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Historia de los Juegos - Parte II

BUENOS AIRES -- Todo es cíclico. Las acciones de las empresas comerciales suben y bajan. Las olas en el mar vienen y se van. Los Juegos Olímpicos no podían ser menos. Desaparecieron y revivieron. Entre uno y otro momento transcurrieron 1.502 años y durante ese enorme período muchas cosas sucedieron en la constante evolución de la humanidad.

Mil años después de ser Olimpia destruida y enterrada por los terremotos, Europa vivía la época del Renacimiento. Al influjo del descubrimiento de la imprenta y a través de las publicaciones de las obras maestras de los genios de la Antigüedad, se produjo un creciente interés por conocer la verdad de la Grecia clásica y esa corriente se popularizó cuando la invención del grabado dio a conocer las obras de arte.

ATRACCIÓN POR EL DEPORTE
El interés por la Grecia clásica hizo que, especialmente en Inglaterra, esa corriente se extendiera también hacia el deporte heleno. Pero la sociedad ya era otra. Rechazó los torneos medievales (espada, lanza, mazo, arco) y dieron paso a otras disciplinas que pusieron en marcha en 1604 a los Olympic Games, con sede en Cotswold. En ellos podían participar tanto los nobles como los plebeyos del lugar y sus alrededores.

El programa era mucho más amplio de lo imaginable desde la perspectiva actual. Había carrera lisas y de obstáculos, lanzamientos, saltos, esgrima, levantamiento de piedras, carrera de caballos, caza e incluso ajedrez. Las pruebas se celebraban el día de Pascuas y se alternaban con fiestas y comidas.

Sobre la base del deporte como fórmula educativa, Inglaterra se ponía a la cabeza de las inquietudes deportivas de toda índole. Y así renació el boxeo en 1720 bautizado como "noble arte". También por aquellos años (quizás por contraste) se imponía entre los aristócratas el lawn-tennis, inspirado en el medieval juego francés de Paume.

EL PASTOR DEL RUGBY
Pero el auténtico artífice de la revolución deportiva fue el pastor anglicano Thomas Arnold, director de la Universidad de Rugby desde 1828 a 1842. Por aquellos tiempos los colegios y las universidades inglesas, donde se preparaba la sociedad del futuro, se habían convertido en lugares donde reinaba la perversión. Los estudiantes se dedicaban al alcohol, los juegos de azar y la violencia más que al estudio.

Arnold se apoyó en el deporte para reeducar a la clase estudiantil. Predicó el amor al juego físico, a la superación en la noble lucha, junto con el respeto al compañero y al contrincante. Su pedagogía se sustentó, sin olvidar las actividades individuales, en los deportes de equipo, como el fútbol, el hockey, el remo y un incipiente rugby, que acababa de inventarse en la misma ciudad donde impartía su docencia y había dado su nombre a la nueva modalidad.

La tarea del pastor anglicano encontró sus detractores. Debió enfrentar las críticas de médicos, educadores e inclusive otros clérigos, que no comulgaban con sus "revolucionarias" ideas pedagógicas, especialmente cuando los sábados las universidades comenzaron a enfrentarse entre sí.

Pero Arnold acabó triunfando y la nueva mentalidad estudiantil se fue extendiendo a otras capas sociales, para saltar luego a Europa y cruzar el Atlántico hasta los Estados Unidos, recién salidos de su guerra civil y con todo el país por hacer.

LAS RUINAS DE OLIMPIA
El movimiento deportivo, cada vez más fuerte, empezó a coincidir y a despertar el interés por la desaparecida Olimpia. Hubo varios intentos, algunas evidencias al identificar las piedras del templo de Zeus, que había presidido el escenario olímpico, pero fue en 1829, al concluir la guerra (una más) entre griegos y turcos, cuando topógrafos, hombres de ciencias y arquitectos, dirigidos por Abel Blouet, uno de los constructores del Arco de Triunfo de París, localizaron los últimos restos del templo de Zeus y las primeras esculturas, hoy propiedad del museo del Louvre.

Toda Europa se hizo eco de los importantes descubrimientos, unidos al valor simbólico de la ciudad sagrada. Especialmente en Grecia, sumida en la pobreza por tantas luchas internas, que soñaba con la grandeza de antaño.

Un millonario aportó el dinero para la realización de los Primeros Juegos Panhelénicos Contemporáneos, pretendiendo fueran a modo y manera de los antiguos. El 15 de noviembre de 1859 se inauguraron, junto con una exposición agrícola y ganadera.

En el programa había carreras de distintas distancias, saltos de obstáculos, lanzamiento de disco y jabalina (con una cabeza de buey como diana), carreras ecuestres y gimnasia de equilibrio, en unión con pruebas tan poco olímpicas como trepar una cuerda o las carreras de sacos.

Hubo otros tres Juegos Panhelénicos, el último en 1889. Esta se puede decir que fue el fin de la etapa previa a la aparición de los Juegos Olímpicos de la Era Moderna. Prácticamente estaban a la vuelta de la esquina. Exactamente faltaban siete años para su debut.

Tres siglos habían pasado entre el descubrimiento del deporte y las excavaciones que lo unían espiritualmente con la vieja mitología. Sólo faltaba el hombre capaz de atar el hoy con el ayer, separados por treinta siglos o más, según la fecha de partida que se desee tomar.

Y FINALMENTE LLEGÓ EL HOMBRE
Por la tradición familiar debió ser militar. Por vocación fue un pedagogo excepcional. A los 20 años, Pierre de Fredi, barón de Coubertin, un idealista y soñador, se volcó intensamente a los sistemas educativas y encuentró el camino abierto por los conceptos de Arnold en Rugby.

