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Laurie Hernández, gimnasta llamada a causar sensación en Río

Laurie Hernández insiste en que es demasiado joven e inexperta como para tener miedo en la antesala de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.

"Tienes que manejarte con inocencia", expresó la estadounidense de ascendencia puertorriqueña de 16 años. "Es otra justa como tantas. Sólo que la arena es un poco más grande".

Lo que hay en juego también lo es. Sin embargo, la integrante más joven del equipo femenino de gimnasia de Estados Unidos no parece intimidada. Está demasiado atareada montando un show y su carisma, y osadía durante las pruebas clasificatorias despejaron toda duda que la coordinadora del equipo Martha Karolyi pudiera tener respecto a si Hernández estaba preparada para el gran desafío.

Lejos de sentirse abrumada, Hernández se propone adueñarse de la competencia. Pregúntele cuál es su mejor atributo, y ella no menciona ningún talento en particular.

"Mi confianza", responde. "Me encanta complacer al público".

Eso resulta obvio durante sus actuaciones, especialmente cuando empieza a sonar la música y ella le regala a la afición 90 segundos de una demostración atlética y de personalidad. Más que bailar, cautiva, acompañando cada movimiento con una sonrisa que no parece forzada, sino que refleja la dicha que siente. Se divierte, y quiere que los demás lo sepan.

Hernández asegura que tiene un estilo "picaresco", pero es modesta. Sus volteretas están a la altura de las del mejor, con excepción tal vez de Simone Biles, la tricampeona mundial favorita para cosechar unas cuantas medallas en Río. Su sólido desempeño en la barra de equilibrio es producto de miles de horas de entrenamiento con su técnica de siempre, Maggie Haney.

Hernández admite que alguna vez le tuvo miedo a la barra y tenía que agacharse porque no se animaba a pararse. Haney no le tuvo compasión. La hizo trabajar fuerte en ese temor, dejándole claro que o lo superaba o se dedicaba a otra cosa.

A veces Haney hacía que Hernández compitiese con Jazmyn Foberg. El grado de dificultad de la rutina de Foberg dependía del desempeño de Hernández. Lo peor para Hernández, no obstante, era cuando Haney reunía a todos alrededor de la barra y le pedía a ella que se mantuviese inmóvil.

"Me preguntaba, '¿por qué me haces esto? No me gusta, me pone ansiosa'", relata Hernández, quien sacó fácilmente la mejor puntuación en la barra durante las pruebas clasificatorias. "Pero ahora se lo agradezco, porque gracias a eso es que hoy conservo la calma".

Hernández fue escalando posiciones y pegó el gran salto en el Campeonato de la Cuenca del Pacífico de abril de este año, a pesar de que quedó tercera, detrás de Biles y de Aly Raisman, quien tiene tres medallas olímpicas. No fueron solamente los elogios de Karolyi, sino la forma en que el público respondió a sus actuaciones.

"Me alentaban y aplaudían, y yo pensaba 'ni siquiera conozco a esta gente'", afirma Hernández. "Te da mucha energía, una energía positiva".

Energía es lo que le sobra a la menor de los tres hijos de Wanda y Marcus Hernández, ambos puertorriqueños. Laurie nació en Estados Unidos, pero se siente orgullosa de su herencia puertorriqueña y está consciente de que puede ser un ejemplo para los demás, por más que no se lo proponga.

"Somos todos seres humanos", afirma. "Si quieres algo, trata de conseguirlo. No importa tu raza".

A Hernández no le regalaron nada, su éxito no vino solo, por más que todo parezca fácil. Se esfuerza más que nadie. Estudia en su casa y se entrena la mayor parte de los días con Haney en uno de dos gimnasios cerca de su hogar en Old Bridge, Nueva Jersey, una hora al sur de Nueva York.

Por ahora no piensa en hacerse profesional por más que las cámaras la persiguieron por todos lados en el preolímpico. Es algo que decidirá después de Río.

"Todo está pasando muy rápido", comenta. "Este es un período muy bonito de mi vida".

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