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Los nuevos tiempos

MÉXICO -- Los entrenadores que manejan a la Selección Mexicana sufren, casi en forma automática, una transformación que altera rasgos de su personalidad. En ocasiones la afección es menor, en otras, se convierte en un problema serio.

Sólo aquellos que han estado sentados en el banco del Tri y que han querido compartir sus experiencias, aceptan, años después, que efectivamente la presión excesiva de los resultados o los fracasos en algunos torneos les agriaron el carácter y les provocaron alteraciones temporales en su estado de ánimo.

Javier Aguirre parecía un hombre inmunizado contra este mal por sus 50 años de edad y sus más de 30 metidos en el futbol profesional. Javier es un tipo maduro, con la piel dura, curtida en todo tipo de presiones y con dominio de situaciones extremas. Es un hombre de cabeza fría, corazón caliente y la mano siempre extendida para sus amigos.

Al frente del Tri, vivió situaciones peores entre 2001 y 2002, donde terminó de héroe al calificar y de villano al perder contra Estados Unidos en los octavos de final del Mundial Corea-Japón.

Uno pensaría, después de ver al Javier Aguirre actual, irritable, que contesta ya de mala manera y que ha perdido la compostura en algunas ruedas de prensa, que se contagió del virus que afecta a los entrenadores de la selección. Seguramente en el autoanálisis, donde suele ser severo consigo mismo, se dará cuenta que aunque ha perdido la compostura, nunca alcanzará a perder la razón.

A pesar de la presión que significa sentarse en la banca de la selección nacional, Ricardo La Volpe pudo dirigir casi cuatro años al Tri, aunque teniendo memorables broncas con la prensa, que le tendía la trampa para que se enganchara con singular facilidad. Acabó harto de todos y la prensa acabó harta de él.

Hombres serenos, de gran temple, respetuosos al extremo, caballeros como Enrique Meza, también perdió en algunos momentos la compostura en su paso por la selección, cuando dijo que él no se puso solo en el cargo, que lo eligieron por mayoría y que no se había vuelto tonto de la noche a la mañana por algunas derrotas.

Uno más, Miguel Mejía Barón, sufrió también algunos cambios en su carácter. Hoy ve las cosas con sobrada serenidad, con buen juicio, pero en aquel momento mucha gente observó que "se le subió" el humo a la cabeza al grado de no soportar cuestionamientos y de enfrascarse en más de una bronca gratuita.

Hugo Sánchez quiso controlar su paso por la selección queriendo convertir a los periodistas en sus aliados. No quería una relación profesional, sino una prensa que lo adorara, que incrementara el mito, que le cultivara el ego, que no lo cuestionara. Quienes no caían en esa trampa, eran castigados con el látigo de su desprecio, negándoles entrevistas, peleando con ellos y hasta solicitando en juntas privadas con ejecutivos de medios que despidieran a algunos de sus críticos. También acabó con más de un enfrentamiento agrio, no siempre en el terreno público, sino en el privado.

Sven-Göran Eriksson, un auténtico gentleman, según quienes lo pudieron tratar, se entregó a los brazos de las televisoras abiertas en México, creyendo que con eso lograría inmunidad para los malos resultados. Craso error. Fue literalmente secuestrado por Justino Compeán, Decio de María y Guillermo Cantú, que lo encerraron en una burbuja de cristal y sólo le permitían hablar con Televisa o con TV Azteca. Por lo tanto, su error fue no abrirse a los demás medios. Nunca dio una exclusiva que no fuera a los patrones de Justino y de Decio.

Javier Aguirre parecía el lado opuesto de la moneda. Llegó de buen humor, con un traje más elegando, pero siendo "el mismo güey que ustedes conocen", como dijo en su presentación.
Pero frente a los cambios de personalidad que está experimentado en apenas tres meses que lleva en el cargo, a veces uno se pregunta qué es lo que está pasando con el tan apreciado equilibrio emocional de Javier Aguirre.

¿Será la influencia de Mario Carrillo? ¿Será la presión de los medios? ¿Serán los resultados, que no eran los que él y la gente esperaban?

Javier es un tipo sensato, inteligente, maduro, con experiencia y capacidad para capear éste y peores temporales. Conocerlo desde hace casi 25 años en trato cercano, personal, permite pensar que está pasando un mal momento emocional, que no esperaba un ambiente tan duramente crítico, tan incómodo para llevar la fiesta en paz.

Los primeros palos, él lo había advertido, vendrían cuando diera a conocer su primera lista de conovocados. Y así fue. Los peores golpes, cuando sufriera derrotas en partidos eliminatorios, como le ocurrió en El Salvador.

Javier sabe que el México de hoy, la prensa de hoy, los medios de hoy, la gente de hoy, es diferente a la que él dejó hace siete años, cuando se fue a vivir a España. Soplan otros vientos.

Pero al mismo tiempo Javier es un tipo inteligente. Se dará cuenta. Tendrá que estar más cerca de sus peores críticos para explicar, para charlar, para buscar los puntos de encuentro que parecen haberse perdido en este confuso ambiente, que no es el ideal para trabajar en paz.

Por fortuna, es un hombre que encuentra el equilibrio personal en su familia. Si está cambiando, su esposa y sus hijos se lo dirán. Ellos lo conocen mejor que nadie.

La presión de ahora es distinta a la de hace siete años. No hay duda. Pero el futbol es el mismo, la chamba de entrenador es la misma y el Javier de hace siete años también es el mismo, quizá con más dinero y canas que antes, pero en esencia el mismo buen tipo que conocimos hace muchos años. El Vasco sabe cuánto se le estima. Pero también sabe cuán complejo es el entorno actual de la Selección Mexicana, con los intereses que están en juego, con la intromisión de las televisoras que son jueces y parte y con la incredulidad de la afición para cualquier proyecto que no ofrezca victorias en el corto plazo.

La burra no era arisca, Javier. Los aficionados se sienten engañados porque el riesgo de no asistir al mundial les aterra.

El entorno de la selección es distinto porque los intereses deportivos se han subordinado a los económicos. Hoy quienes controlan al equipo Tricolor se han excedido, lo han sometido puramente a sus fines de lucro. Hoy pueden vestir de payasos a todos los seleccionados y lo tienen que hacer para cumplir caprichos comerciales.

Antes las televisoras transmitían partidos y veladamente conmtrolaban la FMF. Hoy, descaradamente, tienen sometidos a todos: dueños de clubes, directivos, entrenadores, jugadores, medios.

Ese es el escenario que ha cambiado, Javier. Es un entorno difícil de aceptar, pero real. Y mientras no cambie, hay que jugar con las reglas de sobrevivencia que exige esta selva de intereses creados.