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Mina Kimes | ESPN 6y

Aly Raisman toma el control

Lo primero que uno nota al caminar tras bastidores es la cantidad de personas abrazándose. El salón está repleto de activistas femeninas, políticas y actrices. La mayoría no se habían conocido hasta ahora; sin embargo, se abrazan como si fueran viejas amigas, mostrando un nivel de intimidad raramente visto entre personas extrañas y con compañía. En una esquina, Jane Fonda, quien luce un conjunto oliva con pantalones y un pin de la campaña Time’s Up, charla con dos jóvenes organizadoras. Valerie Jarrett, exasesora senior del ex Presidente de Estados Unidos Barack Obama, tiene su puesto en otro lado del lugar.

Entre todo el frenesí visto en la conferencia, denominada “The United States of Women” (“Los Estados Unidos de la Mujer”), necesito de un minuto para conseguir a Aly Raisman, sentada en una silla plegable cerca del otro extremo del salón, inmersa en la conversación.

Está conversando con Tiffany Thomas López. Al igual que Raisman, quien apenas alcanza los 5 pies de estatura, Thomas López es pequeña y fuerte, irradiando energía. Aparte de ello, son muy diferentes. Raisman, de 24 años, ha ganado múltiples medallas de oro tras competir en dos Juegos Olímpicos; ahora vive junto a sus padres en las afueras de Boston y voló hasta Los Ángeles para asistir a este evento. Thomas López, quien jugó softbol durante dos años en la Universidad Michigan State antes de abandonar el programa y regresar a su casa en California, tiene 37 años y está casada.

Sus caminos quizás no se habrían cruzado de no compartir el profundo y terrible nexo de haber sido abusadas sexualmente por Larry Nassar, ex médico de USA Gymnastics y Michigan State, quien fue sentenciado a una condena de hasta 175 años en prisión por haber abusado a cientos de jóvenes damas.

Raisman, cuya postura erguida y delgada revela sus años de entrenamiento, se sienta de piernas cruzadas y su mirada se concentraba mientras escuchaba a Thomas López contar su historia. La exjugadora de softbol llegó a Michigan State en 1998 y vio por primera vez a Nassar ese año. Raisman hace cuentas mentales sobre la edad que tenía en ese momento, luego me mira y sacude su cabeza. “Tenía 4 años. Jordyn (Wieber) tenía 3”, dijo posteriormente. “Nunca debimos conocerlo”.

Wieber, su compañera en los Juegos Olímpicos Londres 2012, está a pocos metros de distancia de Jeanette Antolin, otra ex gimnasta de élite (y sobreviviente de Nassar). En cuestión de minutos, las cuatro féminas subirán al escenario, frente a aproximadamente 1,000 personas y charlarán sobre su abuso. Para Raisman, esta labor (y es una labor; una labor difícil y extenuante que agota sus recursos físicos y emocionales) se ha convertido ahora en rutina.

Durante los últimos meses, ha viajado por todo Estados Unidos, concediendo entrevistas y ha hablado en universidades y conferencias similares a esta. Escucha, estrecha manos y posa para las fotografías, sonriendo hermosamente mientras se desgarra las costuras de sus heridas. Cuenta todo lo que le ocurrió y luego, nos dice qué desea ocurra después.

Si bien Raisman es más joven que la mayoría de las oradoras de esa noche, ella muestra un nivel de aplomo que podría parecer estoicismo. Cuando habla, su voz es sutil y constante como el sonido de un tambor, ascendiendo en tono sólo cuando ella lo desea. Sin embargo, Thomas López se muestra ansiosa. Saca de su bolso un bolígrafo y escribe sus notas con tinta morada, y comienza a cambiar sus tarjetas de anotaciones de puesto. Sus manos tiemblan. Raisman se le acerca, roza el brazo de Thomas López y le mira fijamente. “Te están escuchando ahora”, afirma.

Cuando ambas mujeres comienzan a caminar hacia el escenario, Thomas López practica una de sus líneas y Raisman asiente. “Hazlo lentamente, para que las personas puedan sentir horror”, le dice. Toma una pausa y agrega: “Porque eso es lo que deben sentir”.

