<
>

Miguel Herrera: efectos piojosos de la ira

FILADELFIA -- Ha sido un vértigo de versiones. Fiscalizar de oídas -- o de leídas --, mediante esa inmediatez precipitada de los heraldos despiadados del Twitter, puede llegar a ser injusto con ambas partes.

Quienes acusan a Miguel Herrera hablan de un golpe en el cuello, a mansalva, sobre Christian Martinoli, y una bofetada sonora de su hija sobre Luis García.

'El Piojo' acepta la agresión. Trata de suavizarla asegurando que no hubo golpe, sólo un empujón, y que lo hizo estrictamente por reclamar las embestidas del narrador sobre la popularmente llamada 'Pioja'.

El hecho es espinoso. Quien lo quiera tomar por cualquiera de sus ángulos saldrá lastimado. No puede haber un lado amable, suave, pachoncito, en el entorno de una agresión.

1.- POR SU PROPIA BOCA...

El domingo por la noche, Miguel Herrera había asegurado que "no soy un hombre rencoroso", y que no reacciona por venganzas pendientes ni afrentas personales.

Ni doce horas pasaron para que traicionara su propio sermón, incluso dentro de los rangos extremos de quienes lo acusan de atacar con premeditación, alevosía y ventaja, o, por sus propias palabras, sólo fue un empujón y un reclamo.

Dijo, en esa alocución extraordinaria, ya ajena a la conferencia de prensa patrocinada por Concacaf, que nunca piensa en hacerle daño a nadie, y que la relación entre medios y selección debía comenzar de cero, de inmediato.

Ni 12 horas pasaron, antes de que su discurso fuera dinamitado por su explosiva reacción, propia, se sabe ya de su explosivo carácter, reacción además inesperada, porque ya tenía en sus manos la Copa Oro, y el derecho a disputar su boleto a la Copa Confederaciones. Era inmune, en ese momento, a cualquier artillería. Estaba blindado con la carta suprema del entrenador: los resultados.

2.- ¿DEBE SEGUIR EN LA SELECCIÓN?

Él mismo se encarga de ponerse la soga al cuello. Él mismo elige el camino belicoso del asalto, en este caso, conforme a los compañeros de Martinolli, con premeditación, alevosía y ventaja.

Desperdició una oportunidad maravillosa de quedar como un caballero. Eligió convertirse en gañán.

Con un guante blanco, pudo saludar al narrador de TV Azteca, pudo invitarle un café -- o un té de pasiflora con azahares, para calmar al basilisco que llevaba dentro -- y ante los ojos de los seleccionados, el resto de los medios, y de sus propios patrones (como llama a Héctor González Iñárritu y Justino Compeán), comprar buenas voluntades.

Con ese guante blanco, de paz y de elegancia, habría ratificado que es el técnico perfecto para manejar tempestades en un seleccionado al que le gusta la turbulencia generada desde dentro, y si no baste recordar que los jugadores eligieron un silencio estampa ante los medios, sin que Herrera ni Iñárritu mostraran autoridad sobre ellos.

Aún así, si es capaz de treparse al suplicio de una tribuna y reconocer sus errores, pedir que le traigan a su mejor domesticador, Ricardo Peláez, para que le ayude en esos ataques de ira recurrentes, sus condiciones de técnico le sentarían bien al Tri.

3.- CONTAMINACIÓN...

Hay un mensaje equivocado. Un líder de grupo, un líder de opinión, un líder deportivo, pierde autoridad cuando traiciona su discurso. Si no es capaz de respetar sus propias retóricas, ¿puede esperar que sus dirigidos respeten su propia homilía? Complicado.

La prueba de su impacto en el grupo, la da de manera inmediata Giovani dos Santos, ese jugador notable que el futbol mexicano sigue esperando que se atreva a madurar. Gio colocó en su cuenta de Twitter: "Grande Miguel", en evidente ovación a la agresión -- de la dimensión que haya sido--, sobre Martinoli.

Un ataque a mansalva lo dejó fuera de la selección con Miguel Mejía Barón. Una agresión a mansalva, puede, de nuevo, dejarlo fuera de la selección.

Quiere decir que las experiencias duras, brutales, no logran cambiarlo, porque además, en un lapso corto ha desencadenado campales a través del barril de pólvora que es el Twitter, donde lejos de existir pacificadores, existimos azuzadores.

4.- ¿CUÁL ES LA LECCIÓN?

Pueden encontrarse muchas. Pero ninguna será asimilada. Podrá circunscribirse a Martinoli como un provocador. Sin embargo, más allá de su eventual locuacidad, de un estilo que a muchas fascina y a otro repele, la mejor forma de combatirlo es confrontarlo, pero no agredirlo.

Los argumentos son una solvente vía donde si no existe una reconciliación perfecta, al menos hay una tregua saludable.

Es mejor que queden cicatrices, a que permanezcan heridas abiertas.

¿Y el técnico? El mismo Miguel Herrera lo ha dicho. "Siempre estaré expuesto en este trabajo. Los resultados son el mejor argumento que tengo".

Insisto: tenía, como estandarte para controlar batallas pacíficas, haber ganado, pulcra e inmaculadamente la Final de la Copa Oro, más allá de que eventualmente el camino haya sido percudido, estercolado, por las peculiares y tendenciosas decisiones arbitrales, que lejos de despertar sospechas, desataron el dolo.

Y el escenario se vuelve más complicado. Seguramente en esa habilidad promiscua de la FMF, para dejar que el tiempo sepulte y solucione los problemas, fingirá demencia, se encogerá de hombros y hará de su complicidad un veredicto aprobatorio.

Aunque, también, conociendo a Decio de María, quien asumirá en agosto funciones absolutas de su reinado en el futbol mexicano, podría entonces enviar un mensaje populista, advenedizo -- su especialidad, pues --, e imponer una severa sanción a Miguel Herrera.

Lo más grave, al final, sería que la versión genuina de Miguel Herrera sea esta, y no la que durante años se apresuró a entregarnos. Porque estas manifestaciones de rabia, queda claro, llenan de tinieblas la razón, pero transparentan la autenticidad del hombre.

Séneca editó una frase magnífica para advertir sobre el suicidio de la ira. "Es un ácido que puede hacer más daño al recipiente en el que se almacena, que en cualquier cosa sobre la que se vierta".