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Gladiador

Mathieu venció a Isner por 18-16 en el quinto set Getty Images

PARIS -- La típica gran batalla de Roland Garros terminó casi a la hora límite que permite la primavera de París, exactamente las 21.08. Las palomas todavía revoloteaban por el Philippe Chatrier, escapándose de los halcones especialmente entrenados para espantarlas, cuando el reloj del partido clavó las 5h41m de duración y Paul-Henri Mathieu pudo celebrar la victoria sobre John Isner por 6-7 (2), 6-4, 6-4, 3-6 y 18-16. Así se leía en el tablero de la esquina de la central, un mosaico bellamente diseñado, con fondo de polvo de ladrillo removido, letras blancas con sombreado negro.

En la arena, un estadounidense que probó el circuito profesional tras su éxito en el tenis universitario, gigante de 2m08 que conoció el polvo de ladrillo ya de grande; y en el otro rincón, un francés que, esta vez sí, se formó en esta superficie y que presenta una típica historia de "segunda carrera", con una lesión que podría haberlo retirado y finalmente no lo hizo, gracias al empeño por regresar y la capacidad de trabajo.

"Por estos momentos es que le puse tantas ganas para volver", decía Mathieu al costado de la cancha, consumado su triunfo. En enero no tenía ranking, hoy marcha 261º y debió ser invitado al cuadro principal. Se perdió todo el 2011 por una lesión en la rodilla izquierda y pudo haber tomado la decisión de no volver.

Hoy agradece haber seguido y ganado el segundo partido más largo de la historia de Roland Garros, después de las 6h33 que disputaron Fabrice Santoro y Arnaud Clement en 2004. En tercer puesto ahora quedarán Alex Corretja y Hernán Gumy, quienes jugaron 5h31 en 1998. El quinto set duró 148 minutos y fue, en cuanto a games jugados (34), el más largo de la Era Abierta, lo mismo que la cantidad de juegos disputados (76), sólo siete menos que el récord total del torneo, en 1957.

"Le gané a Isner, que está mucho más acostumbrado que yo a estas batallas. No puedo pedir mucho más", decía Mathieu y se le escapaban las lágrimas. Las bromas entre colegas comenzaron en el 10-10. ¿Podríamos ver un Isner-Mahut versión 2, con otro francés en reemplazo de Nicolas? "Isner, la revancha", como si fuera el título de una saga de películas. El apellido Mathieu contiene las letras del de Mahut.

A diferencia de aquel 70-68 de Wimbledon 2010, el cual debería permanecer por siglos y siglos como el partido más largo de la historia (11h05), los estilos eran diferentes y el saque sólo dominaba del lado de Isner.

Mathieu utilizaba la paciencia, profundidad y solidez ante un Isner cansado, exhausto sobre el final. El gesto del norteamericano, apoyando manos sobre los muslos, las rodillas dobladas, semiagachado, era una foto repetida durante el quinto set. El bueno de John no la pasaba nada bien y para colmo debía soportar los silbidos del público francés, que lo condenaba el solo acto de ir a chequear el pique de una bola. En una escena curiosa, lo chiflaron por un saque que impactó en el cuerpo de Mathieu (como sabemos, culpa del francés por no correrse a tiempo) o en una pelota que tocó la faja de la red y pasó del otro lado. "Allez, Paulo", bramaba el estadio (sonaba "alé, poló").

Hay que meterse por un segundo en la cabeza de Mathieu para aproximarse a la frustración que puede generar construir puntos con paciencia, jugar una y una, buscar el hueco por donde terminarlo, y ver que al rival le alcanzan dos segundos, un movimiento coordinado del cuerpo, el estiletazo final del hombro, para disparar un tiro, un saque, un derechazo, que terminarán sumando lo mismo que aquella edificación apoyada en la constancia. Poco serviría explicarle al francés que no se viola ninguna regla, que es lícito lo de Isner y forma parte de este deporte.

Sin embargo, en varios tiros ganadores a mansalva del visitante, el francés miraba a su equipo de trabajo y su expresión era de un no-lo-puedo-creer. La solidez pagó sobre el final: 40 errores de Mathieu y 69 tiros ganadores, contra 98 errores de Isner y 107 winners.

El estadounidense puede estar acalambrado, quejarse de su mala estrategia sobre algunos puntos, pero si hay algo que no le falta es confianza en su arsenal. Tira la pelota a casi tres metros del suelo y allí va su apuesta. Si el punto se alarga, hay que terminarlo con la derecha, o un drop si es necesario. Puede parecer loco, arriesgado; lo es, pero suele predominar el convencimiento de que esa pelota va a entrar.

Sin embargo, sobre el final del encuentro, el cansancio se trasladó a su servicio. Ya no hubo fuerzas para seguir luchando. "Debí haber ido más por mis tiros", se reprocharía Isner. Mathieu siguió taladrando y llegó el séptimo match point, el drive cruzado que se va. El público ensordece y esta vez es Mathieu quien dobla su cintura, pone las manos sobre los muslos, y rebobina todo lo que debió atravesar para llegar hasta acá.