<
>

Chile, campeón con sangre de 18 millones

SANTIAGO -- Chile campeón. Noche de contrastes. Noche de angustias. Noche en que la pasión absoluta somete a algunos maquiladores del futbol, que no enorgullecen a Argentina.

Chile campeón. Y lo consuma con el suspenso magnífico, escalofriante, cardíaco, desde el manchón donde se elevan las hazañas y se sepultan los sueños con paladas de tragedia. Ahí, donde la inmortalidad se gana y la intrascendencia se castiga con el olvido.

Con la pasión colectiva, solidaria, absoluta, de 11 en la cancha, pero que se bebieron la sangre ansiosa de 18 millones de chilenos para conquistar su primera Copa América.

"A partir de hoy el futuro de nuestro futbol será distinto. Hoy dejamos el mensaje que podemos ganar a cualquiera", aseguró Arturo Vidal, el hombre que estrelló un Ferrari Rojo a 170 kilómetros por hora, pero condujo a esa misma velocidad, con mano firme, a La Estampida Roja hasta la meta.

En tanto, por quinta vez en seis partidos, Argentina experimentó lo que es jugar con 10, cuando juega sin su "10".

El mejor del mundo no puede consumar que su selección nacional sea la mejor del mundo y ni siquiera la mejor de América.

"Me cuesta trabajo anotar con Argentina", había dicho Lionel Messi, a quien tras el fracaso se le veía más pensativo que triste, más resignado que consternado.

Queda claro que a Leo le queda insuficiente España y le queda chica Europa, pero le sigue quedando inmensa la camiseta que está hecha a la medida, con la gloria como sastre, para un solo argentino: Maradona.

Pero si Argentina tiene 22 años siendo un maquilador y maquillador del futbol a nivel de selecciones, la magia absoluta le pertenece a Chile. Bebe por primera vez del Cáliz de América, amenazó, lo anunció y se comprometió desde la primera maroma del balón en esta Copa América.

La Roja fue una furia sin tregua ante Argentina. Desde el arranque del partido. Mordió para defender y tiró mordiscos para atacar. No pudo vencer a Romero. Porque no supo, aunque siempre quiso.

En 120 minutos, Chile fue el protagonista. Sufrió, cierto, pero estrictamente por respetar, por apegarse, por defender ese atrevimiento ofensivo, ese riesgo perenne, constante, de atacar como principio elemental del futbol, como homenaje a la legitimidad de la victoria y, hasta de reojo, por el fundamento básico de ser espectacular.

Llegó y falló. Más que heroicidades de Romero, se perpetraron equivocaciones incomprensibles de Vidal, Valdivia, Vargas, Alexis, Isla, y hasta Fernández, cuyo ingreso le redujo el vértigo a su selección.

¿Messi? La versión burguesa de su realidad con el Barcelona. Fue una réplica lastimera del que deambuló ante Uruguay, Paraguay, Jamaica y Colombia.

Leo nunca se atrevió a gambetas, nunca se atrevió a tomar el mando, aunque cínica o inconscientemente acepte que le ajusten el brazalete inmerecido de ser capitán. Llegó un momento en que de manera consecutiva, cuatro pases simplones en tres cuartos de cancha, los entregó al adversario.

Y con la lesión de Di María y con el veto absoluto contra el 'Apache' Tévez fue evidente que Argentina disponía de maquiladores del futbol, cuestionando seriamente la habilidad de 'Tata' Martino para elegir jugadores, o para elegir cambios o para no ser manipulado en sus decisiones.

Y por ese esfuerzo incuestionable de los otros 10 argentinos, de la gallardía para intentar sin poder, en medio de ese brío, de ese vigor, el dominio chileno en al menos 100 de los 120 minutos de juego condecora el valeroso, devoto, ardiente, compromiso chileno, por cada pelota, por cada jugada, por cada segundo.

Irónico que tras los desperdicios lamentables de Higuaín y Vanegas en los disparos desde el manchón, desatara el tsunami en el Estadio Nacional y en la nación entera Alexis Sánchez, quien había tenido una copa rebosante de dudas y deudas, más que de satisfacciones y festejos.

Y cobra de manera humillante. Más humillante que a lo Panenka. Mientras que Romero caza el fantasma de su fe tirándose a su izquierda, el balón entra retozón, burlón, juguetón, heroico, glorioso, eterno, para entregar a Chile su primera Copa América.

Un Chile acostumbrado a jugar como nunca y perder como siempre, hoy ha cambiado su historia y su destino.

Hoy, Chile dirá que ha jugado como siempre para ganar como nunca lo había hecho.