencia, como si Sosa simplemente fuera uno más en la larga lista de jugadores de calibre del Salón de la Fama que mordieron el polvo: Alex Rodríguez, Manny Ramírez y ahora Sosa, todos en la primera mitad de la campaña 2009. Esta noticia debería ser recibida con la clase de indignación que uno se reserva para los peores abusos de confianza, porque ustedes, señoras y señores Aficionados, han sido engañados.

Durante años, la discusión sobre drogas para mejorar el rendimiento ha existido dentro de una estructura que siempre ha protegido a los jugadores. A fines de los años ´90, se sostenía que los esteroides no eran de uso común, y que los peloteros eran víctimas de una "cacería de brujas". Luego, cuando los jugadores de alto perfil empezaron a ser sorprendidos usando esteroides y la liga implementó una política anti-doping, el nuevo paradigma era que el Jugador X no podía ser objeto de sospechas porque nunca había salido positivo en un análisis.

Y ahora que este fraude ya ha sido expuesto por completo, ha surgido un nuevo argumento -- llamémoslo "La Defensa de Alex Rodríguez", usado por peloteros, aficionados y, lamentablemente, algunos votantes del Salón de la Fama. Éste sugiere que las superestrellas sencillamente quedaron "atrapadas en una cultura".

Este último dogma es especialmente insultante, ya que sugiere que la era de esteroides de pronto surgió de la nada -- inocente y trágicamente como el cólera, por decirlo de alguna manera -- y que los jugadores fueron las pobres víctimas.

Pero en realidad la verdad es todo lo opuesto, ya que fueron los jugadores estelares quienes usaron su poder, sus influencias y su buen nombre para crear una cultura de esteroides.

Una cosa es mentir, que ya de por sí es bastante malo, pero lo que hicieron estos jugadores es mucho peor. Han mentido, convencidos de que su buena voluntad y su popularidad --y sus promedios de bateo-- les permitirían salirse con la suya, y ahogar a quienes no se dejaron llevar por sus falsos encantos.

Sabían que los aficionados serían más que indulgentes, y hasta fieles soldados contra la negatividad, aunque ésta resultara ser la verdad.

No importan las transgresiones de Barry Bonds; algunos fanáticos de San Francisco incluso se sienten reivindicados con las espectaculares caídas de Roger Clemens y Ramírez y, ahora, Sosa, como si probaran que su hombre fue injustamente perseguido por el gobierno, los medios y el público.

Aunque colapsara el castillo de naipes, los jugadores sabían que los fanáticos serían capitalistas de sangre caliente, dispuestos a perdonar las mentiras y los engaños porque los billetes grandes estaban en juego. Cuántas veces hemos escuchado la frase, "¿Bueno, que hubieras hecho tú por $10 millones? Hubieras hecho lo mismo".

Piensa en las veces que te han mentido descaradamente, en la cara, por personas que usaron su "integridad" para engañarte. Bill Clinton dijo, "Nunca tuve relaciones sexuales con esa mujer". El país se sintió traicionado por una transgresión relativamente común, sin mencionar la humillación de haber caído en el engaño de una terrible guerra por motivos falsos en manos de su sucesor.

Los momentos Alex Rodríguez-Katie Couric, Roger Clemens-Mike Wallace, Sammy Sosa-Dan Patrick tienen --al menos en el universo del béisbol-- sus equivalentes a los poderosos usando su posición para engañar al público.

Cuando esta actitud se combinó con una era en la que entidades poderosas, desde la Casa Blanca y las fuerzas armadas hasta la blogosfera transformaron a los medios en el gran enemigo, los jugadores ya conocían la estrategia: Usaron la lealtad de los aficionados contra ellos.

Y sonrieron.

Porque cayeron.

No hizo falta más que eso.

Irónicamente, Raúl Ibáñez de los Filis, quemado por una blogosfera que no debe respetar las normas tradicionales del periodismo, ahora recurre a los medios --con sus supuestas "agendas"-- para defender su nombre.

Lejos de la página deportiva, en la sección de libros del Times, están las críticas de Michiko Kakutani (ganador del Pulitzer) de dos libros sobre las raíces de la crisis financiera de la nación que imitan la actitud de los jugadores de béisbol. Bajo el título "Greed, Layered on Greed, Frosted with Recklessnes" [Codicia, sobre otra capa de codicia, glaseada con imprudencia], Kakutani escribe, "Para ponerlo de otra manera, la crisis fue, en las palabras de Daniel Gross, columnista de finanzas de Newsweek, 'un producto fabricado por el hombre que resultó ser enormemente tóxico y dañino' -- y no, como han insistido tantos en el círculo de Smart Money, 'algo aleatorio que cayó de la nada y que sucede una vez en la vida'".

El fanático ha sido el gran facilitador en la era de esteroides. Asúmanlo: Si el cliente se hubiera revelado, la reacción institucional hubiera sido enteramente diferente. Las superestrellas sabían que los clientes serían demasiado indulgentes con sus héroes dorados o demasiado egoístas como para que su diversión y sus juegos se vieran interrumpidos mientras asumían la culpa.

Pero los aficionados no son los únicos responsables aquí.

Los escritores hicieron lo mismo, y lo siguen haciendo. Algunos han decidido usar sus votos de Salón de la Fama afirmativamente para los grandes jugadores deshonrados -- Sosa, Bonds, Clemens, Ramírez -- porque sólo fueron parte de una cultura.

Y sin embargo este argumento no podría ser más ofensivo. No toma en cuenta el calibre del engaño que ha permitido que las elecciones individuales libres se reparen en una cultura colectiva. Otros medios son culpables de pereza intelectual, con argumentos confusos de apologistas que no encuentran otra salida.

Los no creyentes en la era de los esteroides primero alegaron que necesitaban pruebas directas. Cuando las pruebas llegaron, se cambiaron de lado, diciendo, "Ah, los esteroides son noticia vieja. Todos sabían que estos muchachos los estaban usando".

Pero si vamos a culpar a los escritores de pereza intelectual, no podemos dejar de lado la deshonestidad intelectual de los jugadores, cuyas excusas van de tontas ("No hay nada en una botella que te ayude a batear un jonron" -- McGwire, Bonds) a todas las variantes de "Yo fui parte de una cultura" -- Rodríguez. Ambas ocultan una misma motivación: Tienen que conservar el dinero.

Una cosa es creer, y otra muy distinta es excusar a los autores de esta estafa. Y otra aún peor es premiarlos con una inducción al Salón de la Fama. Los jugadores tienen que conservar su dinero. Pero, ¿por qué habrían de ser premiados por engañarnos?

¿Esto es béisbol o Wall Street? La intención de estafar es la misma.

Hoy en día, ya no es suficiente que un jugador diga que nunca usó. Albert Pujols ya lo hizo en la tapa de Sports Illustrated este año. Derek Jeter constantemente protege su legado diciendo, "No todos usan eso". Es muy posible que ninguno haya usado, pero las palabras de Jeter y Pujols no tienen más valor que las palabras de Sosa.

El verdadero valor estará en la superestrella que use su nombre para reformar, el jugador estelar cuya placa de Salón de la Fama diga "fue instrumental en la guerra contra el uso de drogas en el deporte".

Imagina eso.

Howard Bryant es escritor senior para ESPN.com. Su dirección de correo electrónico es Howard.Bryant@espn3.com