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Contrastes de una cultura increíble

BEIJING -- Los chinos le desarrollan al extranjero el hábito de la paciencia. Provoca cierto fastidio seguirles el ritmo, porque cualquier decisión que deban tomar la consultan con otro, hasta las más nimias, como responder si le parece que está lindo el día.

Pedirle a un voluntario que le diga al taxista nuestro destino demandará otros tres pasos: la convocatoria a otros voluntarios, la informacion al taxista y detener a otro taxi para que el taxista vuelva a consultar, aunque el viaje sea de diez cuadras.

Somos extranjeros,estamos en su país, que no es como estar en cualquier país, y toda insensibilidad cultural es culpa de nosotros. Es una situacion compleja de explicar y de aceptar, porque uno no puede ponerse todo el tiempo a reformular la historia ante cada chino con quien se cruce, pero el verticalismo de tantos años de prohibiciones es muy sencillo de comprobar rápidamente.

Están habituados al "game face", una costumbre de ensalzar, con supuestos comentarios agradables, al interlocutor. "Qué buena tu ropa, Argentina, qué lindo pais, fútbol, Maradona, Messi, Ginóbili". Es una forma de hacerte sentir bien. Pero a veces, esa rara constumbre no conoce límites accesibles a nuestro entendimiento. A una alemana le dijeron: "Los alemanes son todos inteligentes porque Hitler mató a todos los tontos". Y lo dicen con una sonrisa.

Compartimos los valores familiares con ellos con una similitud como con pocas otras culturas, y cultivan el don de la amistad muy fuertemente, pero desde otra persepectiva.

No se saludan ni con un beso ni con la mano porque no hay contacto físico. El día que llegué a Beijing estuve unos 20 minutos junto a la entrada de una estacion de subte, en la cual cuatro teenagers chinas cumplían su turno de guardias de seguridad, revisando bolsos e indicándoles a los pasajeros por donde circular. Durante ese momento,eran las 2 de la tarde, se produjo el relevo: llegaron juntas otras cuatro, que venían del mismo subte, para tomar su posición. Las cuatro que estaban rápidamente dejaron su lugar, agarraron su bolso y se fueron, casi sin cruzar palabras, sólo un breve saludo de despedida. Muy distinto a lo que en nuestra cultura hubiese sido un entrecruce de abrazos, a la ida y a la vuelta, entre las ocho.

Tenemos una intensidad muy distinta para comunicar el afecto, y no sólo entre estas companeras de trabajo. Pude apreciarlo varias veces en parejas de novios que se saludan con un "hola" moviendo la mano.

Será por eso que me provocó tanto una tierna imagen de dos chicos muy jóvenes, 18, 19 años, no más, que viajaban juntos en el subte. Entraron tomados de la mano, estuvieron ambos parados, ella, suavemente, apoyó su mejilla izquierda sobre el hombro del chico y él, su cabeza sobre la de ella. Así quedaron, con los ojos cerrados y sin hablarse, un largo rato, hasta que sencillamente, se dieron un tierno beso, suave, pero beso enamorado. Y no recuerdo haber visto otro.

Me contaron que hace unos años, un taxista paró su vehículo ante dos extranjeros que estaban besándose y les gritó, en chino básico, que lo que estaban haciendo era una asquerosidad y un delito. Luego,subió su ventanilla y continuó su viaje, como si hubiere cumpliendo un deber ser.

También son distintos los espacios que manejan. Casi risueñamente, escribí hace unos días que los chinos daban alaridos en el partido de Argentina y Serbia ante cualquier jugador que corriera solo buscando un pase, aunque ese pase nunca llegara.

Les provoca cosa ver a alguien solo y eso debe ser por la inmensa cantidad que son. Decía que manejan espacios diferentes. Por ejemplo, si alguien está en la tribuna, o en el subte o en el colectivo, y no hay nadie a su alrededor, llega un chino y se le sienta al lado, cual conocido al que acaba de encontrar. Uno piensa "campeón, tenés 20 metros a la redonda en el tren y te sentás justo acá? En verdad, provoca un poco de irritación la primera vez, pero el chino reponderá con una sonrisa y uno estará salvaguardado para la próxima.

Si uno viaja parado en la escalera mecánica y no hay nadie alrededor, seguramente un chino que venga detrás las bajará adelantándose por los escalones, pero sólo hasta ponérsenos al lado, no para avanzarnos. Por el contrario, si uno entra a la escalera y hay un chino viajando, seguro que está parado y no la baja avanzando escalones. Pero si uno lo hace y lo supera, el chino se pegará a nuestras espaldas y tambien las bajará dando pasos.

Los jovenes no quieren ser occidentales en su interior, en su fuero íntimo. Pero exteriormente se aprecia una contaminacion visual muy contrastante con el modo del pensar y del ser chino, sobre todos en las más jóvenes, las menores de 25, que adoptaron las vestimentas, los cortes de pelos y los accesorios extranjeros y lucen muy europeizadas o americanistas.

El ser chino se observa en el patriotismo exacerbado. Para ellos, sólo cuenta "I love China", pero todo es muy nuevo. Menos de veinte años no es nada, más en la vida de un pueblo que tiene una antigüedad de 500.000. Pero el contraste no sólo es inmenso entre el aquí y el allá, tambien lo es interiormente.

Éste es el mismo pueblo que hasta hace un cuarto de siglo vivió los restos de las calamidades de la segunda guerra mundial; al que a una inmensa cantidad de sus ancianos les mataron a los padres delante de sus propios ojos durante la guerra con los japoneses; con muchos que estuvieron diez años picando piedras sólo porque a algún desquiciado, que bien podia ser su vecino, se le ocurrió decir que era antirrevolucionario; que tuvo una guerra civil que separó a China de Taiwan entre comunistas y nacionalistas; y un maoísmo, que más alla de la consolidacion nacional, de la que tanto se vanaglorian hoy en día los chinos, del Gran Salto Adelante de fines de los cincuentas y la revolucion cultural de los sesentas, económicamente fue desatrosísimo, con hambrunas que dejaron 30 millones de muertos.

En esa misma historia y ante esos protagonistas, tambien conviven otros. Son los jóvenes, alejados de esa cruda realidad que ya parece haber quedado en el pasado y a los que sólo se presentan ante sus ojos los autos de las mejores marcas que abarrotan las calles; los imponentes teléfonos celulares a los que sólo les falta comer; las consolas de videojuegos, que son viejas de un día para el otro; los imponentes supermerados de informática, que parecen procesiones de vendedores y de compradores; y los gigantescos mercados, abarrotados de extranjeros por estos días, pero de chinos durante todo el año, que se codean para comprar cualquier cosa que a uno se le pueda imaginar, pues si algo no comparten de sus ancestros es el culto al consumismo.

"La apertura ha hecho cosas increíbles", repiten algunos, sorprendidos ante la magnitud de Beijing o del rendimiento deportivo de China. Aquí, el mundo apareció en los noventas como si, hasta entonces, hubiese estado comprimido en unos de esos incienseros de bronce donde los idólatras del palacio imperial contenían el humo sagrado, que luego elevaban a los dioses del cielo, enviándoles los pedidos del pueblo.