DURANTE SIETE DÍAS del pasado mes de enero, 156 mujeres testificaron en un tribunal de Lansing, Michigan, contando a un juez (y a través de éste, al mundo entero) la forma en la cual Nassar había abusado de ellas. Sobrevivientes tales como la exgimnasta juvenil Rachael Denhollander, la primera mujer que acusó públicamente al médico de conducta sexual inapropiada en 2016 y Jamie Dantzscher, gimnasta que formó parte del equipo Olímpico de los Juegos del año 2000, hablaron en la audiencia de impartición de sentencia de Nassar sobre la forma en la cual él penetró sus cuerpos usando sus manos, usando la excusa de impartir tratamiento médico. Raisman no tenía pensado asistir.

No obstante, luego de ver a Kyle Stephens, cuya familia era amiga de Nassar, atestiguar sobre la forma en la cual sus padres no le creyeron cuando ella les dijo lo que éste le había hecho siendo una niña, Raisman compró un pasaje aéreo con destino a Michigan para el día siguiente.

Su testimonio comenzó tranquilamente. Raisman subió al podio, sonrió al Juez, deletreó su nombre y luego se quedó erguida con sus tacones por un segundo, con el rostro en una expresión hermética. (En muchas oportunidades hacía el mismo gesto antes comenzar sus rutinas en la alfombra, antes que la música comenzara a sonar). Su pelo estaba recogido con una cola de caballo y vestía un blazer rosado fuerte que combinaba con su polvo facial y pintura de labios. El efecto causado era de femineidad pura y brillante.

“Larry”, dijo, leyendo una hoja de papel. “Te das cuenta ahora de que nosotras, este grupo de mujeres de quienes abusaste de forma tan desalmada durante un periodo tan largo de tiempo se ha convertido en una fuerza”. Tomó una pausa, se volteó y vio a Nassar, de la misma forma en la cual una persona podría ver la suela de sus zapatos tras darse cuenta de que había pisado un chicle. “Y tú eres nada”.

El video se hizo viral. ¿Y cómo no? Raisman estaba canalizando una emoción la cual, en pocas ocasiones, se le permite mostrar a las féminas célebres: furia. Furia cruda, sin filtros, encendida, la clase de furia que es incómoda ver, similar a las fotos de una escena del crimen. Las mujeres se emocionaron. Vieron su discurso en Internet, subieron porciones de este a sus redes sociales y pintaron frases en pancartas, algunas de las cuales fueron vistas por la propia Raisman.

Cuando ella pudo entender cuántas mujeres podían identificarse con su historia, cuántas mujeres entendían su historia porque también les había ocurrido a ellas, se conmovió. “Fue agradable”, afirma, antes de corregirse. “No agradable. Quiero utilizar la palabra ‘agradable’ de forma correcta, porque hablamos de algo horrible. Pero el hecho de contar con tanto apoyo y saber que no se está sola…” Se pierde un poco. “Porque, en ocasiones, te sientes sola”.

Raisman está sentada en un estudio fotográfico, no muy lejos de la casa de sus padres, ubicada en los suburbios de Boston. Viste una bata, esperando pacientemente mientras un estilista hace rizos en su pelo, antes de que un fotógrafo tome las imágenes que acompañan el presente artículo. Raisman comentó a los periodistas por primera vez sobre el abuso que experimentó en su contra en noviembre pasado.

Entonces, varias mujeres ya habían revelado sus historias. Sin embargo, a pesar de la enorme cantidad de sobrevivientes (hasta ahora, el escándalo Nassar es el mayor caso de abuso sexual en la historia del deporte en Estados Unidos), esta historia no había llamado la atención de manera amplia hasta la audiencia celebrada este año. “Ha habido muchas gimnastas que habían confesado lo ocurrido antes de la sentencia, pero no todos lo podían entender”, dice Raisman. “Siento que los medios de comunicación tampoco lo entendían bien”.

