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Con los pies en la tierra

TORONTO -- Es un placer tener la posibilidad de bajar de la nube de otros para tocar tierra firme. Me explico. Generalmente cubro NBA, alguna que otra gira estadounidense de equipos de fútbol europeos y otros deportes de interés general. Ahí se está en la nube de las estrellas, en un ambiente de jefes de prensa excesivamente protectores y donde apenas hay hueco para la improvisación. Todo está demasiado pactado y hay que agarrar número para hablar con las estrellas.

Ahora estoy en Toronto, cubriendo los Panamericanos y por fin estoy tocando tierra firme. Aparqué la pomposidad de los Kevin Durant, Cristiano Ronaldo y compañía para codearme con los Rommel Pacheco, Paola Longoria y demás. Las diferencias deberían ser nimias: unos y otros son deportistas de élite, logran éxitos internaciones, son de lo mejor que hay en sus disciplinas pero el interés por ellos es distinto al de un Kobe Bryant o Lionel Messi.

Obvio, claro. El fútbol y el básquetbol no son los clavados y el raquetbol, sin embargo los unos parecen haber perdido el norte mientras que los otros siguen viviendo en la normalidad. A menos interés, menos contaminación y viceversa. Cuánta más fama, menos ganas de interactuar.

No digo que no lo entienda. Todo depende del grado de privacidad y de interés en sus figuras. Pero lo cierto es que una de las cosas que más estoy disfrutando en estos Panamericanos es encontrar a deportistas destacados, de élite que aceptan cuántas preguntas sean necesarias, que miran a los ojos y contestan con sinceridad y sin medir sus palabras. Se les puede preguntar sin necesidad de pedir permiso, como en el fútbol en los viejos tiempos.

Es un placer haber bajado de esa nube en la que tienes casi que pedir perdón por respirar y estar cara a cara con auténticos deportistas de élite, gente de a pie. Como Jose Francisco Rivera, a quien le paso el relevo.