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La ficción supera a la realidad

- Ayer lo vi, digamos, muy concentrado.
- Maravillado, querrá decir.
- Bueno, como quiera, no sabía que le interesaba tanto el tenis.
- Es que de hecho no me interesa en absoluto.
- No parecía...
- Y sin embargo es cierto. Por lo general me resulta tan aburrido que apenas consigo tolerar cinco minutos mirando un partido.
- Claro, entiendo. Pero dado que ayer se jugaba una final...
- ¿Qué final?
- ¿Cómo qué final? ¡El Abierto de Australia!
- Sinceramente no sé de qué me habla. ¿El partido que yo estaba viendo ayer se jugaba en Australia?
- ¡Claro! Sharapova-Ivanovic.
- Ah, Sharapova-Ivanovic, sí. Ahora comprendo. Pensé que lo que estaba viendo era una película erótica.
- ¿De qué habla? ¿Cómo va a confundir un partido de tenis con una película porno?
- No dije porno, dije erótica.
- Bueno, es lo mismo.
- No, no es lo mismo. Piense un poco y evíteme tener que enumerar las diferencias.

- ...
- ...
- De acuerdo, no es lo mismo, no me diga nada. Pero confiéseme que me está tomando el pelo.
- ¿Con qué fin le estaría tomando el pelo? De ninguna manera. Pensé que estaba viendo una película erótica, digamos... experimental. Me vinieron a la mente algunas imágenes de una película de Godard donde también se jugaba al tenis y en las que cobraba especial relevancia cierta tensión sexual entre los que jugaban. Entonces, viendo aquella película, como ayer, viendo a Sharapova-Ivanovic, pensé lo mismo.
- ¿Qué pensó?
- Lo que le estoy diciendo, que se trataba de una película erótica.
- ¿Usted está loco?
- Yo tiendo a creer que si usted ayer vio lo que vi yo y llama a eso un partido de tenis, el que está loco es usted.
- ¿Y qué quiere que haya visto?
- Lo mismo que vi yo, una película de una hora y media acerca de dos mujeres bellísimas que intentan matarse una a otra.
- Convengamos que como argumento deja mucho que desear...
- Y sin embargo funcionó, porque no pude despegar los ojos de la pantalla del televisor ni un instante. Encendía mis infaltables cigarrillos cuando las jugadoras iban a sus respectivos rincones a friccionarse el cuello con una toalla.
- Lo que está diciendo no tiene sentido.
- Yo creo que sí. Mire: dos muchachas, de las más bellas que se pueda encontrar en el globo, vestidas de un modo cuidadosamente preparado; una es rubia, la otra morocha; las dos se la pasan gritando y gimiendo de un modo capaz de despertar a un muerto; y en lo que llamaban los "servicios", hacen una serie de saltos estacionarios que hacen que las teti...
- ¡Pare! ¡Por favor! Lo que dice es cierto, yo también lo vi, pero estaba en juego un trofeo.
- Se lo ganaron.
- Quiero decir que tanto Maria Sharapova como Ana Ivanovic no estaban, como usted dice, protagonizando una película erótica.
- ¿Usted quiere decir que ellas no lo sabían? ¿Que todo eso no era premeditado? ¿Que no se sabía el resultado de antemano? ¿Que no había un guión?
- ¡Claro que no!
- Entonces a veces la realidad se parece demasiado a la ficción, mi amigo. Yo pensaba que detrás de ese partido estaba Jean-Luc Godard haciendo de las suyas.
- Usted es un sexópata.
- No, es usted que está ciego.
- ¿Me está hablando en serio?
- Claro. Toda esa tensión, esa potencia, esos arranques y esas corridas... en ningún momento creí que estaba asistiendo a algo real, a algo que estaba desarrollándose en vivo, en ese momento, con otro fin que no fuera excitar al observador.
- Bueno, ahora que lo dice debo reconocer que sí, que la cosa era excitante...
- ¿Ve?
- ... pero al mismo tiempo, yo al menos, nunca dejé de ser consciente de que lo que estaba en juego era otra cosa.
- ¿Qué cosa?
- ¡Un trofeo!
- ¿Un trofeo? ¿O sea: dinero?
- Sí, también dinero.
- Yo tampoco dejé de ser conciente de que estaba en juego dinero, las actrices porno están, que yo sepa, tan bien pagas como los más grandes actrices de Hollywood.
- Pero estamos hablando de las mejores tenistas del mundo...
- Váyase a bañar. Si lo que dice es verdad es incomprensible que esas dos muchachas estén desaprovechando su talento pegándole a una pelota. Yo quemaría mi casa con mis hijos adentro si una de ellas me lo pidiera, pero sería incapaz de hacer nada que me pidiera una tenista. No se me ocurren muchas cosas para hacer con una tenista, pero en cambio ayer se me ocurrieron un millón de cosas que haría con una de esas chicas. O con las dos.
- Usted es un primitivo, un verdadero animal.
- ¿Por qué? ¿Esas chicas qué son? Disculpe, pero lo que vi ayer fue de lo más salvaje y primitivo. Y violento.
- De acuerdo, algo de eso había. Pero convengamos que Ana, como modelo funcional, utiliza dos factores que una rusa como Maria apenas insinúa.
- ¿Qué cosas?
- Uno es la estrategia según el rival, y otro la velocidad de desplazamiento y el contraataque. Eso es algo que ante una rusa resulta muy provechoso. Ana "leía" el juego de Maria con anticipación, pero no con la anticipación suficiente como para condenarla al fracaso, porque las variantes técnicas del juego serbio son muy superiores al método ruso de golpe de gracia perpetuo. De todas formas, la final de Australia tuvo una dosis diferenciada en quién imponía su juego.
- ¿Sharapova, no?
- ¿Ni siquiera sabe quién ganó?
- No me interesaba en lo más mínimo.
- Sí, ganó Sharapova. Fue ella la que ganó el centro de la cancha y jugó los puntos clave un paso adentro de la línea de fondo. O sea, fue a buscar con todas sus fuerzas el golpe definitivo.
- Esos gritos...
- Sí, por algo, cuando entrena, se escuchan a cinco canchas de distancia. Por algo, el tenis es tan mental como poderoso en su vehículo humano en competencia: el que antes toma la decisión tiene la ventaja. Y la bella rusa entró a la cancha a pegarle a la pelota para que no volviera nunca.
- Disculpe, amigo, pero usted habla de tenis, y eso no me interesa.
- ¿Y de qué quiere hablar?
- De lo que estábamos hablando al principio, de películas eróticas.
- No me interesan las películas eróticas.
- Sí, claro, a usted le interesa el tenis.
- Obvio.
- Por eso vio el partido ayer.
- Naturalmente. Y lo grabé. Y lo vi tres veces.
- Ahá. Porque le gusta el tenis.
- ¡Claro!
- Mi amigo, usted es de los míos, la única diferencia es que usted dispone de una buena razón para ocultar sus verdaderas intenciones. Hasta es probable que el tenis me interese más a mí que a usted.
- ¿Le parece?
- No tengo dudas.
- ¿Qué va a hacer ahora?
- Nada. ¿Qué me propone?
- Ver el partido otra vez, usted y yo, juntos.
- ¿Dónde?
- En mi casa.
- Mmm...
- Usted me ayuda a comprender su punto de vista y yo lo ayudo a usted a comprender el mío.
- Pero es que el suyo a mí no me interesa.
- Pero a mí el suyo sí.
- Bueno, vamos. Pero siéntese lejos de mí.
- Qué desconfiado.
- No es desconfianza. Yo me conozco.

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