Luego del testimonio de Lansing, la gente lo entendió, de cierta forma. Es cierto que la noticia, finalmente, había calado en la conciencia nacional, pero la complejidad del escándalo dificultaba que el público pudiera entender la magnitud del caso. Para muchos, la manera más sencilla de lidiar con una catástrofe de tales implicaciones es concentrarse en la maldad del perpetrador.

Entonces, cuando éste es finalmente excluido de la sociedad, eso da a la historia una especie de final natural, la sensación de cierre para todos aquellos que lloraron en casa mientras las sobrevivientes daban sus testimonios. Pero eso no era lo que Raisman quería cuando habló en el tribunal ese día. Ella comenzó su testimonio destruyendo a su agresor, pero terminó apuntando a cada institución que le permitió cometer sus delitos, incluyendo a USA Gymnastics y el Comité Olímpico de Estados Unidos.

“Creo que muchas personas no entienden que esto va mucho más allá de Larry Nassar”, expresó. “Prosperó (cometiendo sus delitos) durante décadas. Si alguien prospera de esta forma durante décadas, significa que otras personas sabían al respecto y no hicieron nada. Hubo muchas personas que nos defraudaron”.

Algunas de esas personas han terminado excluidas del mundo del deporte. Cuando Steve Penny era presidente y CEO de USAG, la organización esperó durante cinco semanas mientras se llevaba a cabo su propia investigación antes de denunciar los abusos cometidos por Nassar al FBI. Penny renunció en marzo de 2017, aproximadamente un mes luego que Dantzcher, Antolin y la gimnasta Jessica Howard hablaron sobre los abusos cometidos en su contra en el programa “60 Minutes”. (Se informó que Penny recibió un paquete de compensación por su salida del puesto cercano a $1 millón).

Lou Anna K. Simon, presidente de Michigan State, institución que acordó pagar $500 millones a las víctimas de Nassar como parte de un arreglo extrajudicial, renunció a su cargo. Sin embargo, aún hay adultos que no han respondido por sus acciones u omisiones, indica Raisman, cuya inclinación a mantener a sus transgresores bajo denuncia constante nos hace pensar que estamos frente a una Arya Stark en el mundo real.

En una audiencia en el Senado de los Estados Unidos, reprogramada para junio pasado, se reveló que más de una docena de miembros de la USAG conocían de las acusaciones contra Nassar antes de que la propia USAG denunciara a las autoridades el 27 de julio de 2015 (“lo cual es absolutamente repugnante”, dice Raisman). Ninguno de éstos había alertado a la policía sobre la situación.

El Comité Olímpico de Estados Unidos contrató un bufete de abogados a fin de investigar lo ocurrido. Sin embargo, para mediados de julio no se conocían mayores detalles. Si bien la USAG ha conformado un comité de atletas, Raisman (quien, al igual que muchas víctimas de Nassar, intentó una acción civil contra el propio médico, la USAG y el Comité Olímpico de Estados Unidos) indica que no ha sido invitada a participar. (Una vocera de la USAG indicó en un correo electrónico que el comité crecerá en los meses venideros, agregando: “Esperamos que, una vez se resuelva la situación legal, la señorita Raisman y otras atletas sobrevivientes deseen asociarse con USA Gymnastics en el camino que tomaremos de aquí en adelante”).

Raisman se muestra escéptica de las investigaciones encargadas por el Comité Olímpico de Estados Unidos: “Necesitamos una investigación independiente”, afirma. “Si alguien sabía sobre Nassar o debió saber, necesitan estar fuera”.

Cuando Raisman habla de responsabilidades, utiliza de forma consciente estas palabras: “Debió saber”. Nassar tuvo innumerables personas a su alrededor que permitieron que éste siguiera adelante, la mayoría de ellos sin tener idea, o no querer saber, lo que éste hacía tras puertas cerradas. Sin embargo, su incapacidad de darse cuenta de la forma en la cuál éste atacaba a sus víctimas, dice Raisman, fue lo que creó una tragedia que pudo haberse evitado.

En marzo pasado, Raisman lanzó una campaña llamada “Flip the Switch” (“Mueve el interruptor”), asociada con la organización sin fines de lucro “Darkness to Light” (“De la oscuridad a la luz”) para ofrecer cursos en Internet a fin de educar a los adultos para detectar síntomas de posible abuso sexual.

