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El problema de la inseguridad

El ataque de que fue víctima Salvador Cabañas es un episodio más de la cultura violenta de las armas que reina en México.

Un segundo, un disparo, es todo lo que se necesita para acabar con la vida de una persona, de una esposa y de una familia, y con un equipo de futbol, los sueños de una afición y la ilusión de una nación que jugará en el Mundial de Sudáfrica 2010.

La vida de Salvador Cabañas cambió para siempre en la madrugada del lunes 25 de enero cuando recibió un disparo de bala en la cabeza en el club Bar Bar.

Se puede acusar a las autoridades de ser permisivas, de no hacer cumplir las reglas, y de que un establecimiento como el Bar Bar sirviera alcohol después de las tres la noche.

Podemos ir más allá y denunciar que los poderes políticos y la administración pública son corruptas y permiten la impunidad. Podemos preguntarnos por qué el dueño del local infringía las leyes para vender unas copas más, después del horario autorizado. Podemos cuestionarnos qué hacía el deportista profesional de alto nivel, pasadas las cinco de la madrugada, en un club nocturno, y criticar la falta de disciplina y vigilancia del Club América y el entrenador Jesús Ramírez.
Todas son preguntas legítimas, pero ninguna responde a la verdadera razón de esta tragedia.

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El problema de fondo es que hay una degradación moral de los mexicanos desde hace varias décadas. Una pérdida del valor y el respeto a la vida, y una cultura de las armas, de la violencia, que ha penetrado todos los estratos sociales.

La vida de una persona ha dejado de ser algo sagrado, y un importante sector de la población ha perdido el sentido del bien y el mal.

Esa cultura del revólver existe en México desde hace varios años, y ha sido promovida por los narcos, que con dinero y sus sicarios se creen los dueños del mundo.

Una subcultura de los delincuentes, donde la vida ya no vale nada, y donde se puede terminar con ella en un instante simplemente porque un malhechor lo decidió.

Hoy fue Cabañas, pero mañana pueden ser tus hijos, tu esposa, tu hermano, tu familia y tu vecino. Da igual quien seas; todos podemos ser víctimas de esa violencia sin sentido.

La sociedad es víctima de esta situación, pero también es responsable y tiene que hacer un profundo autoanálisis del porqué se ha llegado a este lamentable panorama. Qué han hecho los poderes políticos, la clase patronal, los líderes sindicales, los intelectuales y los medios de comunicación para evitar esto.

Qué enseñanzas reciben las futuras generaciones en el sistema educativo. Cómo la pobreza, la desigualdad social y la destrucción de los valores familiares han generado las condiciones para que la violencia se expanda. Cómo hemos dejado de creer en la fraternidad, en la justicia, en la compasión entre los ciudadanos, y ahora impera el sálvese quien pueda.

Los futbolistas profesionales son una elite. Se pueden sentir invencibles, tener dinero y ser poderosos, pero deben tener cuidado, porque viven en esa cultura violenta y pueden ser objetivos prioritarios de esos delincuentes.

Cabañas no ha sido la primera víctima. David Mendoza fue asesinado a balazos a la salida del Estadio 3 de Marzo, y Rubén Omar Romano fue secuestrado en 2005. Octavio Muciño y Jaime López, ambos jugadores de las Chivas, fallecieron en 1974 por heridas de bala, al igual de José Guadalupe Ibarra.

Desgraciadamente, esto no es exclusividad de México. En Estados Unidos los jugadores de la NFL Darrent Williams y Sean Taylor fueron victimados en 2007.

En Argentina, hace apenas unos meses, el exdefensa Fernando Cáceres recibió disparados a la cabeza por varios delincuentes que intentaron robarle el coche. La bala se incrustó en su cabeza y milagrosamente se salvó.

Colombia se lleva las palmas por el número de deportistas asesinados. La lista la encabeza Andrés Escobar Saldarriaga, victimado tras el Mundial de 1994. Le siguen Miguel Mosquera Torres, Albeiro Palomo Usuriaga, Omar Cañas, Felipe Pérez, Arley Rodríguez, Juan Guillermo Villa, Norberto Chomo Cadavid y Elson Becerra.

Para erradicar este problema nos tenemos que enfrentar sin miedo a la realidad. Hay que reconocer que la inseguridad, la impunidad y la cultura de las armas se han adueñado del país y hay que denunciarlas en todo momento. Se lo debemos a Salvador, a todas las víctimas anónimas y a las futuras generaciones de México.