<
>

Pete Rose: Adiós a Cooperstown

Las escasas oportunidades de Pete Rose de entrar al Salón de la Fama de Cooperstown acaban de irse por el tragante.

Documentos conseguidos por el programa Outside The Lines (OTL) de la cadena ESPN dan fe de que el líder de hits de todos los tiempos apostó en partidos de béisbol no ya cuando dirigía a los Cincinnati Reds, sino desde la época en que todavía era jugador.

Varias voces se habían levantado en los últimos tiempos para pedir que se levantara el castigo que mantiene alejado de por vida a Rose de toda actividad relacionada con el béisbol.

Quienes abogaban por su perdón alegaban que 26 años ha sido suficiente tiempo de sanción y ya era hora de concederle el perdón.

Esa posibilidad tomó fuerza con el cambio de mando en la MLB, tras la salida de Bud Selig y la llegada de Rob Manfred como nuevo comisionado.

Pero la nueva revelación de OTL viene a esfumar esas esperanzas y a confirmar que "Charlie Hustle" es un mentiroso empedernido, que por años negó cualquier relación con las apuestas.

Un buen día en el 2004 aceptó haberlo hecho en su época de manager, aunque rechazó que hubiera apostado en contra del equipo que dirigía.

Ahora resulta que las apuestas vienen desde más atrás.

¿Por qué entonces creerle una sola palabra a alguien que le tomó 15 años reconocer un hecho? Rose era -- o es -- un jugador compulsivo, un ludópata. Las personas con esa adicción no tienen límites y son capaces de apostar a favor o en contra de lo que sea con tal de ganar.

Y él tenía el control sobre los juegos de Cincinnati. Perfectamente podía haber apostado en contra de su propio equipo y bastaba con retirar de la lomita a un pitcher que estuviera dominando al rival por considerar que había hecho demasiados lanzamientos, por poner un solo ejemplo.

Duele que alguien que se entregó como pelotero de la manera que lo hizo, que convirtió en un arte el acto de batear un hit, haya manchado así el deporte que le dio de comer.

Su caso, por otro lado, alimenta un debate sobre qué es peor, si involucrarse en apuestas ilegales o apelar al uso de sustancias prohibidas para mejorar el rendimiento atlético.

Al menos en una época, el consumo de esteroides no estaba prohibido, aunque a sus usuarios se les pueda acusar quizás de poca ética de trabajo.

Lo de Rose fue peor, porque, en primer lugar, ya existía el antecedente del escándalo de los Medias Negras de 1919.

Antes de perdonarlo, quizás merecen ser exonerados antes los ocho jugadores de los Chicago White Sox que vendieron la Serie Mundial de 1919.

Quienes han tratado de presentar una imagen más cándida de Joe "Shoeless" Jackson, Chick Gandil, Eddie Cicotte, Eddie Collins, Lefty Williams, Fred McMullin, Oscar "Happy" Flesch y Charles Risberg señalan que los ocho buscaban una compensación económica y una especie de venganza contra el dueño Charles Comiskey, quien explotaba su talento a cambio de salarios miserables.

Y aun así, nadie pide que Jackson, uno de los más exquisitos jugadores que ha pasado por las Grandes Ligas, sea perdonado post-mortem y exaltado a Cooperstown.

En segundo lugar, sus apuestas no respondían a una necesidad económica, como la que supuestamente impulsó a los peloteros de Chicago a arreglar los partidos.
Pete Rose no es Nelson Mandela. Perdonarlo sobre la base del sentimentalismo y la condescendencia sería una bofetada en el rostro para quienes han defendido dentro y fuera del terreno la integridad de este gran deporte.