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"Déjenlos, están chavos"

MÉXICO -- Y crecieron sin algo que sus predecesores padecieron: complejos.

El mejor ejemplo no vino necesariamente durante los 94 minutos que jugaron, sino posiblemente 10 segundos después.
¿Vieron los festejos?

A los 2 segundos, solo 3 jugadores corrieron desde la banca a la cancha y brincaron. Ninguno de los 11 que estaban en el terreno de juego o el resto que veían el partido desde la línea hizo algo parecido.

El "Chatón" Enríquez se arrodilló y agradeció viendo al cielo, Javier Cortés se persignó, Oribe Peralta –exhausto- jaló aire y después comenzó a abrazar a sus compañeros. Los miembros del cuerpo técnico se abrazaron entre sí, sonrientes, pero serenos.

Demasiado serenos, todos.

De hecho, lo primero que hizo Luis Fernando Tena fue buscar la mano derecha de su colega japonés pero no la encontró. Corona se acercó a un desencajado Yuki Otsu para consolarle y éste, seguramente cegado por la impotencia, negó hasta en 3 ocasiones el gesto de juego limpio que los mexicanos le ofrecieron.

Yo no entendía. ¿Qué no ganar la primera medalla olímpica en equipo para México desde 1936 merecía por lo menos una explosión de júbilo ilimitado? (Sí, ya sé de las medallas en hipismo en 1980, pero entendemos el punto ¿no?) ¿Qué no asegurar una presea en el deporte más popular de su país ameritaba la afonía y el descontrol?

No para ellos, porque su educación futbolística es distinta. Para ellos, ganar no significa plata, significa oro.

No entienden de cachirules o ratones verdes. No saben quién es el "Jamaicón", ni qué mal le aquejaba.

Sus leyendas no son las de los penales en el Volcán en el 86, ni en New Jersey en el 94 y vagamente recuerdan los cabezazos mortales de Klinsmann y Bierhoff.

En su recuerdo las fotografías incluyen a sus referentes -ahora hasta compañeros- jugando en Europa, a uno de sus cuates jugando en Manchester United, a algún jugador de su club siendo campeón del mundo en 2005 y a varios de sus suplentes hacer lo mismo en 2011.

En su cabeza, el "sí se puede" no es una porra ni un grito desesperado. Es un modo de vida.

Por eso, cuando el árbitro pitó el final del que ha pasado a ser uno de los juegos más importantes en la historia del futbol mexicano, lo celebraron así. Porque en su mente, el más importante, apenas está por venir.

Que no se pierda esa bonita costumbre.

De salida: Yahel Castillo, no te rindas. Inténtalo otra vez, hasta que el cuerpo no te dé. Y aun cuando sientas que ya no da, piensa en los primeros cuatro clavados que tiraste. Tu vida te ha acostumbrado a tomar revanchas. Toma ésta y demuéstrate solo a ti que la medalla es posible. No busques muy lejos, los mejores ejemplos los tienes más cerca de lo que crees.