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La noche de las Antorchas

Argentina 1950

(Getty Images)

El equipo de notables argentinos de 1950 abrió la puerta de los éxitos a las generaciones venideras

BUENOS AIRES -- Increíble. Pasaron 60 años de la consagración de Argentina como el primer campeón mundial de básquetbol y por fin se hace justicia. Como festejo de este aniversario se descubrirá hoy en el frente del Luna Park, justo en la esquina de Corrientes y Bouchard, esta plaqueta recordativa:

DT: JORGE CANAVESI, JORGE BORAU Y CASIMIRO GONZALEZ TRILLA - LA NOCHE DE LAS ANTORCHAS -
LUNA PARK 03/11/1950 - 03/11/2010

De todos ellos viven Oscar Furlong (83 años), Ricardo Gonzalez (85), Juan Carlos Uder (83), Rubén Menini (87), Omar Monza (81), Jorge Nuré (84), Ignacio Poletti (80), Pedro Bustos (82) y Jorge Canavesi (90).

Estarán en ese acto. También estaré yo, Eduardo Isaac Alperin (78), por aquel entonces jugador cadete de básquetbol de River Plate, espectador de aquella inolvidable final con Estados Unidos, que recuerdo así:

EL ESPÍRITU DE LAS ANTORCHAS

El griterío era ensordecedor, la pasión estremecía los cuerpos y las tribunas de cemento danzaban al compás de los saltos de miles de desconocidos abrazados por la desbordante alegría.

De repente se prendieron a pleno las luces del Luna Park. Hubo un inesperado segundo de silencio ante el asombroso espectáculo. Por un instante toda la escena se paralizó, como si la máquina del tiempo quisiese detenerse.

Nadie lo indicó. Espontáneamente se escuchó: "Oíd mortales el grito sagrado..." Todos se tomaron de las manos y las voces ahogadas por la emoción adquirieron una potencia inusual, simplemente porque nacían de lo más profundo de cada uno.

Sí, era otro tiempo de una época muy diferente. El deporte era deporte y no el espectáculo-deporte actual. No había reloj visible para el público.

¿Cuánto falta?, era la pregunta constante, hasta que la bandera de los últimos tres minutos apareció sobre la mesa de control para aumentar la angustia. Por primera vez, una cancha de nuestro país tuvo tableros de vidrios y se armó un piso con tablas de parquet.

Ya todo eso había quedado atrás. Hasta las dos diferentes pelotas utilizadas en un mismo partido. Un período con la americana; el otro, la nuestra con gajos. El país en pleno festejaba esa noche, ya convertida en madrugada, como si la hazaña la hubiésemos conseguido todos los argentinos.

A paso de tortuga el vetusto ómnibus trepaba hacia el Obelisco por la calle Corrientes de doble mano, con los cuerpos de los jugadores fuera de las ventanillas. La gente salía de los cines de una calle Lavalle hoy inexistente. Con los diarios prendían miles y miles de antorchas, los papelitos caían como si hasta en el cielo se estuviese festejando y así, continuamente, acompañados por el calor del pueblo, se internaron en la intimidad de la concentración de River Plate.

Los recuerdos se agolpan, pero no puedo dejar de mencionar la consecuencia inmediata de aquel título. Los chicos jugaban al básquetbol en las calles con una pelota de goma y los balcones servían de cestos. Claro, era otra época. El deporte era deporte y no el espectáculo-deporte actual.

LA ORGANIZACIÓN DEL CAMPEONATO
Era finales de los cuarenta del siglo XX y la realidad era diferente, el continente europeo salía de la dolorosa segunda guerra mundial, y comenzaban a respirarse aires de cambio. En este marco, en el congreso de la FIBA en 1948, el secretario general William Jones propuso organizar el primer Campeonato Mundial de Básquet en 1950.

En Buenos Aires, a un grupo de bohemios trasnochados, reunido en un café de la calle Lavalle, a la salida de un cine, le atrajo la idea de organizar el primer Campeonato Mundial y pusieron manos a la obra.

Los 800.000 pesos demandados para llevar a cabo la empresa contaron rápidamente con el apoyo del gobierno nacional y la FIBA aceptó a la Argentina como sede sobre la base que contaba con un buen equipo, de papel aceptable en los Juegos Olímpicos de Londres 48 y con el apoyo político necesario.

