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Descalzos y más allá: Una academia de básquetbol construye esperanza en México

Una práctica durante una sesión matutina en el ABIM en Oaxaca Nathaniel Janowitz para ESPN

Los San Antonio Spurs se alzaron con el campeonato de la NBA en 2014 luego de terminar con 62 triunfos, mejor registro de la Liga. Sin embargo, hubo una derrota que no está registrada en los libros de esa temporada. Antes de un partido en diciembre de 2013 en Ciudad de México contra los Minnesota Timberwolves, los Spurs fueron superados por un equipo de chicos pequeños sin calzado.

Estos chicos de 10 y 11 años (el equipo A de la Academia de Baloncesto Indígena de México (ABIM) hicieron titulares en el mundo entero un par de meses atrás al ganar un torneo internacional en Argentina jugando descalzos. De casualidad llegaban a la cintura de las estrellas de la NBA, pero pudieron volar sobre los Spurs, cruzar sobre Patty Mills y sacar más de una bandeja en contra de Tim Duncan. Los Spurs se movían lentamente; decidieron quitarse sus zapatos al igual que los jovencitos. Al contrario de éstos, no estaban acostumbrados a jugar descalzos al baloncesto.

Los equipos se rieron y se comunicaron a través del idioma universal del baloncesto. El único profesional que podía hablar en español con los muchachos, miembros de la tribu indígena Triqui de las montañas del sureño estado mexicano de Oaxaca, era el argentino Manu Ginóbili.

"Nos dio un consejo, que tenemos que trabajar fuerte en este deporte, pero no descuidar nuestros estudios para que podamos salir adelante... y nunca rendirnos", recuerda Maximiliano Celestino Rodríguez.

El mensaje de Ginóbili significaba mucho para los chicos amantes del baloncesto, provenientes de algunas de las regiones más pobres e iletradas de México. Cuatro años después, se encuentran a punto de conseguir su próximo gran logro. Su entrenador y mentor, Sergio Ramírez Zúñiga, se encuentra en las etapas finales de organizar becas a escuelas norteamericanas y españolas a fin que los miembros del equipo principal puedan proseguir sus carreras en secundaria y estar un paso más cerca de sus sueños universitarios.

¿Otro cambio desde que dejaron de ser desconocidos? Ya no juegan al baloncesto descalzos, gracias a aumento en donaciones y otras vías de financiamiento que han llegado con la exposición mediática que ha disfrutado la academia.

"Al principio era un poco incómodo, pero progresivamente, nos hemos acostumbrado a usar zapatos", dice Maximiliano, ahora de 15 años, en uno de los campus de la academia fuera de la ciudad de Oaxaca. "Ahora es más cómodo".

Los zapatos, sin embargo, no ha sido lo único a lo cual han debido acostumbrarse. En la región de Triqui, la mayoría de los niños no terminan la escuela primaria y son puestos a trabajar. Tanto niños como niñas son casados a la edad de 15 años.

"Antes, trabajaba en los campos con mis padres", dice Maximiliano: "Me decían que la escuela no era importante para el futuro".

Durante una mañana a principios de mayo, Maximiliano y los otros miembros del equipo principal terminaron su entrenamiento con un grito contando los números en su lengua autóctona. "1-2-3, ¡Triqui!". En la academia, la práctica de 7 a 9 de la mañana es apenas el inicio de una jornada completa. A fin de permanecer en el programa, los jugadores deben asistir a clases y mantener un promedio escolar de 8.5 mínimo, de un máximo de 10. Esto no le importa a Maximiliano. Le gusta la escuela y espera poder asistir a la universidad, algo que nadie en su familia ha hecho, y estudiar ingeniería civil.

LA ABIM fue fundada por Zúñiga en 2010 con un solo campus en una comunidad aislada de Triqui. En 2014, se inauguraron dos nuevas sedes: una segunda escuela en la comunidad playera de Huatulco y el actual complejo del equipo principal, en las afueras de la capital estatal de Oaxaca de Juárez.

Luego que el éxito de los niños descalzos le diera reconocimiento internacional a la academia, Zúñiga pudo expandir este programa gracias al dinero que recibe al dictar conferencias y dirigir talleres, aparte de las ayudas gubernamentales. Aparte de los 150 niños y niñas que viven a tiempo completo en los tres campus, el programa cuenta con iniciativas ligadas al baloncesto en muchas comunidades que benefician a cerca de 1,500 niños.

