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Lio Tse-tung

BEIJING -- Son los 54 de espalda. No crea que el programa olímpico de la natación ha modificado su organigrama histórico. No. Tampoco se trata de una nueva especialidad acuática. Es el grupo de policías chinos encargados de la seguridad adentro del Workers Stadium de Beijing.

Están cómodamente sentados sobre la pista de atletismo, vestidos con un confortable uniforme de camisa color caqui, pantalón verde oliva y gorra blanca con visera.

Observan impávidos el espectáculo, sin que nada los distraiga ni los conmueva. ¿Están encantados con Lavezzi, esperan alguna genialidad de Buonanotte o miran embelesados hacia ese banco donde Messi y Riquelme esperan más aburridos de lo que generalmente están, que no es poco?

Nada de eso. Nuestros amigos le dan la espalda al fútbol, en el sentido literal de la palabra. Miran a las tribunas, a esos chinos tan inofensivos como una fiesta de bautismo. Hay uno cada menos de diez metros y bordean todo el perímetro exterior de la pista de atletismo.

Estuve durante buena parte del partido tratando de pescar a alguno in fraganti, esperando por algún osado que ya por un alarido, ya por el penal de Lavezzi, o por dolor de cintura nomás, estuviera tentado a girar su cabeza y ver alguna acción del partido.

Sospecho que de veras no entienden de qué se trata el juego. Y es lLa misma impresión que tengo de quienes miran el partido. Un serbio tira un pelotazo perdido desde 60 metros hacia el área argentina. Sergio Romero descuelga el tiro más sencillo que tuvo en su vida, pero los chinos ovacionan al arquero, cual si fuera la resurrección de algún dios sobre la Tierra.

Ni siquiera una pelota que quedó justo al lado del policía que tengo más cerca logró sacarlo de su impavidez.

Un serbio se acerca con su bandera nacional hacia la baranda y grita algo. El policía no se mueve pero el hincha logró un milagro: le sacó una sonrisa.

¡Beijing, Beijing! La fiesta montada por los chinos en el estadio de los Trabajadordes de Beijing tiene más de final superbowl o de continuo entretiempo de NBA que de partido de fútbol. Para cualquier cosa hay música: los goles se cantan, y no es una frase hecha.

Pero también, por más que resulte extraño a nuestro folclore futbolístico, los chinos le ponen el alma al espectáculo. En un momento, el estadio atruena, en una reverencia a esta ciudad majestuosa que, durante el verano boreal, es el corazón del mundo.

¡Beijing, Beijing!, y a uno que le dan ganas, por un rato, de que se le rasguen los ojos y gritar con ellos.

El locutor anuncia, con severidad de quien manda a un subordinado acatar una orden, que se adicionaron dos minutos. Ese mismo tono y esas palabras usan para comunicarle a un condenado a muerte su tiempo restante de vida.

¡Messi, Messi! Su cara aparece en las pantallas y, aunque parezca una exageración, la única vez que lo mostraron durante el primer tiempo, el estadio gritó más que con el gol de Lavezzi. Saluda Messi, durante el entretiempo, mientras hace jueguitos con los otros suplentes. Ovación. Delirio. Messi esto. Messi lo otro. Messi. Messi. Messi trota para entrar en calor. Ovación. Messi levanta una rodilla y luego la otra. Histeria colectiva. ¡Viva Messi!

Kobe Bryant está en el estadio. "Quiere la camiseta de Messi ", miente alguien. Pero Messi le regala su camiseta, nomás. Los chinos claman, ruegan, imploran por Messi. De pronto una explosión. "Me perdí un gol ", pienso. No. Messi se levanta, también los otros suplentes, pero los chinos sólo ven a Messi. Se paró Messi.

Pocas veces en su vida volverán a tributarle esta muestra de adoración popular. Se ganó en buena ley lo que recibe. El día que anunció su presencia en los Juegos, sin importar la decisión del TAS, los chinos lo sentaron junto a Buda. La próxima serie de billetes de 100 yuanes tendrá su cara en lugar de la de Mao.

Un taco intrascendente es una fiesta, lo mismo que un pase en profundidad que se va muy lejos. ¿Por qué a los chinos les gusta que alguien corra solo? ¿Será porque son tantos que les resulta extraño que alguien no se choque con otro?

Faltan 10 minutos. Esto no lo vi nunca. Las cabeceras, que lucían espléndidas, se vaciaron. Está claro que no les va ni les viene el juego, que no les interesa en absoluto. Se cansaron de esperar por Lio, que ya está sentado de nuevo en el banco. En un momento gritan por Gago. Luego se ofuscan e insultan a Lautaro Acosta, que ingresó por Lavezzi, y los chinos que despotrican a los cuatro vientos porque no verán a Messi, por lo menos esta noche.

Se perdieron el segundo penal, atajado dos veces por Stojkovic a Di Maria, y el golazo de Buonanotte. No les importa. Se van. No corre aquello de te adoro sin esperar nada a cambio.

Batista no tuvo esa pizca de viveza que a otros entrenadores les sobra. ¿Tanto le costaba ponerlo aunque sea cinco minutos? ¿Qué queda para otros públicos si éste, casi rendido a los pies del ídolo, no pudo verlo ni un segundo? ¿O será que no importa el aliento, que da lo mismo que lo hagan por mí o por mi rival? ¿Será que no pensó el entrenador que el próximo rival en este estadio, si es que pasa a Holanda por los cuartos de final, puede ser nada menos que Brasil, que bien sabe como ganarse la simpatía de todos y que además tiene a un tal Ronaldihno para discutirle la idolatría a Messi?