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El beso de la mulata de fuego

La ghanesa le planta otro beso al rubio sudafricano Héctor Huerta / Enviado

PRETORIA -- Bastaron 40 minutos en una autopista que ni en sueños tiene México, para llegar a la capital administrativa de Sudáfrica.

A unos 60 kilómetros de Johanesburgo, esta ciudad tiene también su propio rostro. El estadio, enclavado en la Universidad de Pretoria y de nombre Loftus Versfeld nos anuncia un encuentro de fútbol con dos escenarios raciales: por un lado, los blancos, pero más que blancos, rubios jugadores de Serbia, altos, atléticos, con el rojo, el azul y el blanco predominando en su uniforme; por el otro, una extraña selección de jugadores negros vestidos de blanco y representando a Ghana.

Pero en la tierra de Mandela ya no existe el Apartheid. Hoy blancos y negros juegan fútbol, mientras en la tribuna una mulata ghanesa escultural se besa con un rubio sudafricano en las tribunas.

El colorido de la tribuna se presta para todo. Las ensordecedoras vuvucelas terminan por aturdir a los aficionados. Se desatan enfrentamientos de estas trompetas ruidosas, entre los expertos sudafricanos y los novatos serbios que no atinan como emparejan la desigual competencia. Obvio: ganan los dueños del invento.

Pero en la cancha el duelo luce más parejo. Había que ver cómo se comportaba Ghana sin su ausente estrella Michel Essién del Chelsea, lesionado en la Copa Africana de Naciones y que no ha logrado recuperarse. Pero los restantes jugadores mostraron personalidad, sobre todo el portero Richard Kingson, el defensa central (el mejor africano en esa posición), John Mensah, los volantes Anthonny Annan, Kevin-Price Boateng (el mismo que lesionó a Michael Ballack en la final de la Copa Inglesa y lo dejó fuera del mundial), el delantero Gyan y sobre todo el jugador todo-terreno Kwandro Asamoah, un astro emergente de 21 años, que ya fue contratado por el Udinese de Italia.

Serbia se quedó lejos de lo esperado. Fuertes, sí, altos, con el de mayor estatura de la Copa del Mundo, Nikola Zigic, de 2.02 metros, pero todos con una no muy fina calidad técnica que ayudara a poner condiciones sobre un equipo rápido y técnico como el africano.

Todos los jugadores serbios militan en las grandes ligas de Europa, diseminados porque necesitan exposición y fogueo para hacer algún día una gran selección. Y conste que por ahí andaba el asesor del técnico Radomir Antic, el también serbio-mexicano Bora Miluitinovic. Nada de eso sirvió porque entre el penal inocente cometido por Kuzmanovic y la falta de contundencia de Pantelic y Krasic, más la falta de piernas de Stankovic y la torpeza de Lukovic, que se hizo expulsar por segunda amarilla, la suma de factores provocó la derrota europea, que lo podría dejar fuera de la Copa del Mundo pues en ese grupo Alemania con su demostración poderosa ante Australia y el propio equipo Ghanés, están tomando la delantera y será difícil que se repongan los serbios.
Y mucho peor el panorama cuando el siguiente rival de Ghana es el débil Australia y Serbia se enfrentará a los germanos que están imponentes.

Pero la fiesta no fue en la tribuna. De hecho, el primer tiempo fue una terapia para el sonambulismo. La lucha cerrada en mitad de campo, las escasas oportunidad y la aparición de la ola demostraron que el juego estaba matando mosquitos de aburrimiento.

Mejoraron las cosas con la expulsión, cuando Serbia se tuvo que ir al ataque para compensar el hombre menos con un gol. Entonces Ghana retiró la apuesta de que el empate era bueno para los dos y decidió atacar con más determinación en los últimos minutos, hasta conseguir una diferencia que pudo ser mayor si dos disparos de Asamoah Gyan no se estrellan en los postes.

En la tribuna conocimos la fiesta de los africanos. Los cantos, la vuvucela, los rítmos bailes de multadas encantadoras, que se contonean y mueven el cuerpo con la alegría del juego que ellas han creado con altas dosis de sensualidad. Marcó el árbitro el final y estalló la alegría porque África acababa de ganar su primer partido en una Copa del Mundo realizada en su continente. Fue triunfo de Ghana, pero también de África, en la tierra de Mandela, donde se abolió el Apartheid para dar paso a la libertad de los colores.

Sudáfrica, hoy más que nunca, demostró que es el arcoiris de la libertad.

Al retirarse del estadio, los aficionados ghaneses les expresaban su respeto a los serbios con cordiales saludos que no tenían sensación alguna de burla. Y los serbios respondían agradeciendo el apretón de manos o el abrazo porque si su capacidad de resignación soportó una guerra civil cruenta por su independencia, con mayor razón recibían con pesar, pero con entereza su primera derrota de este mundial.

Los colores en un estadio se multiplican por decenas. Las banderas ondean con el viento. La temperatura va del calor al frío en cuestión de minutos. Y Pretoria despide al primer equipo africano que gana en Sudáfrica 2010, mientras la mulata ghanesa de fuego le planta otro beso al rubio sudafricano.

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