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La travesía de los europeos

BUENOS AIRES -- Ocho semanas antes del inicio del primer campeonato Mundial no había ningún seleccionado europeo apuntado para jugar. La enorme distancia que separa Uruguay del viejo continente fue la principal razón de esto, aunque también influyó la controversia generada por la elección de un país sudamericano como sede y la crisis causada por el derrumbe bursátil de Wall Street.

Con el torneo a punto de comenzar, confirmaron su presencia Bélgica, Francia, Rumania y Yugoslavia, mientras que Selecciones de primer nivel como Inglaterra -rechazó la invitación de Uruguay a fines de 1929-, Alemania o Italia -aspiraba a ser el anfitrión- se quedaron en casa.

Los cuatro participantes decidieron jugar el torneo por diversas razones. Francia lo hizo por la fuerte presión ejercida por el presidente de la FIFA Jules Rimet y, aunque no viajó su principal figura Manuel Anatol ni su entrenador Gastón Barreau, disputó el primer partido de la historia del certamen y hasta marcó el primer gol por intermedio de Lucien Laurent.

En tanto, el Rey Carlos II de Rumania fue el principal responsable de la participación del combinado de su país, ya que él mismo financió el viaje y hasta eligió a los jugadores. Sin embargo, la excursión estuvo a punto de no llevarse a cabo porque varios de los futbolistas trabajaban en un compañía petrolera inglesa, que amenazó con despedirlos. Otra vez apareció el Rey para solucionar el problema.

Bélgica jugó el torneo debido a la insistencia del vicepresidente de la FIFA, Rudolf Seedrayers, y Yugoslavia lo hizo gracias a las gestiones del presidente de la Federación ante el Rey y el gobierno del país.

Bélgica, Francia y Rumania viajaron juntas rumbo a América, mientras que Yugoslavia lo hizo por su cuenta. Las tres primeras embarcaron a bordo del barco italiano Conte Verde, que zarpó de Génova y luego pasó por Villefranche-Sur-Mer y Barcelona. Los jugadores se entrenaron en la cubierta de la nave durante los 15 días que duró la travesía. En dicha embarcación también viajó Jules Rimet, quien llegó consigo el trofeo que se iba a llevar el campeón.