En cambio costó convencer a Ismael Pace para que les alquilase el Luna Park. Octubre y noviembre eran dos meses fuertes para el boxeo. Estaban destinados, junto con la primera quincena de diciembre, para los grandes combates. Además, dudaba bastante del éxito y se debió recurrir a personajes influyentes para hacerlo variar de postura.

A regañadientes, Pace dio el okey y el El Luna Park se vistió de gala. Tableros de vidrio, flamante piso de parquet, incipientes tableros indicadores electrónicos... todo un lujo para un básquetbol argentino acostumbrado todavía a las canchas abiertas de polvo de ladrillo, a tableros de madera e indicadores del score manuales.

EL SELECCIONADO ARGENTINO
Mientras tanto, el director técnico Jorge Canavesi, secundado por Casimiro González Trilla, quien "era un analista extraordinario que tenía una paciencia especial", según palabras de Canavesi, quien sostenía que los jugadores "no tenían que parar de correr", para así contrarrestar la altura de los contrincantes, realizó primero una preselección de 50 jugadores de todo el país, luego quedaron 20 y finalmente los 16 que figuran en la plaqueta, pero a la hora de establecer el plantel de 12 jugadores los designados fueron los siguientes:

Pedro Bustos, Hugo del Vecchio, Leopoldo Contarbio, Raúl Pérez Varela, Vito Liva, Oscar Furlong, Roberto Viau, Rúben Menini, Ricardo González (capitán), Juan Carlos Uder, Omar Monza y Alberto López.

Alberto Lozano, Ignacio Poletti, José Venturi y Jorge Nuré, excluidos del plantel, permanecieron junto al grupo, sin sentirse molestos por haber sido marginados. "Espíritu de cuerpo" le dicen. Vistieron la misma ropa, viajaron de la concentración al estadio en el mismo ómnibus y en el banco de suplentes eran diez los jugadores, en vez de siete. Desde entonces, los 16 conformaron los campeones mundiales 1950.

LA INAUGURACIÓN Y EL DESARROLLO
El 22 de octubre de 1950 el sueño se convertía en realidad y el primer Campeonato Mundial "Libertador General San Martín" se ponía en marcha. El presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, y su esposa, María Eva Duarte de Perón, encabezaban la Comisión de Honor.

Diez países estaban presentes: Estados Unidos (con el equipo Denver Chevrolet), Chile, Perú, Yugoslavia, Brasil, España, Ecuador, Egipto, Francia y Argentina.

La etapa preliminar, por doble eliminación, fue bien estudiada. A la Argentina y a los Estados Unidos le bastaron vencer a Francia por 56 a 40 y a Chile por 37 a 33, respectivamente, para estar en la rueda decisiva por puntos. A ellos se sumaron Egipto, Brasil, Francia y Chile. Pero todo no fue un camino de rosas para los locales (le ganaron a Brasil por 40 a 35) ni para los estadounidenses (se impusieron a Egipto por 34 a 32 y a Brasil por 45 a 42) el recorrido hacía el partido título, al que arribaron invictos.

El seleccionado nacional que había tenido una preparación de seis meses, los últimos sesenta días concentrado en River Plate, tenía expectativas medidas y sus integrantes se conformaban con un tercer o cuarto puesto. Tras superar la etapa clasificatoria, El debut en la rueda decisiva fue el mencionado ajustado triunfo ante Brasil por 40 a 35, luego siguieron las victorias frente a Chile por 62 a 41, a Francia por 66 a 41 y a Egipto por un contundente 68 a 33. Y lo único que quedaba por disputarse era la final...

Era el 3 de noviembre y las 23.00 la hora señalada para comenzar a develarse la incógnita. A las 19.00 se abrieron las puertas. Hablar de un Luna Park repleto sería absurdo. Explotaba. No había espacio ni para un alfiler. Afuera, una muchedumbre no se resignaba a estar ausente del escenario. Sin televisión, sin radios portátiles, se sintió desvalida.

Algunos se agruparon en los bares aledaños para seguir las incidencias a través de las radios eléctricas puestas al máximo de sus volúmenes. Otros conformaron una suerte de tribunas junto a los accesos y sufrían, reían o cantaban de acuerdo con el informe de voluntariosos chasquis o como repercusión de los gritos provenientes desde adentro.

