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Clemente, más allá de las cifras

La última vez que Roberto Clemente se paró en la caja de bateo, Omar Vizquel tenía cuatro años de edad.

Sólo un puñado de los actuales jugadores de las Grandes Ligas, ahora veteranísimos, habían nacido el 30 de septiembre de 1972, cuando Clemente disparó su hit 3,000 y último de su carrera.

Pedrín Zorrilla 9/29

El 'Cangrejero Mayor', el puertorriqueño Pedrín Zorrilla, habla sobre la grandeza de Roberto Clemente, y de lo que vió en él que hiciera que lo firmara al profesionalismo en 1952.

Pero 40 años después, el ídolo de Carolina sigue siendo el referente por excelencia de los peloteros latinos, envuelto en esa mística que mezcla la clase con que vivió su vida y la manera altruista, heroica, en que encontró la muerte.

Olvídense de sus estadísticas. De sus tres millares de imparables, de sus cuatro coronas de bateo, de sus 12 Guantes de Oro, de su premio de Jugador Más Valioso de la Liga Americana en 1966, de sus 12 participaciones en Juegos de Estrellas. Incluso de sus dos anillos de campeón o su MVP de la Serie Mundial de 1971.

¿Más hits que él? Rod Carew y Rafael Palmeiro. ¿Más Juegos de Estrellas? Alex e Iván Rodríguez fueron a 14. ¿Más anillos de campeón? Mariano Rivera, Jorge Posada y Orlando "El Duque" Hernández lo superan.

Pero Clemente fue más que eso. Más que números fríos que pueden encontrarse en una tabla estadística.

Clemente era la clase sobre el terreno, que desde su llegada a las Grandes Ligas comprendió la responsabilidad que le depara la vida.

"Mi gran satisfacción proviene de ayudar a borrar opiniones gastadas acerca de los latinoamericanos y los afroamericanos" , dijo en una ocasión.

No fue ni siquiera el primer latino en las Mayores, el primer hispano con categoría de estrella o el primero de raza negra procedente de nuestros países.

Esos honores los tienen los cubanos Esteban Bellán, Adolfo Luque y Orestes Miñoso, respectivamente.

Pero Clemente fue guía. Fue compromiso con su gente. Con la gente.

Roberto Clemente 9/29

El 'Astro Boricua' Roberto Clemente se dirige a los niños y a sus padres durante una clínica celebrada en Puerto Rico en 1971.

"Cada vez que tienes la oportunidad de hacer la diferencia en este mundo y no lo haces, estás desperdiciando tu tiempo aquí en la Tierra".

Como jugador fue sencillamente único, capaz de despertar admiración, tanto entre sus compañeros, como en los rivales.

Steve Blass, quien compartió ocho años con el boricua en los Piratas de Pittsburgh, lo resumió mejor que nadie.

"Era el único jugador que los peloteros de otros equipos no querían perderse. Ellos corrían desde sus vestidores para verlo tomar sus prácticas de bateo. El hacía que veteranos de diez temporadas se comportaran como chiquillos de diez años" .

Y el brazo. Parecía como si le hubieran injertado un cañón, para disparar desde el jardín derecho con precisión milimétrica y potencia sin igual.

Vin Scully, el legendario narrador de los Dodgers, lo describía así: "Clemente puede capturar una pelota en Nueva York y sacar out a un corredor en Pennsylvania" .

"Quiero ser recordado como un jugador que dio todo lo que tenía para dar" .

Y lo dio, mucho más que su sudor sobre el terreno. Dio su propia vida.

El 31 de diciembre de 1972 llevaba ayuda humanitaria a las víctimas del terremoto que había azotado a Nicaragua la víspera de Nochebuena, cuando el avión se accidentó y cayó al mar, cerca de las costas de Puerto Rico.

Quizás su muerte prematura, trágica y heroica, haya ayudado a engrandecer su leyenda. Tal vez.

Pero sólo a engrandecerla. La leyenda ya estaba. La había ido construyendo día a día, desde los cimientos, con su entrega al béisbol y a sus semejantes. Con su don de ser humano.