Cruzó el Canal de la Mancha y sobre el terreno constató los excelentes frutos logrados por el plan del pastor anglicano, después de 40 años de su implantación. Visitó Estados Unidos y encuentró la misma respuesta. Y comenzó su gran lucha.

Primero hizo frente a la vieja teoría de la escuela de gimnasia reinante en Francia, su país de nacimiento, sustentada en que el deporte se debía practicar en privado y sin el menor afán competitivo. A continuación, lo iluminó la visión de la restauración de los Juegos Olímpicos. Por esa visión trabajó sin pausas mientras tuvo vida.

Para romper el obsoleto esquema francés pretendió organizar una regata internacional en el río Sena y fracasó. No se detuvo. Escribió un artículo en el diario El francés denunciando el viejo sistema pedagógico de su patria y la creación de la Liga de Educación Física y del Comité para la Propagación de los Deportes Escolares de remo. La novedosa idea y la publicación causaron sensación en agosto de 1887 y, a la postre, constituyeron la primera piedra de su gran obra revolucionaria.

Aprovechó una reunión de la Asociación Francesa de Deportes Atléticos, en la Soborna en 1892 y ante el estupor general, anunció la restauración de los Juegos Olímpicos. Lo aplaudieron, le desearon buena suerte, pero no lo comprendieron. Lo tomaron como un iluso general al comando de un ejército sin soldados. Pero ese general de 29 años poseía miles de soldados dentro de él y continuó su batalla.

Se las ingenió. Buscó adherentes en los profesores de educación física de Inglaterra y Estados Unidos. Con el pretexto de tratar temas del amateurismo, consiguió que la Soborna fuera escenario de un congreso internacional y, sin que nadie lo advirtiese, en el último punto figuraba "Congreso para la restauración de los Juegos Olímpicos".

LA OBRA MAESTRA
Pero el genial Pierre Fredy sabía que eso no bastaba. El relato de la puesta en escena de su obra maestra en sus Memorias lo dice todo: "Dentro del prestigioso marco del gran anfiteatro, entre una bella oda y un erudito comentario, precedidos por un discurso académico, la audición de la armonía sagrada (el coro de la Opera de París cantó el himno a Apolo, recién descubierto en las ruinas de Delfos) sumergió a la concurrencia en el ambiente deseado. Difundióse una especie de velada emoción, como si la antigua euritmia traspasara la cortina de los siglos, para que el helenismo pudiese infiltrarse en el vasto recinto. En ese momento, yo sabía que, en adelante, concientemente o no, nadie votaría en contra de la restauración de los Juegos Olímpicos".

Así fue proclamado, sin oposición, el 23 de septiembre de 1893. El iluso general había triunfado.

LOS VALORES DEL BARÓN DE COUBERTIN
Una cosa era la aprobación; otra, la realización. Primero, hubo que fundar el Comité Olímpico Internacional (COI). La nómina de nombres fue presentada por Coubertin, la mayoría eran profesores de educación física de distintos países conocidos por él, y fue aceptada íntegramente. El mismo Coubertin escribió: "Nadie se dio cuenta que habían elegido a personas casi todas ausentes".

También se decidió realizar los primeros Juegos en París en 1900. Pronto advirtió que seis años era esperar demasiado tiempo. Entonces, propuso la realización en 1896 y a Atenas como sede.

De inmediato, con su acostumbrada habilidad, puso a un griego como presidente del COI, estableciendo que ese cargo lo ocuparía siempre un representante del país organizador, lo que después no se cumpliría, ya que Coubertin fue presidente desde 1896 hasta 1925.

Pero veamos algunos de los conceptos y de los hechos trascendentes establecidos por el restaurador de los Juegos Olímpicos:

  • Su objetivo fue siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre, educando a la juventud dentro de una práctica sin discriminaciones de ninguna clase.

  • No se detuvo ante presiones políticas, económicas y ni la primera Guerra Mundial pudo frenar su inquebrantable fe.

  • No permitió que los gobiernos interfiriesen en el desenvolvimiento de los Comités Olímpicos Nacionales.

  • Citius (más rápido), Altius (más alto), Fortius (más fuerte) sintetiza el principio filosófico para llegar a lo mejor de uno mismo.

  • Rescató sólo algunos de los aspectos rituales y religiosos de los antiguos Juegos Olímpicos como la entrada de los atletas, con características de procesión, y la llama olímpica, un rito de purificación, para darle importancia a la ceremonia y a los símbolos olímpicos.

  • Presentó la norma para que los Juegos tuviesen alcance universal, carácter democrático y ser organizados en forma rotativa en las distintas ciudades del mundo. Y propuso el lapso de cuatro años entre una y otra.

  • Creó la Bandera Olímpica y expresó al presentarla: "Estos cinco anillos, azul, amarillo, verde, rojo y negro, representan los cinco continentes unidos por el Olimpismo". Además, algunos de esos seis colores, comprendido el fondo blanco, combinados están presentes en las banderas de todas las naciones.

  • Hasta su muerte en Ginebra, en 1937, sostuvo que el deporte era uno solo, que no debía haber diferencias según las clases sociales de los atletas y así lo dejó sentado en su Historia Universal, escrito especialmente para las masas obreras, en un época en que no se consideraba amateur al obrero, artesano o jornalero.

Eduardo Alperín fue columnista de ESPN.com por 16 años. Falleció el pasado 25 de abril.

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