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La educación sentimental

BUENOS AIRES -- Humberto Grondona no tiene demasiados antecedentes además del apellido ilustre. El apellido de quien fue el propietario de la AFA. Así y todo es entrenador de selecciones nacionales.

Pocos conocen sus condiciones, pues su legajo se resume a la partida de nacimiento. De todos modos, debe decirse que logró armar un buen equipo, aunque todavía en etapa de cohesión, para el Sudamericano Sub 20 que se juega actualmente en Uruguay y que clasifica para el Mundial de Nueva Zelanda y los Juegos de Río de Janeiro de 2016.

Tiene entre manos, se supone, a la nueva generación de figuras argentinas, algunas de las cuales se han fogueado sobradamente en Primera. Simeone, Correa y Tomás Martínez son los ejemplos más conspicuos.

Pero ahí está Mammana, de perfil más bajo, exhibiendo su madurez precoz, su aura de crack. Podríamos seguir con Espinoza, el chico de Huracán, desagote vertiginoso de los frecuentes ataques.

Podríamos seguir con el elogio individual, rescatando sin embargo, como mérito más productivo, el ensamble solidario, principal oferta del equipo.

Es cierto que Simeone es un poco vago y se dispone casi exclusivamente a la estocada final. Aquella que dispara la cotización de los delanteros y les facilita una medalla diferenciada en los torneos por su eficacia. Pero aceptemos piadosamente que es su estilo.

El equipo, de nombres que comienzan a resonar, tiene una conducta colectiva elogiable. Sólida en su funcionamiento defensivo. Y agresiva y persistente en sus movimientos hacia el área adversaria.

Otro dato a favor. No es un equipo pretencioso. Sabe que su jerarquía es apreciable pero no permite despilfarros ni sueños desmedidos. Es prudente sin ser temeroso. Sólo Correa (capaz de girar con pelota en una décima de segundo, entre otras gemas de su repertorio) se insinúa como el único futbolista fuera de horma.

Luego de florearse con Ecuador y su más que permeable defensa, le tocó perder ante Paraguay. Sin embargo, no hipotecó su calma. Movió la pelota, insistió por afuera y por el centro. Acaso abundó en los centros, un mecanismo que sin cabeceadores de fuste sólo es un reflejo de la impotencia. Aún así mereció largamente mejor suerte. Sólo Compagnucci (un chico con problemas, ya se ha visto), abandonó la concentración que exige un partido cuesta arriba para recurrir el efectismo tribunero. A la guapeza pavota y autodestructiva. Y Grondona Junior lo sacó de la cancha. Bien por el DT.

El recurso más audaz -no por eso desesperado- fue la inclusión de seis delanteros en el afán de empatar. A punto tal que Driussi terminó como volante central (y no lo hizo nada mal). No hubo amontonamiento, pero tampoco más ideas ni profundidad por el aglutinamiento de jugadores ofensivos.

El antiguo axioma quedó refrendado categóricamente ante Paraguay. Aquí Grondona pensó poco. Acudió a una suma elemental en lugar de reparar en las fallas de gestión. Tomás Martínez precisa un aliado de sus características y Correa debe jugar cerca de la boca del área, en lo posible nunca más atrás. Creemos que Grondona, así como supo montar un equipo muy competitivo y de nítida personalidad, también habrá aprendido de la derrota.