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Esto ya lo había visto antes...

El tablero electrónico de Arroyito saluda a Los Pumas ESPNdeportes.com

ROSARIO -- Esto no lo había visto nunca: dos horas antes de que arranque el partido de Los Pumas, la mitad de Rosario parece hacerse carne en las puertas del estadio de Central. La gente no entra porque no la dejan entrar, y el mar pacífico de hinchas va entrando en una ebullición fanática hasta que, entre ruido de palmas, silbidos y cornetas, se unifica en una súplica: "Abran las puertas", cantan, y encadenan un insulto como para no pecar de blandos.

Mientras tanto, dentro de la cancha la voz del estadio prueba el sonido estirando las "eses" de los sponsors. "Hola, sí, hola. Visssssa. Adidassss". Desde afuera se escucha la impaciencia. Y las puertas se abren.

Parece que la pasión está despierta en esta ciudad de río, donde sólo dos veces antes la selección argentina de rugby disputó un partido. Parece que el recuerdo del Mundial está fresco todavía. Parece que Los Pumas son un imán. Esto sí que no lo había visto nunca: por primera vez este estadio eminentemente futbolero y eminentemente azul y amarillo aparece disfrazado de rugby: con las haches donde deberían estar los arcos y el celeste y blanco como tonos dominantes.

Es que esto ya lo había visto antes: llegan unas 35 mil personas a pisar el Gigante, y ya no parece tan gigante. Los jugadores salen al campo de juego a hacer un precalentamiento inusualmente largo y reciben un baño de aplausos. Y la gente, como en la historia, les ofrece una cosa que empieza con "P".

En el anuncio de las formaciones hay reconocimiento para los dos locales: Nicolás Vergallo y Federico Todeschini. Pero Felipe Contepomi, ahora estrella y capitán del equipo, se lleva la mayor ovación.

Los jugadores saludan y dejan la cancha como si ya hubieran terminado un partido que todavía no empezó.

Cuando salen oficialmente al juego los papelitos vuelan y -después de pensar que quizá por representar una continuidad la gente ignoró olímpicamente a Tati Phelan- viene algo que ya había visto antes: quince muchachos abrazados desde la cintura y gritando una versión resumida del himno y jurando con gloria morir.

Y no queda otra que pensar que esta vez no están llorando.

Esto sí que no lo había visto nunca: en la tribuna, un fanático se lamenta amargamente como si lo hubieran herido de guerra porque Argentina pierde un line lanzado por el contrario en el minuto uno. Parece que será un día de extremos, de novedades: hay nuevos nombres en Los Pumas, hay debuts en Escocia, hay un marco innovador.

Sin embargo empiezan a pasar cosas que ya había visto antes: Chris Patterson, el infalible pateador escocés, anota un par de penales pese a que la gente abuchea, chifla, se para, se mueve y va acumulando rarezas para intentar distraerlo. El tipo sigue firme en su propósito: embocar siempre, sumar de a tres.

El pasar de los minutos va entregando repeticiones. El partido se parece a una versión mal jugada de aquel que se vio en el Mundial. Escocia no se acerca al ingoal argentino pero suma con buena efectividad. Los PUmas están imprecisos en el juego de manos y cometen algunas infracciones tontas que les cuestan puntos. Pero están en juego.

Y se ponen arriba, incluso, con algo que no había visto antes: un hombre de 31 años, debutante absoluto en la Selección, empieza a redondear una actuación extraordinaria con un try en su primer partido Puma. Es el tucumano Álvaro Tejeda, que luego sería elegido como jugador del partido.

Entonces Argentina pasa al frente y da tiempo para pensar: estos Pumas parecen jugar como aquellos, los heroicos, los del podio mundialista, casi copiados al carbónico. Parten de la defensa como máxima virtud e intentan jugar agrupados. Se destacan desde el rompimiento de las formaciones fijas y fallan en los lines. Es lógico: si el proceso sigue y los nombres se repiten, las ideas tenderán a ir hacia el mismo lugar.

Esto sí que no lo había visto antes: la gente quiere cantar, pero le falta una canción de conocimiento conjunto para expresarse colectivamente. De pronto hay un silencio de 35 mil personas, que son los silencios que más se escuchan.

De pronto Todeschini, quizá impregnado del espíritu del Kily González, patea la pelota de rastrón y se la lleva unos 40 metros por la banda izquierda. Termina en nada, pero en esa acción futbolera la gente encuentra de nuevo las palabras: Argentina vamos, ponga huevos. Pu-más. Pu-más, gritan. Argegan la de la barra bullanguera. La energía parece desbordarlos y en la tribuna estalla el invento más nefasto de las manifestaciones grupales en los eventos deportivos: la ola.

El partido no entrega demasiado. Con más patadas de Patterson, Escocia se pone al frente. Y esto sí que no lo había visto antes: el propio Patterson -que venía de meter sus últimos 36 intentos a los palos- erra un penal, que para colmo podría haber sido clave para su equipo, para alargar la ventaja escocesa y prácticamente cerrar el partido.

Los Pumas recortan distancias, pero no reviven. Parecen oxidados. Y algo que no había visto antes: parecen -no me atrevo a escribirlo- ganados por el desánimo.

Hasta el minuto 37 del complemento el juego está lejos de cualquier riesgo: no hay amenazas para el marcador hasta que un penal de Todeschini enciende simultáneamente a la gente, al equipo y a la ilusión de ganar. Argentina vuelve a estar arriba. Argentina va a ganar otra vez. Por uno, por la mínima.

Y arranca lo que ya se había visto antes, tantas veces: Los Pumas tackleando y tackleando y tackleando y tackleando. Y ganando una pelota suelta y marcando el try que redondea el marcador a su favor en el último aliento del partido. El resultado se redondea a 21-15. No hay sorpresa.

Es que esto ya lo había visto antes: en un partido ajustado, duro, ríspido, físico y desgastante, Los Pumas le ganan a Escocia. Como en el Mundial. Como las últimas seis (con esta, siete) veces que se enfrentaron.

Este sábado volverán a verse las caras, en Vélez. Allí inventarán algunas cosas inéditas y otras que, aunque no sucedieron, ya vimos mil veces.