Raisman, quien firma un certificado cuando alguien completa una clase gratuita (de las cuales se han producido 1,600 y siguen contando), conoce muchas de estas señales gracias a su propia experiencia. Por ejemplo, afirma que Nassar tomaba “fotos obsesivas” de las jovencitas que trataba, lo cual debió haber preocupado a otros adultos. Cuando las gimnastas viajaban al extranjero para participar en torneos, las atendía de noche, a veces sin supervisión. “Llegaba a nuestras habitaciones y laboraba con nosotras a solas, literalmente encima de nuestras camas”, explica, con una sensación de asco cada vez mayor en su tono de voz. “Cuando recuerdo esto, entiendo que es una señal de alerta inmensa”.

El primer encuentro de Raisman con el médico ocurrió fuera de Estados Unidos, cuando ella viajó a Australia para competir a los 15 años. El staff de la selección nacional insistió en que ésta permitiera que Nassar le chequeara en su habitación. Si bien el masaje le dejó una sensación de incomodidad, se sentía demasiado intimidada como para expresar su preocupación. “Siempre pensé que él era una persona rara, y me molestaba, sin duda me hacía sentir incómoda, pero casi me sentí culpable, como si yo fuera el problema”, afirma.

No fue sino hasta 2015 cuando Penny envió un investigador a su casa para entrevistarle con respecto a Nassar (USAG recibió sus primeras pistas sobre el caso gracias a un entrenador que escuchó una conversación sobre Nassar entre la gimnasta Maggie Nichols y otra compañera) que ella pudo comprender la dimensión de lo que había soportado.

“Me sentaba a pensar sobre ello durante toda la noche”, escribió en sus memorias, en el libro “Fierce” (“Feroz”), publicado el año pasado. “Parecía que se hubiese roto un dique en mi mente y los recuerdos comenzaron a inundarme, tan claros como la luz del día: Larry. Los cuartos de hotel. Y después, los dulces que nos daba. Esos pequeños dulces que daban la impresión de que cuidaba de nosotros. Oh, Dios mío”. Luego de la reunión, Raisman llamó a un ejecutivo de la USAG y pidió hablar nuevamente con los investigadores. Horas después, según escribió, recibió un mensaje de texto de un miembro de la organización (cuya identidad no es revelada en el libro), indicándole que dejara de hablar.

Mientras Raisman responde a mis preguntas sobre Nassar, el estilista termina de arreglar su pelo y comienza a empolvarle las mejillas. Raisman cierra los ojos para que puedan maquillarla, pero sigue hablando. Cuando habla sobre su agresor, usualmente no realiza pausas ni exhibe mucha emoción; lo describe desapasionadamente, como si fuese un extraño o un personaje de un libro. Ella sabe que parece inmutable. “Cuando me conocen, mucha gente cree que es fácil para mí – que siempre soy esa persona que habló en el tribunal”, dice. “Pero yo no soy así”.

Ella se preparó para encarar a Nassar estudiando fotos, y cuando él la miraba durante el juicio, con ojos inexpresivos, ella no bajó la mirada. Pero ese encuentro la dejó conmocionada. Después, cuando ella y su madre Lynn fueron a almorzar, se derrumbó encima de la mesa del restaurante, con un dolor de cabeza insoportable.

Como gimnasta, Raisman siempre tuvo una imagen de dureza, señala Madison Kocian, su compañera en los Juegos Olímpicos de 2016. “La gente pensaba que podían darle más responsabilidades porque ella no iba a flaquear”, dice. “Ella ha embotellado muchas emociones”. Ahora, Raisman admite que después de darse cuenta del abuso que sufrió, experimentó síntomas similares al estrés post-traumático, incluyendo paranoia y ansiedad. Las entrevistas la dejan agotada, y cuando lee historias sobre abuso sexual, tiene que saltar los detalles explícitos. Aunque utiliza una combinación de terapia, acupuntura y meditación para lidiar con el estrés, la angustia puede ser debilitante. En su demanda, dice que sufre de depresión.

