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Tragedia y gloria de los septiembres

LOS ÁNGELES -- Hijos de la pobreza, como debe ser. Incubados por el hambre y por las carencias y la miseria.

Paridos en un hábitat agreste, delictivo, promiscuo, propenso a un proceso degenerativo.

Ahí, nacen, crecen, se reproducen... y algunos también mueren, los grandes campeones mexicanos del boxeo.

Arturo el Cuyo Hernández, tal vez el padre putativo de más campeones mundiales mexicanos, lo describió de manera perfecta, tal vez más como diagnóstico, como sentencia, como veredicto.

"Mientras haya tanta miseria en México, seguirán surgiendo campeones mundiales", dijo el Cuyo. No se equivocó entonces. No se equivoca ahora.

Y al paso del tiempo, esos grandes monarcas mundiales necesitaron una Meca, un nuevo destino. Su propio Olimpo, donde no sólo siguieran siendo venerados por el paisanaje, sino que además aspiraran a la generosa tentación de los dólares.

Los Ángeles fue por mucho tiempo la Meca del boxeo mundial.

Todavía se conservan, vetustos, maltratados, heridos, a punto de desplomarse, los gimnasios, los hoteles (el Alejandría y el Olympic), y hasta el Olympic Auditorium, que llegaron a ser el Broadway del boxeo mexicano dominando el mundo.

Aún rezuman a ese olor mezcla de linimento, de sudor, de viejo, de herrumbroso. El almizcle de su propia historia.

Antes del encumbramiento glamoroso, perfumado, oligarca de Las Vegas, para que un boxeador se graduara era necesario, era preciso, dar un puñetazo en la mesa y otro en el rostro del adversario, ante un abarrotado coliseo angelino para que se le reconociera finalmente.

En ese fenómeno apareado, paralelo, mellizo, la inmigración mexicana a Estados Unidos fue convirtiendo a Los Ángeles en la casona familiar del combatiente mexicano. El desfile era inagotable.

Hubo tragedias de esos ídolos mexicanos venerados en EEUU. Una muy recordada, aunque acaecida en Guadalajara, fue la lamentada por José Becerra al noquear brutalmente a Walter Ingram el 24 de octubre de 1959.

Becerra reconocería después que se desquició porque una rubia platino, émula fallida de Marilyn Monroe, lo vio de reojo y le espetó burlona: "ese mi campeoncito de papel".

Lo irónico es que ese combate iba a celebrarse en Los Ángeles. La mala atención médica en Guadalajara, prácticamente apenas le fue recetada una aspirina, desencadenó la muerte de Ingram.

La pelea estaba llamada a ser un éxito, pues Becerra había brindado un concierto de boxeo apenas tres meses antes ante Alphonse Halimi, y se había coronado campeón mundial Gallo en una delirante Sports Arena.

Pero tal vez la desgracia que más impacto en Los Ángeles, con un mexicano involucrado y en plenas fechas patrias, ocurrió en torno a Guadalupe Pintor.

El Indio de Cuajimalpa salió cebado sobre Johnny Owen, quien cayó fulminado el 19 de septiembre de 1980 en el episodio fatalista, en el 12, para no incorporarse jamás, precisamente en el Olympico Auditórium.

Y si bien Los Ángeles fue albergue de noches memorables -- casi siempre en septiembre --, de Kid Azteca, Vicente Saldívar, Púas Olivares, Carlos Zárate, Ratón Macías, convertidos en auténticos ídolos en dos naciones, México y Estados Unidos, antes de las épocas del malogrado coloso Salvador Sánchez y del legendario Julio César Chávez, también en su momento se desencadenó el luto, tras la muerte de Francisco Kiko Bejines, un peleador tapatío, miembro de una familia de pugilistas con perspectivas de campeones mundiales.

Sin embargo, los hermanos nunca pudieron consolidarse víctimas del espectro doloroso del fallecimiento de su hermano tras el combate ante Alberto Dávila en el Olympic Auditórium, el 1 de septiembre de 1983.

El castigo de Dávila llegó a sumarse a una rutina de preparación inclemente, agobiante, perversa, de deshidratación extrema, en su recorrido para poder dar el peso en la División de los Gallos.

El boxeo mexicano, las Fiestas Patrias de Septiembre, los millones de inmigrantes, han terminado por hacer de Estados Unidos, en otros tiempos con Los Ángeles como catedral, y ahora Las Vegas como coliseo lujoso, el Circo Romano perfecto para una historia común de gloria, de drama y de festividad.

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