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¿El fin de la lealtad?

Chris Paul

(Getty Images)

Paul dijo que quiere irse de los Hornets, y lo buscan el Magic, los Knicks y los Blazers

BUENOS AIRES -- Ganar ya. Esa es la premisa que, por estos días, repiten sin vacilar algunas estrellas en la NBA. No importa el modo ni lo que se deja detrás. Hay que salir rápido, escapar como sea, evitar la parálisis de permanecer y transformarse en una estatua de sal.

El concepto de la gloria, entonces, muta en algo paradójico. Confunde y es confuso a la vez, se torna en algo económico y evita lo emocional. LeBron James resignó dinero para acoplarse a Dwyane Wade en el Heat, pero en el camino, borró con el codo todo lo que había escrito con la mano en Cleveland: en definitiva, tenemos que saber que no todas las derrotas son iguales, como tampoco lo son los triunfos.

Michael Jordan y Magic Johnson fueron claros a la hora de dictaminar lo que pensaban respecto a estas actitudes de lealtad. Palabras más, palabras menos, afirmaron que ellos, en su época de jugadores, "no querían unirse entre sí, lo que pretendían era vencerse unos a otros".

Un concepto de la rivalidad típica del básquetbol que les tocó jugar, tan emotivo en aquel entonces, por momentos tan distante respecto los tiempos que nos toca vivir. Los contratos son millonarios, cada estrella es acurrucada en cunas de oro y plata durante años, pero eso no alcanza. A fin de cuentas, el líder actual -en su mayoría, hay excepciones- es solitario, taciturno e incomprensible en algunas de sus decisiones; es el Bartleby de Herman Melville, mientras que el de años atrás era combativo, obsesivo y capaz de morir deportivamente por un ideal; el capitán Ahab de Herman Melville.

Parecen ser puntos tan distantes como el norte y el sur, pero sólo hay dos décadas de diferencia.

Ahora, el turno llegó para Chris Paul. El base estrella de los Hornets se sumó a la cadena de demandas estrambóticas y pidió irse de los Hornets porque "quería jugar en un equipo contendiente". Como tiburones que huelen sangre, los Knicks, el Magic y los Blazers aprovecharon el golpe de suerte y salieron a la carga por el base estrella. Los fanáticos, emocionados, salieron a apoyar la decisión pensando en New York, Orlando y Portland, pero ¿acaso alguno pensó en New Orleans?

El manager general Dell Demps, junto al nuevo coach Monty Williams, pretenden conservar a Paul en el equipo con la promesa de que conseguirán un coro de acompañantes estelares a su alrededor para convertir a los Hornets en un núcleo ganador.

Demps desechó los llamados de las franquicias interesadas en el base armador y, seguramente para los fanáticos que piensan en el show, y para el propio jugador, este hombre pasará a convertirse en Lucifer vestido de saco y corbata.

Mientras tanto, y según dijo Chris Broussard de ESPN.com, Paul pretende hablar con la dirigencia de los Hornets para darle una lista de equipos en los que le gustaría jugar, como así también recalcar la idea de defender la camiseta de Orlando Magic. Se dice que Paul empezó a calentar motores en esta decisión luego de ver como LeBron James y Chris Bosh pasaban al Heat; en ese momento, el propio LeBron, Leon Rose -representante de James- Maverick Carter -manager general de James- y William Wesley lo convencieron de forzar la muñeca de la directiva de New Orleans.

Es una verdadera pena que Paul entre en este juego. No sólo ha sido uno de los mejores bases de los últimos años, sino también un hombre amado en New Orleans tras los desastres producidos por el huracán Katrina, ya que fue él con el básquetbol el que le devolvió algo de alegría a una ciudad golpeada por el desastre. Lo peor de todo, aquí, es que con sus declaraciones, su popularidad y legado sufrirán, inevitablemente, un golpe a la mandíbula. ¿Hacía falta presionar con los medios de comunicación para gestar una salida de la franquicia? ¿Era necesario poner las cartas sobre la mesa de esta manera y arriesgar todo lo construido con sólo una frase a un micrófono?

Aquí hay algo bien claro y es una situación paradójica que debe llevar a David Stern a levantar las antenas: en la Liga vendida como la más seria del mundo, estas actitudes son las menos profesionales que he visto en años. Para jugar con amigos, lo mejor es juntarse en la temporada baja y participar de algún show mediático a beneficio. O también verse las caras una vez al año en algún All-Star Game, otra competencia que ha perdido calor y competencia en una cuota importantísima. Pero no se puede levantar la voz de esta manera, con dos años de contrato pendientes -y con las cifras que todos conocemos que reciben los jugadores- y exigir algo semejante. Es una falta de respeto para todos los allegados a la organización.

Lo peor que puede suceder es que Paul quede a desgano en los Hornets y se rehuse a jugar al cien por cien como modo de exigir un intercambio, ya que se convertiría en agente libre recién en 2012. De producirse una situación de este tipo, muchas personas señalarían con el dedo a la dirigencia de New Orleans, pero aquí el único que saldría perdiendo es el propio jugador: si pretende un equipo competitivo, entonces él como líder debería ser quien lo geste, sobre todo por la sensación de ubicuidad que genera dentro de la cancha alguien como CP3, un base que ha funcionado como catalizador de sus compañeros desde los comienzos.

A veces pienso que algunas estrellas se están vendiendo por treinta monedas de plata sin siquiera darse cuenta. Volvemos al principio: tenemos que saber que no todas las derrotas son iguales, como tampoco lo son los triunfos.

Más allá del final, feliz o triste, lo más importante es siempre el camino.

La lealtad, la dignidad, y el esfuerzo, no se negocian.