Cuando habla en universidades, hombres y mujeres se le acercan para compartir sus relatos de abuso, algunos por primera vez. Después, suele despertarse a mitad de la noche, inquieta y abatida. “Mucha gente, muchos sobrevivientes, se me acercan para pedir consejos sobre lo que deben hacer”, dice. “Soy muy sincera con ellos, porque no soy una experta en la materia, no soy alguien que puede hacer que su abusador pague las consecuencias. Ojalá lo fuese”.

Raisman afirma que aunque nunca pensó que sería una activista, agradece que la gente preste atención – pero admite que la carga la agobia. Usualmente, cuando habla, se detiene y se autocorrige; en un momento durante nuestra conversación, agarra un papel y empieza a escribir notas a toda prisa. Tiene mucho temor de equivocarse, de cometer el equivalente retórico de resbalarse en las barras paralelas. “Hay muchos sobrevivientes, pero pocos que tienen una voz que puede ser escuchada”, dice. “Sé que soy una de las pocas que es escuchada, así que quiero quedar bien con ellos”.

Cuando terminamos de hablar, le pregunto si puedo ver sus notas, y me las entrega antes de irse. Siente presión por ayudar a todos, había escrito, pero es tan difícil ya que todavía estoy tratando de procesar todo.

AL IGUAL QUE MUCHAS GIMNASTAS de elite, Raisman empezó a practicar el deporte a una edad en la que la mayoría de los niños apenas están aprendiendo a caminar. Cuando tenía 18 meses, Lynn, una ex gimnasta en la escuela secundaria, la llevó a unas clases en un gimnasio local, con la esperanza de que su hija quemara algo de energía en las colchonetas. Una tarde de verano unos años después, Lynn encontró una cinta de VHS de los Juegos Olímpicos de 1996 y sentó a la niña de ocho años frente al televisor. Raisman quedó maravillada por las Siete Magníficas, que conquistaron el primer oro por equipo de mujeres en la historia de Estados Unidos. “La manera en la que entraron al estadio, compitiendo con sus trajes con la bandera de Estados Unidos… sencillamente, me parecían como superhéroes”, relata.

En ese momento, no prestó atención a la persona que ayudó a Kerri Strug cuando salió cojeando de la tarima tras aterrizar su famoso salto de potro con un tobillo lastimado: Larry Nassar.

En su libro, Raisman se describe como alguien que demoró en alcanzar su potencial, y recuerda que tuvo que repetir una clase de gimnasia porque tenía dificultades con un ejercicio. Pero su dedicación al trabajo nunca disminuyó, escribe. A los 10 años, entrenaba durante cuatro horas diarias después de la escuela. Se perdió campamentos de verano, bailes, fiestas – aunque afirma que no se arrepiente de nada. Mientras crecía, le encantaba la sensación de ganar fuerza, de trabajar sus músculos hasta el punto de que se desvanecía en la cama por la noche. Kocian dice que Raisman tenía un ímpetu inusual, incluso para una deportista olímpica. “Ella llevaba su cuerpo al límite, hasta la perfección”, dice. “Como gimnasta, se necesitaba mucho para vencerla. Y eso hizo que sea más fuerte ahora”.

Lynn dice que, al principio, la familia no se dio cuenta de que su hija tenía un don especial. “En algún momento pensé que a lo mejor sería lo suficientemente buena como para recibir una beca universitaria”, dice riendo. Pero para cuando Raisman tenía 15 años, fue convocada a la selección nacional, lo que significaba que tendría que viajar constantemente al rancho de Bela y Martha Karolyi en Texas. Bela, un entrenador famoso por ser estricto y quien abandonó Rumania en la década de los 80, implementó un sistema semi-centralizado en la asociación estadounidense de gimnasia, y Martha se hizo cargo en 2001. Bajo su sistema, los gimnastas entrenaban en sus ciudades con sus entrenadores locales, y viajaban periódicamente al Rancho Karolyi, donde pasaban algunos días bajo supervisión y estudio.

