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El básquetbol argentino y el dolor de ya no ser

La frustración del básquetbol argentino reflejada en la derrota ante Bahamas que lo dejó sin opciones de ir a los Juegos Olímpicos. FIBA

Argentina no es una potencia del básquetbol mundial. Y nunca lo fue, al menos en este siglo. La generación del equipo campeón del mundo en 1950 y luego proscripta por el gobierno militar puede entrar en esa categoría. La Generación Dorada, ganadora de la máxima presea olímpica en Atenas 2004, subcampeona mundial en 2002 y bronce en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 protagonizó una década mágica. Y la extendió todo lo que pudo, incluso hasta límites inimaginados. Pero una potencia mundial es otra cosa. Estados Unidos, la ex Yugoslavia, la ex U.R.S.S. y hasta la España de las últimas dos décadas llenan el formulario.

El seleccionado argentino actual, con varios de los protagonistas del enorme éxito que fue el segundo puesto en el Mundial de China 2019, es un equipo terrenal. Facundo Campazzo y Gabriel Deck son jugadores de élite en Europa. Luca Vildoza y Nicolás Laprovittola, esta vez ausente por decisión personal al igual que Marcos Delía, Leandro Bolmaro y Juan Pablo Vaulet, también compiten al más alto nivel europeo. Carlos Delfino ofrece algún déjà vu de lo que fue un basquetbolista maravilloso. Patricio Garino, castigado por las lesiones, siempre está intentando regresar a su mejor versión. Francisco Cáffaro y Juan Francisco Fernández dieron un paso al frente y demostraron que son los internos del presente y del futuro. Pero con todos ellos, o la mayoría, Argentina se quedó en menos de seis meses sin posibilidad de participar en la próxima Copa del Mundo, por aquella impactante caída en Mar del Plata frente a República Dominicana que aún da vueltas por las cabezas de los jugadores, y sin Juegos Olímpicos por la aún fresca derrota 82-75 contra Bahamas del domingo en Santiago del Estero.

Hace tiempo que debimos haber asumido que aquellos que entraron al olimpo de este deporte como Emanuel Ginóbili, Andrés Nocioni y Fabricio Oberto, solo por nombrar a tres íconos y no extender la lista, ya no juegan. Luis Scola nos engañó a todos estirando su carrera y su protagonismo hasta las pasadas ediciones de los torneos más importantes. Pero esa gloriosa historia ya es parte del pasado.

Aquellos triunfos memorables se construyeron con jugadores que crecieron en una Liga Nacional de un nivel exigente y que los inició en el camino competitivo para luego continuar su desarrollo en Europa y hasta triunfar en la NBA, con Ginóbili accediendo al Salón de la Fama y con su mano cargada de anillos de campeón. Estos fracasos inesperados también son producto de esa misma Liga Nacional, deteriorada y tanto menos atractiva que la de entonces, con jugadores que emigran a veces sin haberla pisado y otros que pisaron la NBA pero no lograron afirmarse. Si hasta Campazzo, héroe en este lío, tuvo problemas para expresar su mejor versión en la liga más importante del mundo.

El torneo clasificatorio al Preolímpico ofreció una oportunidad de sacar la cabeza del agua en la que el básquetbol argentino se estaba ahogando. El cuerpo técnico encabezado por Pablo Prigioni, un entrenador aún con poca experiencia en el cargo y al mismo tiempo asistente en Minnesota Timberwolves y que convive día a día con el máximo nivel, buscó variantes y diseñó un plan de juego innovador. Los jugadores, comprometidos con la causa, lo tomaron como propio. El coach que fue blanco de críticas por estar al frente del equipo en las dos derrotas más dolorosas de los últimos tiempos es el mismo que ganó la AmeriCup en 2022 y que recibió el respaldo de Sergio Hernández y Julio Lamas. La ilusión de jugar el año próximo por un lugar en París 2024 chocó contra la realidad de que un equipo sin historia como Bahamas, pero con tres representantes del poderío de la NBA como Eric Gordon, Deandre Ayton y Buddy Hield, le demostró a Argentina que ya no impone el temor de otros tiempos.

El propio Hield explicó en una entrevista con ESPN que la primera de las dos victorias de Bahamas sobre Argentina en el campeonato no era tan relevante no solo porque faltaba disputarse la final sino porque el seleccionado argentino no es el que supo ser.

Sin la condición de favorito, Argentina luchó y estuvo cerca de conseguir el triunfo que le permitiera mantener la llama de la esperanza encendida. Un cierre con tres defensas flojas ante un brillante Gordon que no falló en el momento clave y ataques sin eficacia y faltos de fluidez hicieron que se derrumbara el castillo de arena. La ola lo pasó por arriba y arrasó. Adiós al sueño.

Por supuesto que la cara poco visible de la dirigencia tiene su parte de responsabilidad. La adecuada gira y muy buena preparación previa contrastó con la falta de pagos al día, que no es una exclusividad de la gestión actual sino prácticamente una constante en la historia. La ausencia de Fabián Borro, presidente de la CAB, en la final del torneo de Santiago del Estero, no sorprendió: su ocupación principal del momento estaba en Manila, a miles de kilómetros de distancia. Sin embargo, las falencias en la dirigencia no son una novedad y Argentina ha sabido triunfar a pesar de ellas.

Otro foco de atención es la decisión de competir sin jugadores nacionalizados cuando si lo hace una gran parte de los seleccionados del mundo, incluidas algunas potencias como España (campeón del Europeo con el estadounidense Lorenzo Brown como figura) o, sin ir más lejos, el verdugo Bahamas con Gordon, decisivo en la final del domingo y campeón del mundo con Estados Unidos en 2010. El reglamento de FIBA con sus particulares excepciones avala estas decisiones. Prigioni ya fue claro y dijo que mientras él esté no existe la posibilidad de tomar ese rumbo. La proliferación de estos casos genera reacciones en contra de una idea que desvirtúa el concepto de selecciones nacionales.

Argentina no es una potencia del básquetbol mundial. Y nunca lo fue. Lo que ahora perdió y que sí había conseguido es la posibilidad de enfrentarse a los mejores. Por primera vez en este siglo no estará ni en una Copa del Mundo, al que no faltaba desde Colombia 1982, ni en unos Juegos Olímpicos, a los que no se ausentaba desde Sidney 2000. Punto final a nueve Mundiales seguidos y a cinco citas olímpicas consecutivas. No queda otra que volver a empezar y buscar subir escalones de a uno. Argentina no competirá contra los poderosos del mundo. Argentina ya no se ubica entre los mejores del continente. Argentina sufre el dolor de ya no ser.