Zúñiga creció en Ciudad de México y jugó durante varias temporadas en la liga profesional de baloncesto de su país antes de retirarse a fin de perseguir su educación. Uno de los parientes de su esposa hacía trabajo voluntario en la región de Triqui, y quería ayudarle luego de escuchar sobre las novias precoces, la poligamia, pobreza y violencia que percuden al área. Vivió en esta región durante partes de 2009 y 2010, pasando al menos una semana en cada una de las 32 comunidades Triqui.

"Era triste ver los temas de adultos que afectan a los niños Triqui, porque la niñez es el futuro", dijo Zúñiga. "Entendí que la única forma en la cual podía afectar de forma positiva esta situación era el concentrare en los niños, no los adultos".

La región había estado plagada de altos niveles de violencia. Semanas antes de la llegada de Zúñiga, dos activistas pro derechos humanos fueron asesinados, mientras investigaban la muerte de dos periodistas locales. Los líderes de la región estaban escépticos con las intenciones de Zúñiga.

"Decían que estaba con el servicio secreto, que el gobierno me había enviado para espiarles, estudiarles", dice Zúñiga.

Zúñiga hizo promesas a los niños y sus familias: que llevaría a los jugadores a torneos por todo México, y que en tres años los llevaría a torneos en Estados Unidos. En cinco años, viajarían a Europa. No necesitó tanto tiempo para cumplirles.

Desde aquél torneo de 2013 en Argentina, que puso al equipo principal en boca de la comunidad del baloncesto, los jugadores han viajado a más de una docena de países en tres continentes. Han ganado campeonatos en México, al igual que en Estados Unidos, Uruguay, Alemania, El Salvador e Italia. El 30 de junio, volverán a España para defender la Copa de Baloncesto de Barcelona, la cual ganaron el año pasado.

Cuando se habla con los miembros del equipo, pocos mencionan como meta el jugar en la NBA, a pesar que todos son grandes aficionados, especialmente de los Spurs. Hablaron cándidamente de lo difícil que sería para cualquier Triqui el llegar al mejor baloncesto del mundo porque, como bien bromean constantemente, no son altos. Pero tampoco se disminuyen, dice su entrenador.

"Estos chicos, son los líderes que cambiarán las cosas en sus comunidades muy pronto", dice Zúñiga.

SI BIEN LA VIOLENCIA en la región Triqui ha disminuido en los últimos años, no se ha erradicado por completo.

Bernabé Martínez de Jesús tomó su desayuno, bromeó con sus compañeros antes de ir a clase. No mostraba síntomas de tristeza. Sin embargo, luego, al hablar a solas, su tono de voz cambió.

"Hace unos meses, mataron al padre de Bernabé", confiesa Zúñiga.

"Es triste que ya no esté aquí", dice Bernabé, de 15 años. "Espero que se encuentre feliz con lo que estoy haciendo".

Bernabé habló de su niñez antes de conocer la ABIM. Dijo que usualmente comía una vez al día, ingiriendo carne sólo una vez al mes. La mayor parte de los días, trabajaba en el campo con sus padres, y muy rara vez iba a la escuela, la cual no le gustaba. Ahora, espera convertirse en médico y volver a la región de Triqui, en la cual los servicios médicos son sumamente limitados.

"Esta es una gran oportunidad para mí, para poder terminar mis estudios", expresó. "En la región, todos los niños, con 12, 14 años, se drogan, consumen alcohol, otras cosas".

"Espero pueda cambiar todo, ayudar a mejorar las cosas en mi pueblo".

Bernabé y Maximiliano son ambos oriundos de la población de Lázaro Cárdenas Copala. Se requieren cinco horas para llegar allí desde Oaxaca de Juárez en caminos llenos de curvas, esquivar huecos y evitar atropellar perros callejeros cruzando el escenario montañoso. El pueblo consiste en una serie de casas con techos de hojalata y calles sin pavimentar, sin cobertura de telefonía celular.

Bernabé fue criado en una familia polígama con dos madres. Su madre biológica, Paulina Guzmán García, está siendo cuidada en el hogar de uno de sus 14 hermanos. Sentada en las afueras de su hogar con mirada de desaliento y permanentemente cabizbaja, permanece sin alzar el rostro. No habla español (sólo el idioma nativo de los Triqui) y se comunicó mediante la traducción de Guillermo Merino, entrenador de la región Triqui y pupilo de Zúñiga.

No mencionó a su esposo asesinado o la mayoría de sus hijos, quienes han emigrado a Estados Unidos en busca de oportunidades. No tenía idea de que Bernabé quería ser médico y regresar a su comunidad. Dijo que le parecía una muy buena idea: la comunidad requería esa ayuda.

