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El encanto de Toronto

Toronto es fascinante. Aunque estoy visitando esta ciudad de Ontario por segunda vez, en esta ocasión he tenido más tiempo para explorar y observar con detalles lo que había anticipado en mi primer viaje a Canadá.

Al llegar al Aeropuerto Pearson hay una línea de tren recientemente inaugurada que con todas las comodidades lleva al turista a Union Station transportándolo en un viaje que le permite ver los diferentes rostros que presenta la ciudad.

En el momento de desembarcar la unidad ferroviaria se emerge hacia una terminal que permite evocar la estación Grand Central de Nueva York, y desde donde se genera un gran tráfico de medios de transporte que mantienen comunicados a propios y extraños en esta urbe canadiense.

El clima de verano invita a caminar a cualquier hora por las calles del centro de la ciudad, donde gratamente sorprendido contemplo día a día la arquitectura de vanguardia que ha dado como resultado el diseño de grandes rascacielos y modernos edificios que me lucen distintos a los de otras ciudades de Norte América que he visitado.

La oferta de lugares para comer, bailar o ver un evento deportivo es uno de los atractivos que me llama la atención en cada sesión de caminata que realizo para trasladarme en la cobertura de la cita panamericana, y hasta ahora, creo que el implacable, el tiempo, no me permitirá visitar ni siquiera la mitad de tantos sitios que capturan mi atención, por lo que observo desde afuera y las recomendaciones de los vecinos de esta localidad.

Accidentalmente, el día de la ceremonia inaugural, debí tomar una ruta diferente a la que acostumbro, y tuve la oportunidad de abordar el "Street car", una especie de tranvía que me llevó de sur a norte, hasta llegar a la calle Dundas. Allí descendí de la unidad, y decidí caminar hacia el hotel donde me hospedo. El trayecto fue bastante largo, unas 18 cuadras, llaneras, como decimos en Venezuela, pero el esfuerzo físico en el día más caliente desde que llegué, valió la pena. Crucé por una comunidad completamente asiática, donde los pocos letreros en inglés publicitaban negocios vietnamitas, chinos, japoneses y demás.

Me transporté en mi pensamiento a Chinatown en Nueva York, pero este sitio me atrapó, me sedujo, me invitó a quedarme un rato más o regresar con más tiempo para seguir explorando y descubrir el otro lado del día a día en la ciudad, el rincón más allá de las enormes torres de bancos, y que colinda con una de las galerías más visitadas en este lugar.

El transitar continúa, y por los vientos que soplan, regresaré a casa, como la primera vez, con el amor intacto por la ciudad de Toronto.

El siguiente tramo lo va a correr Carlos Arratia. No te lo pierdas.