Ramiro Guillot 8y

El lado B de los All Blacks

LONDRES (Enviado especial) -- Cuadro de situación. Las puertas del ascensor comienzan a cerrarse. Soy el único pasajero adentro de la caja metálica, que tiene la orden de dejarme en el segundo piso del Hotel Marriot de Cardiff, en Gales. Una vez en destino, sólo 20 pasos me separarán de mi habitación: la 205. Hay trabajo. Mucho. Y el tiempo no sobra.

De pronto, y cuando creí que el viaje empezaba, aparece una mano que evita el cierre total de las puertas, con el claro objetivo de romper mi soledad. “Perdón, ¿va para arriba?”, me pregunta el dueño de unos dedos casi tan anchos como uno de mis brazos. “Sí”, le contesto, sin levantar demasiado la vista del teléfono celular, que a esta altura ya se convirtió en una nueva extremidad de mi cuerpo.

Entre la respuesta a varios mensajitos de WhatsApp, el forward a un mail importante y bastante spam borrado, miré de reojo a mi compañero de viaje. Y fue un shock. Sí, es. No, no es. Era. El “nene” a mi lado era nada menos que Sonny Bill Williams, uno de los jugadores más reconocidos del planeta y el máximo responsable, en mi opinión, de que Los Pumas no hicieran historia ya en el primer partido de la Copa del Mundo frente a Nueva Zelanda.

Los diez segundos que duró el viaje hasta el segundo piso me quedé mirándolo, aunque a decir verdad, me hice bastante el tonto para que él no lo notara. ¿Autógrafo? ¿Selfie? Nada de eso. Mi rol de periodista, vaya a saber por qué, me impide ser el cholulo que en ese momento me hubiera gustado ser.

Cuando llegué a destino lo saludé con un sobrio “adiós” y, ni bien me bajé del ascensor, apreté el botón para regresar al lobby y enterarme qué estaba sucediendo. Y allí me encontré con todos los “compañeritos” del rey del offload. Dan Carter y su cara de buen tipo. Brodie Retallick y sus dos metros y cinco centímetros de altura. Ma´Nonu y sus rastas. Julian Savea y su rostro de inocentón. Todos.

El porqué de las stars vagando por el hotel tenía una explicación lógica: el seleccionado neocelandés, antes de disputar los cuartos de final contra Francia, plantó bandera en Swansea, que queda a una hora en auto del Millennium Stadium, en Cardiff. Por eso, para evitar el viaje, los hombres de negro decidieron pasar dos noches en el epicentro de Gales, y a sólo cinco cuadras del mítico gigante de cemento.

Las 48 horas bajo el mismo techo que el mejor equipo del mundo fueron… humanizantes, por describirlas de alguna forma. Porque, aunque uno tiene claro que son hombres y no máquinas, la línea es extremadamente delgada cuando se los disfruta jugando adentro de la cancha. Y la duda, ilógica, claro, deambula por la cabeza.

Pero verlos a Richie MacCaw conversando con su novia; a Julian Savea abrazando y riéndose con sus familiares; a Sam Whitelock disfrutando de una cerveza en la barra del bar; a Dan Carter regresando del shopping cargado de bolsas… los hizo terrenales. Son humanos, señores; definitivamente son humanos. Y bien predispuestos. Porque si bien los rodea un agudo blindaje, clásico para un equipo de su calibre, jamás se negaron a una foto, a un video o a un autógrafo -las selfies cotizaron en bolsa-. Complacieron a diestra y siniestra y tatuaron sonrisas en los rostros de varios chicos -y de los no tan chicos, también-.

Fueron dos días en lo que por la entrada del hotel desfilaron hinchas galeses, franceses, ingleses, argentinos... hinchas del rugby. Se admira y se respeta a este emblemático seleccionado; no existe la rivalidad. Se le quiere ganar, obvio. Pero más que por el triunfo en sí mismo, por lo que simboliza ponerlo de rodillas, algo que rara vez sucede.

En su último día en Cardiff, en la previa al test contra Francia por los cuartos de final, los tipos se paseaban por la ciudad como cualquier hijo de vecino, dándole el gusto a la gente que se les acercaba con toda clase de pedidos -algunos bastante extraños-.

Unas horas más tarde, cuando se calzaron la camiseta negra y los fans quedaron del otro lado de la valla, la mejor selección del mundo apabulló a los franceses por 62-13, empalagando la vista con un rugby de altísimo vuelo. Perfecto. Sublime. Colosal. Definitivamente sobrehumano.

¿Sobrehumano? Teniendo tan cerca de los intérpretes pude comprobar que son de carne y hueso; que son hombres y no máquinas. ¿Pude? Bah, eso creo…

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