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No lo subestimen

Joe Torre nunca pasó horas buscando estadísticas o mirando vídeos como hacen muchos mánagers jóvenes en estos días. No es el tipo obsesionado con su trabajo que gustaba de llegar más temprano que sus compañeros. Él se hubiera comido un buen almuerzo, y entonces se hubiera afeitado límpiamente luego de los partidos -- ganara o perdiera -- mientras se preparaba para una cena en un restaurante.

Nunca fue su estilo el calentarse poco a poco luego de un éxito o un fracaso. En esta era donde los mánagers parecen trabajar más horas que abogados novatos o médicos principiantes en hospitales, Torre aparenta trabajar la menor cantidad de horas de cualquier mánager en el juego.

Pero Torre puede llegarle al corazón de su camerino en una conversación de 30 segundos más que cualquier otro en una temporada completa. Puede hacer que el intenso Paul O'Neill se ría hasta que le duelan las costillas de sí mismo, o preguntarle a David Cone o Mike Mussina por una sugerencia o consejo, o ayudar a un vacilante novato con un grito: ¿Oye chico, como te va? Cuando Scott Brosius fue donde él, tarde en la temporada de 1999, y le dijo que necesitaba ir a su padre que estaba agonizando, Torre no vaciló en violar un siglo de protocolo de tradición en el béisbol. En cambio, le dijo a Brosius que fuera a casa, a estar con su padre.

Cuando sacó de juego a Roger Clemens en el Juego 3 de la Serie de División, lo hizo con una palmada cariñosa en la mejilla, y no fue el gesto de un mánager siendo condescendiente con una estrella que ha tenido una mala noche. Fue el reconocimiento de Torre, para bien de Clemens, de que él sabe que por seis temporadas, Clemens siempre trató, siempre le importó. La voz de Torre se quebró cuando habló luego el lunes en la noche, pero no se refirió a su propia situación -- parecía resignado a su suerte -- cuando se le mencionó el esfuerzo y su pasión por los Yankees.

Por supuesto, no estaba exento de tener favoritos, y algunos jugadores sintieron su mano dura. No fue un debilucho que le gustara a todo el mundo, no importa lo que pasara. No le importaba David Wells, o Jeff Nelson, y algunos de sus relevistas sentían que los maltrataba con la carga de trabajo que les imponía. Arremetió de forma pública contra el jardinero Chad Curtis durante la Serie Mundial de 1999, luego que Curtis se rehusara a hablar con el reportero de NBC Jim Gray, y luego que sus compañeros lo exoneraron y le dijeron a Torre que el jardinero solo estaba haciendo lo que todos habían acordado hacer, Torre nunca aclaró la situación. Por otra parte, Torre defendió de forma vehemente a Clemens luego del incidente donde se lanzó un bate en la Serie Mundial del 2000, en una forma en la que no defendió a Curtis.

Pero mayormente, sus jugaodres, incluyendo Curtis, sentían que ellos le importaban como personas, y nunca como un mánager que tomaba sus malas rachas como afrentas personales, como hacen muchos mánagers y coaches. Él los trataba como hombres.

Torre logró manejar de forma brillante a George Steinbrenner y a la prensa de Nueva York de la misma manera: logró reconocer la amenaza implícita que cada una de esas fuerzas representaba, y mientras lograba entender que ninguna de ellas podía ser ni ignorada ni enfrentada, nunca vendió su dignidad a ninguna de ellas durante todo el camino.

A diferencia de algunos de los que le precedieron como mánagers de los Yankees, nunca se escondió de Steinbrenner aunque fuera el peor de los momentos, tomando la iniciativa de levantar el teléfono y llamarle, de hacerse disponible, de reducirse, y por encima de todo eso, de reducir, de la mejor manera posible, cualquier tormenta en camino. Pero también tenía la habilidad de marcar su territorio cuando era necesario, algunas veces usando algun comentario cortante, con la cantidad justa de sarcasmo, para lograr sacarse de encima a Steinbrenner, para recordarle que él -- Torre -- había sido jugador y mánager por casi 40 años y que Steinbrenner no lo había hecho.

Los miembros del cuerpo de directivos de los Yankees que estaban en los cuartos de reuniones de la organización se maravillaban de cómo Torre se adaptaba a las situaciones y lograba trabajar con Steinbrenner, haciendole ver que algunas de sus ideas más locas eran horribles, explotando la propia inseguridad de Steinbrenner sobre su conocimiento de béisbol, sin tener que llegar a una confrontación.

Trataba de los reporteros como iguales y generalmente no se iba con los favoritos. Respondía sus preguntas tan honesta y respetuosamente como podía, sin incurrir en favores -- y de esa forma, siempre incurría en favores.

Como reportero de ambiente de los Yankees por cuatro años, tuve el mismo tipo de relación que la mayoría de los reporteros tuvo con él -- bregaba conmigo de forma justa, al alcance de la mano. La broma constante entre los reporteros de ambiente era que ciertamente Torre conocía los nombres de cada reportero individualmente y que les ofrecía una sonrisa y un movimiento de cabeza, pero a pesar de eso tardaba años en referirse a ellos por nombre, si es que alguna vez lo llegaba a hacer.

En el verano del 2000, el año después que Torre fue diagnosticado y tratado por cáncer de próstata, a la mesa de noticias Metropolitanas en el diario en el que trabajaba, el New York Times, llegó un rumor a través de una fuente de la oficina del alcalde que el cáncer de Torre había regresado. Luego de su reunión usual pre-juego con los reporteros ese día, en Detroit, me llevé aparte a Torre y le pregunté si esto era cierto. No lo era, y pude ver en su rostro lo sorprendido que estaba por la pregunta.

Al día siguiente, me llamó a su oficina, y con enojo controlado, me dijo que pensaba que mi pregunta había sido extraordinariamente inapropiada, y que no iba acorde con la tradición y la dignidad del New York Times. Estaba furioso, con el diario, y conmigo. Y luego que salí de su oficina, nunca le mencioné el asunto de nuevo, y nunca me trató de otra forma que no lo hubiera hecho antes -- profesional, cortés, abierto, al alcance de la mano. Nunca fue demasiado caluroso conmigo, y sin embargo, cuando mi esposa se encontró con Torre y su esposa en un evento, y se le presentó, no pudo haber sido más cortés y amable con ella.

Otros mánagers han trabajado más duro que Torre, dedicándole más horas al trabajo. Su sucesor quizás podrá manejar el cuerpo de lanzadores mejor que Torre, y mirando hacia adelante, el equipo podría beneficiarse del análisis estadístico en una forma en que no se ha hecho por los pasados 12 años. Las alineaciones y las alternativas para las alineaciones podrían estar mejor informadas.

Pero mientras muchos mánagers se desviven por masticar números y conocer el juego, habrá que ver quien podrá llevar a los Yankees por la amalgama de crisis que Torre tuvo que pasar. La organización se inclinó hacia el caos, por su dueño insaciable, y por la prensa y los fanáticos, y Torre mayormente ha sorteado todo eso, girando y evitando.

Yo siempre he creído que durante la dinastía de 1996-2001, Mariano Rivera fue el único miembro uniformado de la organización más importante para el éxito que Torre. Ellos no hubieran podido ganar tanto sin él, y habrá que ver si algún otro mánager Yankee puede ser tan exitoso o adaptarse mejor que Joe Torre.