Era una experiencia que Raisman describe como estar en una “pecera”, una mezcla entre un campo de entrenamiento y un reality show.

Como resultado, señala que “a veces sentía que hacía las cosas bien por miedo”. En “Fierce”, escribe sobre la presión que la USAG ponía sobre ella y otras gimnastas, y recuerda que ocultó lesiones a los dirigentes del organismo. Esta sensación de paranoia se exacerbó en el Rancho Karolyi, donde las gimnastas tenían miedo de pedir agua o ir al baño. “Como que te dicen que las cosas tienen que ser así – si no sigues las reglas, si no haces lo que te dicen, entonces existe la presión de que no vas a ser elegida al equipo olímpico”.

Para un depredador sexual como Nassar, este era un ambiente ideal. Aunque no tenía licencia médica en Texas, las gimnastas eran obligadas a ser atendidas por él y les decían que era el mejor médico disponible. El ambiente opresivo en los entrenamientos y competencias facilitaba el abuso para Nassar, ya que podía presentarse como un aliado, que les regalaba croissants y dulces y escuchaba sus quejas. “Era nuestro amigo”, explica Raisman. “Era alguien que nos ayudaba si estábamos pasándola mal.”

Para evitar que haya otro Nassar, las sobrevivientes dicen que el mundo de la gimnasia necesita investigar los errores de los adultos, pero también hay que analizar por qué tantos niños no se atrevieron a denunciar. “La gente no entiende… cuando un niño no se siente como para denunciar algo de inmediato, quiere decir que hay un ambiente que fomenta eso”, dice Jessica O’Beirne, una exgimnasta que es anfitriona de un podcast llamado GymCastic. La gimnasia es un deporte con un sistema de puntuación subjetivo, y, por lo tanto, los atletas tienen miedo de generar polémica, especialmente en un ambiente como el Rancho Karolyi. “Son susceptibles porque dejan de lado su propio bien a cambio del éxito”, dice O’Beirne.

Raisman coincide. “En la gimnasia, te dan una palmadita en la espalda si te callas y no causas problemas – nunca te sientes cómoda levantando la voz”, dice. Casi nunca confiaban en los adultos. Penny estaba en la sala cuando los coordinadores elegían al equipo olímpico, al igual que el representante de los atletas, lo que hacía que fuese difícil expresar alguna queja. “Todo es un conflicto de intereses en la USAG”, dice Raisman. “Todo”.

Actualmente, USA Gymnastics, que rompió sus lazos con el Rancho Karolyi pocos días antes de la vista de sentencia de Nassar, está poniendo en vigor una lista de enmiendas a sus reglamentos, según fue recomendado por un exfiscal federal. Todos los empleados de USAG deben reportar cualquier sospecha de abuso directamente a las autoridades de ley. La organización dice que está reconstruyendo su propia cultura. Sin embargo, ¿cómo reaccionará la comunidad de la gimnasia si los arreglos se implementan y nada cambia?

El equipo nacional ha ganado tres medallas de oro en su historia, todas durante el reinado de los Karolyis. “Siento que, a menos que se dupliquen los mismos resultados, la gente dirá, ‘Oh, sí, ¿querías cambiarlo todo?’”, dijo Lynn con voz vacilante. “’Quizás haya más víctimas avergonzadas’”.

Contrario a su hija, la madre de Raisman no puede contener sus emociones. Mientras observa a Aly grabar una entrevista con ESPN en un almacén enorme y vacío en Massachusetts, aprieta sus manos y dedos unos contra otros. Al verla, recuerdo el video viral de ella y el padre de Raisman mientras pierden la razón, moviéndose en sus asientos como los inflables frente a los lotes de venta de autos mientras su hija presentaba su rutina en los Juegos Olímpicos de Londres.

Cuando Aly termina con la entrevista, varias docenas de gimnastas en leotardos y polainas, todas ellas chicas jóvenes del área de Boston, entran al lugar. Algunas fueron invitadas a estar allí; otras lo escucharon a través de amistades. Raisman está sentada en una silla alta, y todas forman un semicírculo a su alrededor, sentadas de piernas cruzadas en el suelo.

