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La familia es lo primero

Luego de pasar cinco años en la selección cubana de béisbol, el lanzador Osvaldo Fernández sólo tenía un auto Moskvich de fabricación rusa y ni un lugar decente donde vivir.

Cuando le informaron a sus compañeros de la selección sobre su escape durante un tope con el equipo de Estados Unidos en Millington, Tennessee, el funcionario encargado de dar la noticia dijo: "Es un mal agradecido, justo ahora que se había decidido (el gobierno) que se le entregaría una casa".

Ante la declaración surgió una vez desafiante: "Hay que ver que ustedes son mentirosos. ¡Qué casualidad que ahora que se quedó dicen que iban a darle una casa! Si yo llevo años pidiéndoles 60 ladrillos para reparar la mía y sigo esperando".

El que habló desafiante fue Orlando El Duque Hernández, conocido entre sus compañeros no sólo por sus enredados envíos, sino por su lengua filosa e irreverente.

Pero Víctor Mesa, el legendario jardinero central, atajó a El Duque y evitó que sus comentarios tuvieran consecuencias mayores.

Entretanto, ya Osvaldo Fernández iba rumbo a Miami en el auto de Joe Cubas, listo para empezar una nueva vida.

Fue el 25 de julio de 1995 y desde ese momento, su vida se enfocó en lograr un contrato de Grandes Ligas y sacar de Cuba a su esposa, hijos y demás familiares.

Y es que Fernández no tenía ni idea de las consecuencias que tendría su huida.

Inmediatamente tras detectar su escape, las autoridades le confiscaron a su esposa el auto, a pesar de que Osvaldo lo había pagado con su dinero.

Además, con frecuencia la citaban a Villa Marista, el tenebroso cuartel de la Seguridad del Estado en La Habana, a donde tenía que viajar desde el otro extremo de la isla, donde vivía.

Una hermana del pitcher que trabajaba como maestra fue expulsada al considerar las autoridades que no era ideológicamente confiable para educar al "hombre nuevo".

Sacar a su familia de Cuba se convirtió en una obsesión para el pelotero, que comenzó su carrera profesional a fines de ese mismo año con los Tigres del Licey, en la Liga Invernal de República Dominicana.

A principios de 1996, éste firmó con los Gigantes de San Francisco y el 5 de abril debutó en Miami ante los Marlins de la Florida.

"Era como estar en Cuba", le contó en una ocasión al periodista Luis Acosta, refiriéndose al público que le aplaudió cada pitcheo, a pesar de lanzar contra el equipo de casa, para llevarse el triunfo 5-2.

Fue apenas el cuarto pelotero cubano en debutar en Grandes Ligas desde que René Arocha abriera el camino al desertar en 1991.

Cuatro días antes, debutó con los Mets de Nueva York el campocorto Rey Ordóñez y un año antes lo hizo el pitcher Ariel Prieto con los Atléticos de Oakland.

Osvaldo no era un hombre de gran velocidad, pero sí de excelente control e inteligencia, al punto que en la isla algunos lo comparaban con el legendario Greg Maddux.

Pero el dominio que ejerció en la pelota cubana no pudo lograrlo aquí, donde encontró a jugadores mejor preparados técnicamente que le dieron en ocasiones más duro de lo que él estaba acostumbrado.

Y encima de eso, no tardaron en aparecer las lesiones, quizás como consecuencia del excesivo trabajo al que son sometidos los serpentineros en el béisbol cubano, donde un abridor es llamado también a relevar si el equipo lo requiere, muchas veces sin el debido descanso.

Dos operaciones en el brazo de lanzar limitaron el desempeño del cubano, que trabajó las campañas de 1996 y 1997 con San Francisco y tras un paréntesis de dos años de rehabilitación, regresó con los Rojos de Cincinnati en el 2000 y 2001, para lesionarse nuevamente y poner fin a su sueño de Grandes Ligas.

Su marca en cuatro temporadas fue de 19-26 y efectividad de 4.91 en 76 juegos, 67 como abridor.

Pero más allá de victorias o derrotas, hay un momento que marcó a Osvaldo para siempre.

El 30 de agosto de 1996, justo cuando se cumplían 400 días de su escapada en Millington, se encontraba con los Gigantes enfrentando a los Mets en Nueva York.

Casualmente, Fernández lanzaba ese día y en un entre-innings, cuando su equipo fue a batear, recibió una llamada que le completó la vida.

Al otro lado de la comunicación, su agente Joe Cubas le informaba que su familia recién llegaba a la Florida, tras varios intentos por escapar de la isla.

Ya no importaba nada más. Los triunfos o los reveses en el juego pasaron a un segundo plano. Para Osvaldo Fernández, su familia era lo primero.

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