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Amo a mi camiseta

¿Qué quieren que les diga?. Me siento mal y pensé tres o cuatro veces antes de escribir esta columna. Que la "musa de la inspiración" estaba de parranda y no la encontraba. Que escribí tres o cuatro columnas diferentes y como no quedé convencido las borré antes de publicarlas. Que el peso de volver a estar eliminado es duro una vez más y que tendré que llevarlo en hombros durante los próximos años. Que me obstiné viendo cómo Paraguay nos la metía dos veces y nosotros nos empezábamos a cargar de rabia. Sé que algunos evadieron el mal rato cambiando de canal a ver si encontraban consuelo en la novela o el noticiero de la emisora vecina. Igual siempre regresamos y como esas cosas signadas por las premoniciones terminaron retornando al mismo canal y en eso ya estábamos perdiendo por 2 a 0. Que por ahí volvimos a cambiar de canal y mientras intentábamos distracción escuchamos el grito desde la casa del vecino celebrando el gol de Rondón y nos lo perdimos. Así nos quedamos hasta el final de esta película de 17 fechas.

Ya estuve mirando en las tiendas cuáles son los nuevos modelos de televisores para ver el Mundial. Porque ya mi amada camiseta no va a estar ni tampoco sonará el "Gloria al Bravo Pueblo" en Sudáfrica. Incluso vi alguno que parece ya ser el ideal para ver la Copa del Mundo. La verdad durante el fin de semana he sentido que las paredes se me vienen encima. Se experimenta un sentimiento que duele hasta el pasar de los minutos esperando salir de la útlima batalla contra Brasil para que todo esto esto termine de una vez.

Que amargo es que se nos vengan las esperanzas de una selección que nos ha unido como nada a todos los venezolanos. Porque es un producto que si viene directamente de nuestras raíces, que se forma en los barrios de Petare, las calles alegres de San Cristóbal o el calor de Maracaibo y con el tiempo se plasma en un rectángulo. Porque nuestro fútbol no se forma ni sale de promesas de campaña. Surge de un esfuerzo que viene de los que siempre creyeron en llevar a cabo una obra en medio del talento del chico pobre del barrio.

Hace un par de semanas hablé del orgullo de la victoria 8-0 sobre Tahití y unos días después me toca escribir en medio del mal sabor por la eliminación. No caigan con el cuento del milagro que algunos nos pintan para vender. La selección no depende de ningún milagro, porque simplemente su posibilidad pasa solamente por ganar a Brasil por 15-0, algo que jamás sucedió. Brasil no recibió mas de 6-0 y fue en 1.920, incluso ellos jamás hicieron mas de 14-0 en los setentas ante Nicaragua. Por si fuera poco esos 15 goles hay que combinarlos con triunfo argentino en el Centenario y victoria chilena en Santiago. No nos engañen que las matemáticas son una cosa y la lógica es otra.

Durante mi "ratón moral" no me queda mas que empezar a buscar motivos para seguir amando la camiseta por la que he vuelto a llorar una vez mas. En realidad este es un amor que empezó desde niño, que fue cultivado por mi viejo que Dios tenga en su gloria. Él siendo español me enseñó a amar a la Vinotinto. Algo que le estaré eternamente agradecido. En momentos como este logro pasar de un estado anímico a otro. La rabia se vuelve a transformar en esperanza y comienzo a ver motivos por doquier. Pienso en tantas cosas buenas que rescatar de este proceso y sigo viendo motivos para incrementar ese amor.

Dejamos de jugar bonito, pero sacamos petróleo en La Paz y Quito. Seguimos sin perder con Uruguay en eliminatorias y a Colombia y Perú les enseñamos que no se juega con la historia sino con la realidad y esa por ahora es nuestra. Se trajeron nuevos jóvenes a la selección que nos hace pensar en la generación de relevo. Ya sabemos que no estamos tan cortitos de jugadores. El fanático maduró y estoy seguro que cada eliminatoria será mejor. Sólo espero que en el camino a 2014 regrese la selección a Pueblo Nuevo para los partidos donde hay que meterle miedo al rival y escuchar el "Sí, podemos" que nació en tiempos de la Copa Libertadores cuando jugaban Maldonado, Jaimes y la "Gambeta" Méndez. Que Caracas tenga Vinotinto y sea el mismo hervidero que fue en Libertadores. En fin que la selección recorra el país entero, porque le pertence a todos.

Mientras escribo sigo encontrando más y más razones de amor, de fe por mi camiseta, esa que es Vinotinto, como el color de mi sangre. Que deberé esperar otros años más a ver si llegamos duele, es cierto, pero a todos les duele en Colombia, Perú, Bolivia y ellos van a seguir luchando. No vamos a renunciar a jugar la eliminatoria, porque crecimos y ya no somos "Cenicienta". Ahora mismo mientras escribo vuelvo a sacar la camiseta que está recién lavada y que usé el sábado. Me la pongo porque ella es mi gran amor en el fútbol. Ella es mi piel y con ella me vestiré siempre.

El fútbol es como enamorase de una mujer, porque te ilusionas, sueñas, ríes, festejas, te llegan las dudas de su fidelidad, sientes temor a perderla, te deprimes y lloras. Pero igual la vuelves a querer. ¿Qué le voy a hacer? Soy Vinotinto y a ella ganando o perdiendo la sigo queriendo. No me queda otra que volver a creer en ella. Confiar en que iremos al mundial en 2014. Que nos abrazaremos tú y yo en cualquier estadio de Venezuela cuando hagamos un gol. Sé que ella también me agradece que siga amándola aunque esta vez me falló. Confío en que volverá a suceder. Por eso amo a mi camiseta.

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