Una chica le pregunta si competirá en los Juegos Olímpicos de 2020 (Raisman no ha decidido). Otra, con el pelo arreglado en un par de trenzas que cruzan su espalda, le pregunta a Raisman cómo se siente antes de competir. “Realmente me pongo nerviosa”, responde. “Uno espera que, si se ha preparado como debe ser, esté menos nerviosa”.

Luego, Raisman se toma fotografías con el grupo. Algunas de las chicas hallan cajas sobre las cuales se paran las más pequeñas, colocándolas de modo que dan a entender que han hecho esto antes. Un par de gimnastas adolescentes se alinean detrás. Carly y Paige, ambas en escuela superior, entrenan en Brestyan’s , el mismo gimnasio donde se desarrolló Raisman. Las dos chicas, cuya vestimenta expone sus bien definidos músculos de la espalda, dijeron haber llorado cuando le vieron hablar en el tribunal. “Nos sentimos igual de orgullosas que cuando la vimos en los Juegos Olímpicos”, dice Carly.

Les pregunté si habían aprendido a identificar las señales de abuso al escuchar a Raisman, y ambas movieron vigorosamente sus cabezas, dejando ver que no. “Siempre se aprende algo, pero no es… suficiente”, dijo Carly, mientras miraba a su amiga. “Nunca es suficiente”.

Paige sacudió la cabeza. “No tenemos idea”, dijo.

POCAS SEMANAS después, Raisman viaja a la Ciudad de Nueva York para acudir a un evento auspiciado por la línea de ropa Aerie, uno de sus socios comerciales. Temprano en la tarde, varios cientos de personas, la mayoría de ellas mujeres, ocupan el área pedestre de Times Square, sentadas en colchones de goma para hacer yoga, bajo un agobiante calor. Raisman, quien viste sandalias y polainas, con una amplia camiseta anudada en su cintura, encuentra un espacio abierto al frente. Cuando la clase termina, la multitud se disipa, pero vuelve a formarse cuando Raisman sube a la tarima. .

Parada sobre la punta de sus pies, le pide a todos en la audiencia que escojan una pareja y mencionen cinco cosas que les agraden sobre sí mismos. Es un grupo diverso; y no muy lejos del frente, una mujer mayor se vira y sonríe ampliamente a una adolescente, quien ríe mientras se inclina para escucharla. Pocos minutos después, Raisman pide a todos recrear lo que dijeron, sustituyendo cualquier rasgo físico con rasgos de personalidad. De inmediato, pone una pista de audio de meditación y se sienta con las rodillas pegadas a su pecho. Mientras se balancea ligeramente hacia atrás y adelante, con los ojos cerrados, me impacta cuán vulnerable se ve. Cientos de turistas pululan alrededor de la plaza y le toman fotos, cual si ella fuese una pieza de arte público mientras medita a solas en la tarima. .

La música termina. Raisman se incorpora y sonríe. “Quiero que sepan que, no importa por lo que estés atravesando, todos somos seres humanos”, dice. “Está bien pedir ayuda”.

Antes de irse, ella acepta hablar conmigo una vez más, en medio de Times Square. Arrastramos un par de sillas plegables de metal a la plaza y nos sentamos una frente a la otra, ignorando a los transeúntes como si fuéramos actrices filmando una escena. Un enorme cartel de Aerie cuelga detrás de Raisman; ella modeló traje de baño y ropa interior para la compañía y recientemente posó para la edición de traje de baño de Sports Illustrated. Dice que ha sido criticada por algunas de estas decisiones, pero desea que otros sobrevivientes la vean abrazar la sexualidad en sus propios términos. "No importa lo que haya ocurrido en el pasado; no me va a detener, y eso no significa que deba ser menos respetada solo porque estoy posando con sujetador y ropa interior", dice. "¿A quién le importa?"

