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Kobe Bryant, una figura sin igual, apasionada e inspiradora

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La complicidad eterna de Kobe y Gianna (0:54)

Las imágenes del ex jugador de los Lakers junto a su hija, siempre sonriendo. (0:54)

Hay personas que, sencillamente, están hechas de una manera diferente. Kobe Bryant era uno de ellas.

Hay personas que tardan toda una vida en encontrar su pasión y su meta. Kobe Bryant la sabía desde que tenía nueve años: “Ser el mejor jugador de basquetbol de la historia”.

A Philadelphia, su lugar de nacimiento, volvió en 1991 y sorprendió a propios y extraños al convertirse en el primer freshman en décadas en ser titular para el primer equipo (Varsity) de la preparatoria Lower Merion.

¿Quién era ese chico que hablaba tres idiomas y tenía una confianza más grande que el estado de Pennsylvania? Kobe Bean Bryant, el último Boy Scout.

Apenas el sexto jugador en decidir ir directamente de la preparatoria a la NBA. A los 18 años ya pertenecía y pretendía seguir los pasos de su gran ídolo, Michael Jordan. Lo admiraba, pero a la vez, lo perseguía.

Por características, a mi juicio fue el jugador que más se pareció a Jordan. Por su agresividad a la hora de atacar la canasta con un estilo atlético inusual; por perfeccionar ese fade away legendario, pero, más que nada, por su mentalidad ganadora.

Hoy, las grandes estrellas son, en gran parte, amigos entre sí. Así no era antes.

Las rivalidades estaban en el centro de la escena y para ser el mejor, no podías tener muchos amigos y menos entre los contrincantes. Así lo aprendió Kobe de su ídolo, así fue durante la mayor parte de su carrera y así se lo intentó inculcar a algunos colegas al final de la misma.

Por eso era el primero en llegar al gimnasio a la mañana y por eso, muchas veces se quedaba lanzando en el tabloncillo después de los partidos. “Mamba Mentality” la llamaba él.

“La mentalidad es el camino. Se trata de la preparación y la intensidad con la cual encaramos todo lo que hacemos. Es un estilo de vida”, explicó Bryant en su momento.

Eso fue justamente lo que hizo ante los Toronto Raptors hace poco más de 14 años, cuando anotó 81 puntos en un juego y quedó segundo detrás de la marca de 100 anotados por Wilt Chamberlain en 1962.

En aquél juego anotó 55 puntos en el complemento y Jalen Rose, quien estaba con Toronto en aquél partido y tuvo que marcarlo durante gran parte del complemento, recuerda que “no dijo una sola palabra durante todo el partido”.

A la vez, Rose admitió que pidió doble marca sobre Bryant en reiteradas ocasiones, a lo que Kobe famosamente respondió después del partido: “Si estás pidiendo ayuda, ya sabes que perdiste antes de empezar”.

Esa intensidad muchas veces no caía bien en los rivales, tal vez, porque siempre le ofrecemos oposición inicial a lo que no entendemos.

Bryant simplemente era distinto y parecía ser el último exponente de la vieja escuela que quedaba en la era contemporánea. Eso es lo que sucede cuando juegas 20 años para una sola franquicia, como lo hizo con Los Angeles Lakers.

Eso también es lo que sucede cuando inspiras a toda una generación.

No es casualidad que Kyrie Irving decidió no jugar el domingo para los Nets o que el Madison Square Garden decidió teñirse de dorado y púrpura. Cómo olvidar la ovación que le dieron en el Garden en Boston, ciudad del más acérrimo rival de Kobe y al que le ganó el último de sus cinco títulos en su última visita a Massachusetts como jugador.

Kobe creció con el deseo de ser Michael Jordan, pero la siguiente generación, muchos de los quienes juegan hoy, crecieron con el deseo de ser Kobe Bryant y no sólo en Estados Unidos. Kobe Bryant es una figura global y probablemente sea aún el jugador más popular en China.

Como amante de la cultura que era, Kobe tomaba orgullo en ser considerado “el embajador de la globalización” de la NBA.

A medida que su carrera llegaba su fin, la meta de ser “el mejor de todos los tiempos” empezó a compartir un lugar con “querer pasar el testamento a la siguiente generación”.

Allí es donde finalmente los rivales empezaron a ver la parte más humana de Kobe. Ni qué hablar cuando Kobe Bryant se fue inmediatamente después de un partido de pretemporada a socorrer a Lamar Odom en su momento más oscuro.

En cuanto a los periodistas se refiere, Kobe siempre fue humano y respetuoso. En lo personal, tuve la dicha de cubrir las últimas dos finales ganadas por Bryant y nunca me voy a olvidar la predisposición y humildad para hablar conmigo, un chico apenas llegado a los Estados Unidos en 2009, en medio de la celebración en el vestidor.

Bryant le echaba champagne en la cabeza a Pau Gasol y también mojó mi traje. Acto seguido, me pidió disculpas y me cedió una entrevista. Esa clase de persona era Kobe Bryant, un padre dedicado de cuatro hijas, el mismo al que le preguntaron si iba a buscar el varón para continuar su legado y respondió, “ya tengo a mis hijas para eso”.

El basquetbol no le impuso a su hija Gianna Maria y recién le empezó a enseñar cuando ella se lo pidió.

Incomprensiblemente, Gigi, de 13 años, también falleció en el accidente mientras se dirigían a uno de sus partidos.

Hoy, lo hayan conocido o no, una parte de todos nuestros corazones está rota. Se fue un ser difícil de igualar, que combinaba el carácter con el talento, pero, más que nada, era un ser inspirador y dominaba cualquier habitación a la que ingresaba.

Que en paz descanses, Kobe Bryant, gracias por compartir con todos nosotros un inolvidable legado que vivirá por siempre en todas nuestras mentes.

Mamba Never Out.