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Lamentablemente, Grandal no será el último

Grandal apenas tiene 23 años, y acaba de terminar su primera temporada en MLB. Brad Mills/US Presswire

Cuando menos, estúpido, por no decir descaradamente tramposo.

Yasmani Grandal, el cátcher cubano de los Padres de San Diego dio positivo de testosterona en un control antidopaje y arrancará la temporada del 2013 con una suspensión de 50 partidos.

Semejantes acciones representan un retroceso en el prestigio justamente ganado con tanto esfuerzo por muchos peloteros latinos. Es un golpe a la credibilidad de los nuestros, como en su momento resultó Melky Cabrera, apenas días después de ser elegido el Jugador Más Valioso del Juego de las Estrellas.

Por más que me devano los sesos, no entiendo cómo aun hay jugadores que intentan engañar al mundo.

"Pido disculpas a los fanáticos, a mis compañeros y a los Padres de San Diego", dijo Grandal en un comunicado. "Me sentí decepcionado al conocer mi examen positivo y bajo el Programa de Drogas, soy responsable de cuánto pongo dentro de mi cuerpo. Debo aceptar la responsabilidad por mis acciones y cumplir la suspensión".

Lo más fácil es pedir perdón. Mostrarse arrepentido por algo que a sabiendas está mal hecho.

Pudiera alguien alegar que se trata de un joven de 23 años, en apenas su primera campaña en las Mayores.

¿Y qué? A los 23 años se es completamente adulto y se saben de sobra las consecuencias de la ilegalidad.

Pero volvemos a lo mismo. La culpa no es sólo del infractor.

Hay muchas aristas que explotar en este problema, que si bien ha disminuido considerablemente, en comparación con una década atrás, sigue latente en el mejor béisbol del mundo.

No es primera vez que menciono la necesidad de que las Grandes Ligas alineen su política de sanciones por uso de sustancias prohibidas con el resto del deporte mundial.

A los tramposos hay que darles donde más le duele: en el bolsillo, para desestimular a otros a seguir sus pasos.

Los castigos risibles de 50 o 100 juegos son casi vacaciones en medio de agotadores calendarios de 162 partidos.

Distinto sería una pena de dos años fuera del deporte y sin salario a los infractores primerizos, más una suspensión de por vida a los reincidentes.

Si el béisbol aspira a reingresar en el calendario olímpico, debería empezar por lavar su imagen para mostrarse como una disciplina limpia de drogas.

Sanciones duras, que hagan peligrar la continuidad de la carrera deportiva, se hacen cada vez más imprescindibles en el béisbol.

A eso súmenle elevadas multas a los propietarios de equipos, para que se encarguen de velar por la limpieza de sus empleados.

No se trata de establecer un sistema de vigilancia policial dentro de las Mayores. El asunto es que a grandes males, grandes soluciones y si no aprenden por las buenas, será imperativo que lo hagan de manera más drástica.

Lo peor es que Grandal no es el último. Vendrán otros que intentarán burlarse de todos, compitiendo de manera ilegítima frente a rivales que han optado por apoyarse sólo en su talento natural.