Mientras crecía, dice Raisman, estaba insegura de su aspecto. En la escuela primaria, los niños solían burlarse de los músculos que ella había pasado incontables horas cultivando en el gimnasio, acusándola en broma de tomar esteroides. Como gimnasta de élite, su cuerpo estaba bajo constante escrutinio, obsesionado por las mismas personas que no lo protegieron. En su libro, escribe acerca de cómo una funcionaria de USAG una vez la reprendió por comer pizza y le cuenta cómo temía que un perro de seguridad del aeropuerto pudiera oler las meriendas en su equipaje, informando a los entrenadores sobre su "contrabando". Desde entonces, se ha dado cuenta de que esta constante lluvia de críticas erosionó su confianza y, como resultado, sus defensas. "Cuando eres insegura ... al menos para mí, eso me hizo más vulnerable al abuso", dice ella.

Es un problema que no tiene una solución fácil. Una investigación podría desenterrar los secretos de USAG, exponiendo a todos los adultos que voltearon la mirada. Una clase podría enseñar a los gimnastas jóvenes a identificar los signos de aseo personal y abuso, dándoles la posibilidad de hablar si el abusador está en el medio. Pero cuando Raisman dice "esto es más grande que Nassar", una frase que repite a menudo, porque cree que todavía no se está cumpliendo, no está hablando solo de las personas que lo habilitaron. Está hablando de las fuerzas que sistemáticamente devalúan los cuerpos de las mujeres, robándoles a las chicas como ella -chicas valientes, inteligentes y poderosas- la autoestima y control.

" Creo que tenemos que cambiar la forma en que nuestra sociedad ve a las mujeres”, dice.

Durante el año pasado, el trabajo de Raisman la obligó a enfrentar no solo la prevalencia del abuso, sino también la extensión a la que la gente irá para negar que existiera. Para cuando el escándalo de Nassar hizo metástasis en la conversación nacional, el número de acusaciones había dejado el caso inatacable: ¿Quién podría no creer de tantas acusadoras, todas las cuales contaron la misma horrible historia?

Pero antes de que esas acusadoras se encontraran unas a otras y sus voces, convirtiéndose en una fuerza que era demasiado grande y creíble para ponerla en tela de juicio, muchos no les creyeron. Al igual que todas las demás mujeres que piden, suplican, que escuchemos cuando dicen ‘Yo también’, las sobrevivientes de Nassar fueron objeto de dudas durante años, a menudo de las personas en quienes más confiaban. Como resultado, muchas de ellas, incluida Raisman, aprendieron a dudar de sí mismas.

En los últimos meses, Raisman me dice que ha experimentado más ansiedad que nunca. Está aprendiendo a lidiar con esos sentimientos, pero algunos días son más difíciles que otros. Ella trata de encontrar consuelo en pequeños placeres: ir a Cape Cod con su familia, leer novelas de Jodi Picoult, pasar tiempo con sus perros. Más adelante este año, planea mudarse y vivir sola por primera vez. "Nunca pude elegir muebles, todo eso, estoy muy emocionada", dice sonriendo. Quiere "relajarse y ser normal". Quiere tomar pausas.

Y, sin embargo, ella sabe que hay una parte de ella que es incapaz de tener normalidad. "Siendo un atleta, siempre piensas: ¿qué más puedo hacer? ¿Qué puedo hacer mejor?" dice. Ella no puede evitarlo; es como su cerebro está conectado. Una vida pasada en los ‘mats’, volando, cayendo y volviendo a volar, creó esta paradoja: la gimnasia la lastimaba profundamente, pero también la hacía inconcebiblemente fuerte. El deporte le dio las herramientas para quemar la institución.

Cuando le pregunto a Raisman por qué optó por tomar el manto del activismo, ella dice que no fue realmente una decisión. "Puedo compararlo con cuando tenía 8 años y vi el equipo olímpico de 1996", me dice. "Pensé: 'Voy a hacer eso, y voy a estar allí'". Como siempre, su tono es desarmadamente práctico, como si estuviera recitando una verdad evidente en lugar de describir algo que muchos caracterizarían como un sueño imposible.

"Cuando era más joven sentí que iba a ir a los Juegos Olímpicos", dice. "Y ahora siento que voy a ayudar a solucionar esto".

Mina Kimes es una escritora senior de ESPN.

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