El Espanyol se enamora de la Copa

BARCELONA (Jordi Blanco | Corresponsal) -- El Espanyol se ha enamorado de la Copa del Rey. De sopetón, sin tiempo a tomar conciencia de dónde está, el equipo de Sergio González llama a la puerta de unas semifinales de las que le separan los 90 minutos más apasionantes de la temporada, la próxima semana en el Sánchez Pizjuán.

Llamó a la puerta con un gol, golazo, de Felipe Caicedo, la abrió con el penalti transformado por Sergio García y la atravesó con la contra decidida por Lucas Vázquez para aplastar a un Sevilla que, como la semana pasada le ocurrió al Valencia, se rindió al ímpetú de un rival que ha hecho de la pasión su razón de ser en el torneo. Aunque sobrevivió, de milagro, en tiempo añadido con la diana de Bacca.

Fue, sin duda, el mejor partido de la temporada en clave blanquiazul, que pudo dejar la eliminatoria absolutamente sentenciada en la segunda mitad, cuando tras el 2-0 logrado por el capitán desaprovechó hasta tres ocasiones claras antes de que Lucas no fallase y condujera el triunfo a la goleada para dejar moribundo al Sevilla, al que se le apareció la fortuna en el último suspiro para soñar con la remontada en la vuelta.

Enchufado a la ilusión, el equipo blanquiazul se transforma en un tornado que en apenas nada recuerda al grupo desangelado que suele cumplir el expediente en la Liga, donde vive instalado en la tranquilidad de la clasificación sin ningún síntoma de ilusión. Eso lo deja para los partidos intersemanales, cuando la Copa llama a la puerta y muta en una locomotora en la que del primero al último de sus jugadores acuden al césped con un estímulo mayúsculo.

Si en octavos lo sufrió un Valencia que acabó arrodillado por su indolencia, en cuartos la amenaza atenaza al Sevilla, al que de poco le sirvió su mayor calidad técnica ante el soberbio despliegue físico del Espanyol. Se presentaron los dos equipos al partido sin apresurarse, marcándose la línea y esperando a comprobar la apuesta rival, pero en apenas diez minutos lo que se vio fue un Sevilla pasivo y un Espanyol enrabietado, alejado de cualquier respeto y que decidió volcarse en busca de un sueño.

Y a partir del liderazgo de Sergio García, de la sobriedad de la defensa y el trabajo incansable del centro del campo, la balanza se fue desnivelando hacia el color blanquiazul, que parecía ocupar más terreno que el rojo en el césped.

Caicedo, el ecuatoriano por el que luchó durante dos años la secretaría técnica periquita, abrió la eliminatoria con un disparo soberbio antes de llegarse a los 20 minutos, un zurdazo que se coló por la escuadra de Sergio Rico dando a entender la diferencia entre los dos equipos.

Dominó con ganas el grupo de Sergio González la primera mitad... Y convirtió la segunda en un auténtico festival. Fue, el segundo acto, una soberbia obra de arte blanquiazul que convirtió a su rival en un juguete, superado por las circunstancias y que conduciendo el balón sin ton ni son apenas creó peligró real en la portería de Pau Sabata. Cada vez que el balón quedaba en poder del Espanyol, el peligro acudía al primer plano.

Y el premio, merecido, se presentó en Cornellá. Nico Pareja cortó involuntariamente un balón en el área con el brazo y Sergio García, el capitán, no falló desde el punto de penalti para poner el 2-0 y convertir la ilusión en posibilidad real. A partir de ahí fue la locura. Pretendiendo el Sevilla poner orden y entrar en la eliminatoria con un gol, la recta final del choque desembocó en un festival a la contra, en que el Espanyol rozó el tercero hasta que lo logró Lucas Vázquez.

Tenía, con el 3-0, la eliminatoria en el bolsillo el Espanyol... pero siendo como es un equipo abonado al sufrimiento le dio vida al rival en una embarullada jugada que finalizó con la diana de Bacca que deja la eliminatoria en el aire.

Pero, a fin de cuentas, si algo quedó claro es que, de momento, el enamoramiento del Espanyol con la Copa es absoluto.