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Rabanales sigue peleando

La década de 1990, marcada por la dramática victoria de Julio César Chávez sobre Meldrick Taylor, fue una década de gloria para el boxeo mexicano. Los campeones se sucedían uno tras otro en casi todas las categorías, y las bolsas que ellos percibían crecían proporcionalmente con su popularidad. En medio de aquella explosión de pugilismo azteca, un boxeador de Chiapas se transformó en rey en el peso gallo y cumplió así su sueño de acceder a la fama y fortuna con la que soñara desde sus humildes orígenes.

Pero como todo sueño, el logro del joven campeón se transformaría con el tiempo en un rudo despertar a una realidad ingrata y decepcionante.

"Le he dicho a Dios que me arrepiento porque no le pude dar lo que se le debe de dar a una esposa; a los hijos, y no pude seguirles cuidando para que fueran unos jóvenes sin resentimientos hacía mí, y ahorita eso ya no se puede remediar", dice Víctor Manuel Rabanales, ex campeón mundial de las 118 libras del Consejo Mundial de Boxeo, que ganó 26 de sus 49 victorias por nocaut y que ahora se gana la vida estacionando automóviles o atendiendo mesas en puestos de comida y restaurantes de amigos.

Hoy, Rabanales es un recuerdo lejano de lo que fue en sus mejores años, aquellos en los que llevó bordado en sus pantaloncillos la palabra "Chiapas" en honor a la tierra que lo vio nacer, y en la que también supo hilvanar su nombre en el corazón de los que lo alentaron en su camino hacia la gloria.

"Me empecé a poner los guante desde los siete años. Y ya en la escuela secundaria me empezaron a ver personas que sabía de boxeo y me dijeron que le dijera yo a mi papá que me dejara seguir yendo a los gimnasios", recuerda Rabanales.

Después de 22 peleas como amateur sin conocer la derrota, el joven, de origen indígena, consiguió ingresar al circuito profesional de boxeo mexicano, donde lo esperaba una carrera profesional que se extendió por 20 años.

"Fue un excelente peleador, muy disciplinado, cosa rara en un joven provinciano, con un boxeo propiamente rústico", afirma el legendario Ignacio Nacho Berinstain, ex entrenador de Víctor Manuel Rabanales. "Logró poco a poco pulir, dentro de sus capacidades, sus hábitos técnicos y logró ser campeón del mundo, más bien apoyado en su fortaleza física, porque era un roble".

Esa fortaleza física le resultó más que suficiente para hacerse del título mundial interino de peso Gallo del Consejo Mundial de Boxeo la noche del 30 de marzo de 1992, donde venció al coreano Yong-Hoon Lee.

"La pelea terminó porque el coreano desesperado por la reciedumbre de Víctor, entraba en declive por los golpes que le asestaba, y desesperado le dio un cabezazo y lo cortó, y luego otro, y le llamaron la atención, y continúo con lo mismo y entonces lo descalificaron", rememora Beristain, y Rabanales concuerda.

"Siempre sabía cómo tenía que entrenar para aguantar los doce rounds, de verdad. Me gustaba quedar bien, hacer más deporte en mi organismo".

Rabanales hizo dos defensas de su faja interina hasta que logró refrendarla y transformarla en corona legítima con una victoria ante el japonés Joichiro Tatsuyoshi, para luego perderla a manos del coreano, Jung-Il Byun. Le siguieron diez años de más golpes y rivales, una década en la que su prioridad era sólo ganar dinero.

"Fueron como 750 mil dólares", recuerda Rabanales, que pese a continuar con sus éxitos en el ring era continuamente derrotado por las deudas y la mala administración de sus bienes.

"Por su nobleza, su inocencia, su carácter; mucha gente abusó de él realmente, principalmente creo que su propia familia cooperó para que él terminara en las condiciones en las que anda en la actualidad", dice Beristain, repitiendo quizás una fatal receta que se ve muy a menudo en el mundo del deporte y del boxeo en particular.

El mismo Rabanales dice que su consumo de alcohol era cada vez más compulsivo y descontrolado.

"¿Sabes qué hacía de su rancho de Chiapas? Nada más para sentirse cabrón o chingón. Subía a sus paisanos en avión, les pagaba el avión de allá para acá, y de aquí para allá, nada más para que vieran qué era lo que se sentía. Es una de sus historias de este cuate ¿si o no es cierto?", afirma uno de sus amigos de aquellos salvajes años.

Sus intentos por hacer negocios también eran infructuosos, como el terreno sobre la ladera del volcán Popocatépetl que compró de que un comerciante inescrupuloso.

"Yo no sabía que eran terrenos inhabitables, porque hay mucha tierra y a uno le gusta poder vivir en uno de estos lugares, y yo no preguntaba qué era eso, qué eran terrenos intangibles, no preguntaba y ellos eran abogados y tampoco me lo decían", cuenta Rabanales.

Las malas decisiones las ahogaba en el alcohol. Perdió familia, el amor y respeto de sus seis hijos y la posibilidad de extender su legado en el boxeo más allá de los años que pasó en el ring. Su última pelea la hizo a los 41 años de edad, era su derrota número 21. La gloria quedó atrás. Decidió refugiarse en Dios y su fe. Lleva casi 12 meses de estar sobrio y ahora quiere compartir sus experiencias con jóvenes boxeadores en los gimnasios de la capital mexicana.

"Tuve que reconocer que era yo un alcohólico", afirma. "Porque llegué a tomar de más, o como dicen mis amigos, ya yo tomé todo lo que tenía que tomar", ironiza el púgil, mezclando amargura e ironía.

A pesar de lo debilitante de su derrota personal fuera de los cuadriláteros, a Rabanales le queda fuerza aún para intentar enmendar el mal que cayó sobre él, al dar consejos a quienes vendrán detrás suyo para que no caigan en el mismo abismo.

"Que los jóvenes se acuerden de hacer el bien; que es hacer algo por sus padres, hacer algo por una persona que vean que necesite", dice el ex campeón, a punto de cumplir apenas 48 años de edad. "Yo sé que Dios me está dando esa fortaleza. Dios me está utilizando para algo, para salir adelante con mi familia, con la gente de trabajo y con los jóvenes que quieren escucharme en el gimnasio".