Tras un comienzo impreciso, en que los estadounidenses tomaron ventaja, llegó la tan ansiada recuperación al ajustar las marcas y mejorar en la ofensiva. Fue así que Argentina se quedó con el primer tiempo por un claro 36 a 24. Al promediar el segundo tiempo, la diferencia se acortó. Fue entonces que se produjo el ingreso del santafesino Hugo del Vecchio. Sus veloces entradas desequilibraron a los rivales. Sus 14 puntos y el goleo de Oscar Furlong (distinguido como el mejor jugador del torneo) condujeron a una definición amplia de 64 a 50, que desató la apoteosis.

Sí, fue la noche inolvidable. Más allá del triunfo por 64 a 50 y del título, porque constituyó el puntapié inicial para una etapa resplandeciente del básquetbol argentino. Fue la noche que selló definitivamente la unión del Luna Park y el básquetbol.


HECHOS PARA SUMAR AL RECUERDO

Vale recordar que Oscar Furlong y Ricardo González integraron el equipo ideal junto con el estadounidense John Stanich, el español Alvaro Salvadores y el chileno Rufino Bermejo. Además, el argentino Ernesto Lastra se destacó como árbitro.

Queda por recordar un episodio poco conocido. Ismael Pace estaba tan feliz como los demás cuando uno de los organizadores del Mundial se le acercó y, mostrándole el bordereaux de 203.100 pesos de la última jornada, le dijo: "Pace, tu boxeo ya no tiene el récord de recaudación del Luna Park. Desde este momento pertenece al básquetbol".

Pace se sintió herido en lo más íntimo. La sonrisa se le borró de su rostro y su mente comenzó a carburar rápidamente para organizar la pelea de mayor atracción. Combatieron Humberto Loayza y Alfonso Senatore. No pudo lograr lo deseado. Quince días después subieron al ring Kid Cachetada y Ricardo Calicchio. Inquieto, Pace preguntó por la recaudación: "220.800", le respondieron. Salió corriendo, ubicó al dirigente del Mundial y, sin darle tiempo a reaccionar, le gritó en la cara: "Tu maldito básquetbol ya no tiene el récord, pertenece a mi boxeo". Pace había vuelto a reír, pero jamás pudo desmentir que por corto tiempo el básquetbol desbancó al boxeo del Luna Park .

CADA UNO CON SU VALOR
En 2002, en el Club Palermo, los integrantes del campeón mundial 1950 siguieron la definición del Mundial de Indianápolis por televisión. Se ilusionaron pensando que al fin otro seleccionado tomaba su posta, después de 52 años, y sufrieron al ver como el título se les escapaba de las manos. Finalizada esa dramática final, todos coincidieron: "Este básquetbol nada tiene que ver con el que nosotros jugábamos. Es de una dimensión muy superior al de nuestro tiempo".

Yo alcancé mi octavo Juegos Olímpico como periodista en Atenas 2004 y tuve la fortuna de ver a la Generación Dorada subir a lo alto del podio. Es decir, tuve la dicha de estar presente en los dos más notables acontecimientos del básquetbol argentino.

Cuando me preguntan respecto de la valoración de cada uno, respondo: "No vale la comparación. Pertenecen a épocas distintas, de reglamentos diferentes, al igual que las pelotas, el calzado, la estatura promedio del ser humano, la medicina, la preparación física y el significado de la alta competición.

Lo de la Generación Dorada es superlativo y una estrella fulgurante en lo alto de la actualidad. El campeón Mundial 1950 significó una explosión popular. Los chicos jugaban en las calles tomando los balcones como cestos. Infinidad de clubes pequeños incluyeron el básquetbol en sus actividades. Surgieron jugadores hasta que la Revolución Libertadora dejó a la juventud sin ejemplos.

Todavía es temprano para decir que dejará la Generación Dorada para el futuro. Al regreso de Atenas, en una reunión en la Confederación Argentina propuse que se consiguiese el apoyo gubernamental para instalar tableros de básquetbol en las plazas de todo el país, para atraer a los pequeños. Pero no se tuvo en cuenta mi inquietud. Seis después del oro de Atenas, el hockey sobre césped y el rugby son los deportes, al margen de fútbol, que logró más adeptos entre los futuros deportistas.

Repito. Cada uno tiene su valor, de acuerdo con el cristal con que se analice.

Mientras la Generación Dorada todavía es capaz de sumar mucho más de su excepcional trayectoria y esperando que los dirigentes se ubiquen en cuanto al porvenir, sin que los éxitos tapen su visión, cada 3 de noviembre siempre brindo por los campeones mundiales 1950 sin tener en cuenta su confrontación con la Generación Dorada, porque cada uno tiene su propio valor.