<
>

La mirada del residente

Llegué a Toronto en 1998 y he visto muy de cerca la transformación de una ciudad fascinante. No es muy común ver tantas personas de distintas nacionalidades, religiones, orientaciones sexuales y posiciones políticas compartir pacíficamente en todos los niveles de la vida diaria como sucede en aquí. De hecho, la ONU usa el ejemplo de Toronto en muchas actividades internacionales.

Los Panamericanos, además del aspecto deportivo, ofrece a los habitantes de Toronto la posibilidad de compartir con muchos visitantes Latinoamericanos y a los Latinoamericanos la opción de conocer y apreciar lo que puede ofrecer la ciudad. Es un fórmula donde todos salen ganando.

En las semanas que antecedieron a los juegos muchos dudaban sobre si había interés, de hecho no se cumplieron metas en la venta anticipada de las entradas. Pero todo cambió el día de la inauguración. Yo fui uno que esperé hasta última hora para ir a los eventos y me encontré con la sorpresa que, en algunos casos, las entradas estaban agotadas. La fiebre agarró a la gente, sin lugar a dudas.

Y aclaro que las entradas no son baratas ni las regalaban abiertamente en las calles como con el Clásico Mundial de Beisbol. Veinticino dólares, más 10 dólares de estacionamiento, para ir a un juego de beisbol de un nivel mucho más bajo que las Grandes Ligas no parecía muy lógico pero funcionó. Las dos veces que fui a al centro de beisbol y softball en Ajax había bastante gente y eso que no vi a la selección canadiense. Por menos dinero uno puede ver a los Azulejos de Toronto pero honestamente que la gente pagó por la experiencia y ser parte de los Panamericanos, más que por el evento a presenciar.

Los conciertos en la noche igualmente acapararon la atención de muchos en la ciudad y les dieron la oportunidad de escuchar bandas no tan populares por estos lado pero de gran calidad. De nuevo, en esa fórmula ganaron todos.

En fin, la ciudad despertó y reaccionó positivamente. Los juegos dejarán muchas instalaciones deportivas a ser usadas como centros de alta competencia o por la comunidad en general. Pero más importante que eso, los Panamericanos dejaron un huella en muchos habitantes de Toronto que quedará por bastante tiempo: la calles hablaron español por primera vez desde 1998 y eso no tiene precio.