Mientras caminaba por el pueblo, Merino se detuvo en una casa y llamó a un niño de 15 años quien había sido expulsado de la academia por mal comportamiento y no poder mantener buenos promedios. El niño no parecía querer conversar. Sin embargo, eventualmente admitió que no tenía intenciones de volver a la escuela, queriendo planear emigrar ilegalmente a Estados Unidos porque no hay oportunidades para él en su región.

En casa de Maximiliano, su madre daba de comer a gallinas y pollos que merodean por la propiedad. Su nieta, sobrina de Maximiliano, jugaba cerca con un juguete hecho con un pote de hojalata y una cuerda. Las lágrimas poblaron sus ojos cuando ella y Merino hablaron por varios minutos en Triqui, preguntando por su hijo ausente.

Dijo que extrañaba mucho a Maximiliano, pero sabía que era mejor para él permanecer alejado y concentrado en sus estudios. Admitió que tuvo problemas para alimentarlo a él y a sus nueve hermanos de forma adecuada. Espera que un día, él disfrute de un empleo estable y pueda ayudar a su familia y comunidad. Dijo que no le preocupaba que su hijo estuviese en el programa, sólo se preocupaba por los vuelos porque había escuchado las historias de accidentes aéreos.

Una cesta de baloncesto de madera con una altura que no supera los seis pies (1.82 metros) permanece fuera de la casa. La madre de Maximiliano indica que la han tenido que reconstruir en múltiples ocasiones porque los chicos intentaban hacer clavadas. Sólo accedió a ser fotografiada si podía ir antes dentro de la casa y vestir su Huipil - vestido tradicional Triqui.

El pueblo parece girar en torno a la escuela primaria, en cuyo centro hay una cancha de baloncesto, la cual parece fungir como plaza principal.

"En la región Triqui, todos juegan al baloncesto", explica Merino. "Cada comunidad tiene una cancha de baloncesto. Recientemente fue que empezamos a escenificar partidos de fútbol aquí".

MIENTRAS BERNABÉ Y MAXIMILIANO entrenan y estudian en el campus de la ABIM en Oaxaca de Juárez con el equipo principal, la mayoría de los estudiantes de la academia se encuentran en los otros dos edificios de la institución. Los equipos B viven en la facilidad de Huatulco, mientras que el resto se encuentra en el campus original, en un pueblito de la región Triqui llamado Santa Cruz Río Venado, a 30 minutos de Lázaro Cárdenas Copala.

Marcelo García es miembro del gobierno de la municipalidad de Constancia del Rosario, la cual comprende la región Triqui. Trabaja como nexo entre las comunidades y varias iniciativas destinadas a la juventud. Explica que el programa de la ABIM les ha provisto con acceso importante a la educación en una región en la cual pocos terminan sus estudios.

"Seguimos preocupados por la juventud", dice García, refiriéndose específicamente a las niñas, las cuales dan a luz siendo aún muy jóvenes. "Un problema aquí es que se casan a muy temprana edad".

Cerca de 100 niños y niñas viven y estudian en el campus ABIM de Rio Venado.

En una mañana reciente, el equipo femenino de 13 años se amontonó en la parte trasera de una camioneta para viajar por 30 minutos hasta Putla, la capital del municipio en esta región, para un partido contra un colegio local. No obstante, comenzó a llover a su llegada y el encuentro, a ser disputado al aire libre, debió ser cancelado. Las niñas no se amilanaron.

A pesar que el otro equipo brilló por su ausencia, las jugadoras de la ABIM saltaron a la cancha y comenzaron a practicar, quitándose los zapatos y jugando descalzas. Se reían cuando fallaban un tiro y gritaban cuando la pelota se colaba en la malla. Sus sonrisas eran contagiosas.

"Amo el baloncesto", dice Andrea Medina de Jesús, de 13 años, rebosante de alegría. Andrea está en su tercer año en la academia. Al igual que muchos chicos en este programa, ella espera pasar al campus de Oaxaca de Juárez ahora que el equipo principal estará estudiando fuera. Pero, como niña de Triqui, sabe que puede ser algo difícil.

"Debo preguntarle a mis padres si puedo continuar y jugar al baloncesto", dijo. "Soy la primera mujer de mi familia en estudiar".

Espera, además, ser la primera mujer de su familia con una carrera universitaria. Espera convertirse en abogada. El baloncesto le ha dado la oportunidad de seguir sus estudios; espera que sus padres, conservadores, finalmente entiendan y acepten que continúe este camino.