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Una cuestión de identidad

BUENOS AIRES -- Quizá como nunca, el hincha de River, aún el más fanático (con la desmedida cuota que pasión y ceguera que encierra el término), reconoció, en la última semana, las virtudes de Boca. Esto contiene resignación ante los resultados y, también, envidia y bronca por la ausencia de ciertos argumentos que siempre distinguieron a los de la banda y ahora son banderas azul y oro.

Una de las grandes ventajas xeneizes ha sido, desde 1998, la "columna vertebral". La de Boca resultó sólida y reciclable. No sólo por la vigencia de Palermo y Riquelme y la enorme ayuda de Tévez en su momento. La estructura sufrió pocas fisuras. Tuvo arqueros (Córdoba, Abbondanzieri y Caranta) solventes y durables; zagueros (Bermúdez, Schiavi, Cata Díaz, Morel Rodríguez) de distintas condiciones pero parecida voz de mando, y volantes centrales (Serna, Cascini, Gago, Banega, Battaglia) que, sin agruparlos en la misma bolsa por evidentes contrastes técnicos, mostraron personalidad y buen pase. Sin olvidarnos, claro, de vigas laterales muy confiables como Ibarra, Clemente, Guillermo, Palacio o Delgado.

Hoy el Mariscal es Morel, Mostaza es Battaglia, el Beto o el Enzo es Román, Alzamendi es Palacio y el Matador es Palermo. River no pudo darle continuidad a una columna. Recorrió el camino contrario al de su clásico rival. No repuso piezas adecuadamente. Priorizó los negocios dirigenciales. Casi no apostó a contrataciones de garantía. No se preocupó por una línea de coherencia en la elección de los entrenadores.

Salvo con Lavolpe - de paso polémico y fugaz - Boca ha respetado una identidad. Por supuesto que puede perder todo en el futuro inmediato, sin embargo, desde hace diez temporadas, sabe a qué juega, manteniendo el valor agregado de los huevos que reclama su gente.

El hincha millonario tendrá que hacerse cargo de su pasividad cómplice con una dirigencia que ya debería patentar el mejor impermeable del mundo, ese que utiliza para resistir las feroces tormentas que genera con su propios manejos.

Y en lo futbolístico, por la búsqueda desesperada de un título y alejado del estilo que aplaudió con orgullo durante muchos años, corresponderá que se haga cargo de festejar los centros de Abelarias y los saltos de Abreu. Cuando hubo necesidad de controlar la pelota frente a San Lorenzo, River, justo River, dejó al descubierto que no está preparado ni capacitado para eso.

Lo más importante que Carlos Bianchi le entregó a Boca, más allá de los grandes trofeos internacionales, fue la dinámica de ganar, la que produce una bola de confianza que te va agigantando y rescatando de instancias críticas. En River, actualmente, la dinámica es inversa. Y la bola, en lugar de empujarte, te aplasta.

A pesar de la peor eliminación que podría haber tenido, la situación no parece irreversible. Si bien se supone que el impacto anímico será tremendo, los de Simeone disponen de una chance clara en el Clausura. Con San Lorenzo y Boca absorvidos por la Copa, con Estudiantes golpeado, con Independiente y Velez sin certificado de consistencia... Quedará por ver, en caso de obtener el objetivo local, si lo usa de salvavidas dirigencial, de cubre manchas o de auténtica plataforma de despegue para cambiar la mencionada dinámica.