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Rafael Ramos Villagrana, ESPN Digital 8y

ESPN TOP 100: CR7 es más famoso, pero Messi es eterno

 

LOS ÁNGELES -- La fama vulgar vive bajo la infamia de tener la vida de una mosca: la acaba un periodicazo. La fama genuina es la que perdura, la que prevalece, la que hereda. De lo efímero a lo eterno.

Cristiano Ronaldo es hoy más famoso que Lionel Messi. Pero, Lionel Messi será más famoso siempre que Cristiano Ronaldo.

Dos portentos futbolísticos hechos de distinta arcilla… no barro, arcilla, de esos dones de la tierra que prevalecen a su propia leyenda.

Cristiano Ronaldo se define a sí mismo: “Me envidian porque soy el más guapo, el más rico, el mejor futbolista”, mientras su mano brinca de cintura en cintura de las modelos escultóricamente perfectas de Victoria’s Secret. Y él, aún legítimamente, se esfuerza por ser más hermoso que ellas.

Y cuando él habla, camina gallardo, se pavonea y guiña el ojo, los aduladores, más que aficionados del Real Madrid, sienten que en el espejo de su ciega egolatría son clones de Cristiano Ronaldo. Adonis hijos ficticios del Adonis portugués.

Y cuando Cristiano muestra su marfileña dentadura y desnuda el torso para mostrar la perfección muscular de su cuerpo, las damas de todas las edades destapan el perfume secreto de sus fantasías. El único defecto que ven en CR7, tanto las damas encanecidas como las adolescentes con calostro en los labios, es que sólo hay uno y no alcanza para todas. Cristiano no se parece al Ken de Barbie, Ken se parece a él, pero, además, sin sus prodigios en la cancha.

Sí, por ese impacto brutalmente pagano en los fervores de los seres humanos, Cristiano Ronaldo es más famoso hoy en el mundo que el argentino de rostro despistado, con ese rostro casi gemelo del roedor personaje de Ratatouille.

Y en el estadio universal del futbol, Cristiano gana, eventualmente, la Champions, la Liga, el Balón de Oro, además de ser un velocista digno de Juegos Olímpicos, un saltador capaz de competir con los canguros de la NBA, y la flexibilidad y sincronía como para ser un gimnasta olímpico… y claro, todo eso, sin despeinarse.

Si Miguel Ángel asombra al mundo con su David, Cristiano Ronaldo asombra al mundo con su propia escultura… la de su Cristiano Ronaldo.

CR7 trabaja cada día en la cancha y en su gimnasio, con el nutriólogo y con el terapeuta, para ser cada día más y mejor que su propia definición: “El más rico, el más guapo y…”.

Escribió Dante Alighieri; “No se alcanza la fama reclinado en blanda pluma, ni al abrigo de colchas”. Y CR7 lo aprendió desde siempre.

En tanto, Lionel Messi no ha sido capaz de definirse a sí mismo. Habla poco. Habla obvio. Habla y habla sin hablar sustancioso. Su sex-appeal debe ser tan intenso como el de un ratón de Cenicienta.

Leo no ha pasado su mano por ninguna cintura de los ángeles pecadores de Victoria’s Secret. Pero ha pasado la mano por las cinturas de los trofeos más importantes de Europa. Con Barcelona ha creado una línea de diseños de gloria, de momento, inigualables. Los monumentos del futbol, forman su harem.

Hoy, a Lionel Messi lo siguen los niños que identifican los hologramas, los héroes etéreos de sus sueños, materializados en el diminuto futbolista que demuestra cada semana que es un prototipo humano de Fórmula Uno: nadie es capaz hoy en el Circo del Futbol de improvisar, de inventar, una jugada donde los demás ven un foso.

Ya se ha dicho: hay 7 mil millones de personas en el mundo, pero cada fin de semana, sólo aparece un Messi, un genio que ve avenidas donde los demás ven callejones; que con el balón ve una oportunidad donde los demás un suicidio; que con esa voraz e insaciable hambre de gol, es capaz de deshacerse de siete rivales en 13 segundos, como ante el Bilbao, y poner al mundo con un rostro de incredulidad.

Messi es un objeto de fascinación de 90 minutos. CR7 intenta ser un objeto de fascinación 24/7.

Messi bombardea al universo del futbol durante 90 minutos. Cristiano bombardea al mundo de las sensaciones y los sentidos durante 24/7.

A Leo le basta con salir a juguetear con el balón y dañar, o trabar los espinazos de los rivales, para después irse a su vida perfectamente feliz de ermitaño. Ronaldo es esclavo feliz de sus propias obsesiones: que todos recuerden sus goles o se peinen como él o usen la misma ropa interior, y aspiren a vestirse como él, y aspiren a desvestirse como él.

Como futbolistas, viven en mundos distintos. Messi lo tiene en su ADN. Cristiano debe merecerlo cada día, todo el día, todos los días.

Leo es un milagro de una genética imprecisable, inidentificable. CR7 es un milagro del tesón, de su vanidad, de su carácter, de sus metas, de su amor al futbol por el amor a sí mismo.

Es claro: a Messi no le cuesta esfuerzo extra ser quien es. Si CR7 viviera con esa parsimonia de su rival catalán, difícilmente sería, siquiera, un futbolista profesional.

Y claro, es más mérito de Cristiano construirse con arcilla trabajando seis días a la semana que el otro, que ese sobrenatural con rostro de zarigüeya extraviada, al que le basta el séptimo día para montar un paraíso.

Por eso, Cristiano Ronaldo llena revistas, gana portadas, aparece en anuncios espectaculares, multiplica videos, gana seguidores en Twitter y en todas las redes sociales, y aparece en el flanco de un autobús recostado en unos calzoncillos, casi tangas, que nadie ve por admirar el resto.

Hoy, pues, Cristiano Ronaldo es más famoso que Messi. Es un habitante visual y auditivo del universo. Messi no. Él prefiere vivir sin bronceador, sin manicure, sin pedicure, sin corbata, sin moño, sin frac. Porque sus mejores galas las viste al vestirse de azulgrana, porque, indudablemente, innegablemente, con su selección nacional de Argentina, Leo demuestra ser un auténtico pecho frío.

Sí: hoy el mundo del impacto, la espectacularidad, la atención, el atractivo extracancha le pertenece a CR7. De esa fama vulgar. Esa que nace, crece, se reproduce y muere con el mismo personaje.

Lionel Messi es hoy menos famoso, pero será, siempre, en el legado, en la trascendencia, en la referencia, más famoso que Cristiano.

1. Basta subrayar lo siguiente. A Messi se le compara con los inmortales: Pelé y Maradona. A Cristiano Ronaldo sólo se le compara con Messi, pero nunca con Diego ni con Edson.

2. Por eso, el Día del Juicio Final, seguro, el Juez Supremo sólo le pedirá a Lionel una camiseta autografiada.

Habrá quien esté de acuerdo con esta apreciación entre la fama de uno y de otro y habrá quien no. El físico Georg Christoph Lichtenberg es contundente: “A la gloria de los más famosos se adscribe siempre algo de la miopía de los admiradores”.

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